martes, 17 de noviembre de 2020

EL AGUA MÁGICA DE MI INFANCIA




El agua humedeció con su lenguaje sinuoso mis primeras palabras. Fue en  el sur,  en Lota, un pueblo manchado de hollín, azotado por la lluvia y cruzado por las venas subterráneas del carbón. La rítmica voz del agua golpeaba los cristales de mi ventana. Podía pasar horas viendo cómo las melódicas gotitas se transformaban en lágrimas, mientras afuera, el viento doblegaba los grandes eucaliptos de la quebrada. 

El agua me saludaba con distintas voces. Jugaba con ella en la tina del baño y se escapaba por la manguera sucia, regando el huerto de mi madre. En las playas, el canto de las olas mezclaba  espuma felina y sal. Mi punto favorito era el cristal donde  la arena se fundía con los escalones acuáticos que llevaban hacia un horizonte azul pizarra. El abismo sumergido  de la Bahía de Arauco aplastaba la furia del Pacífico en un descanso profundo. Así, las lejanas olas gigantes se derramaban (vencidas) en terrazas líquidas que se diluían en la arena suave de la orilla. Ese punto del encuentro agua-tierra era leve, casi alado. Flotaban pedacitos de algas y las pulgas marinas se escondían en sus túneles. Me maravillaba hundir solo los dedos de mis pies para balancearme en ambos  universos.

Los primeros escalones de agua eran cristalinos como las piletas del parque de Lota. Era la zona de los niños. A la altura de las caderas, se tornaban turbias y se percibía  la energía interna de la ola madre, destrozándose varios metros  más atrás. Cuando la espuma blanca me rodeaba el pecho, era el momento de regresar nadando, pues solo los adultos seguían la marcha hacia el muro de agua verde, listo para engullir  la gravedad rota del largo viaje oceánico.


Piscinas y rosas

El agua era mansa, dulce y doméstica en la piscina del Club Social. Se ingresaba por una puerta de fierro forjado que se abría a un sendero de baldosas amarillas, un camino encantado que  serpenteaba por un jardín de rosas blancas y rosadas. El motor del filtro, con sus cascadas alegres, me daba la bienvenida. Llegar primero  ofrecía la oportunidad de saltar desde el trampolín al espejo prístino del agua. Se parecía a las dunas de arenas lisas en las playas perfiladas tras los bosques de Laraquete. Ese primer salto quebraba el cristal y multiplicaba el mosaico color turquesa del fondo. Jugábamos a crear olas en los lavapies, un ingenuo remedo del océano. El agua debe haberse reído a su manera, haciéndose la inocente. Solo el verde esmeralda de la parte mas profunda de la piscina me hacía recordar las corrientes marinas, los cuentos sobre ahogados y naufragios.


El Salto del Laja

Recuerdo algún paseo al Salto del Laja, donde me aferré a las manos de mi papá ante el vértigo de las cataratas enormes. Altura, espuma y estruendo multiplicado.  Voz ancestral, telúrica y mortal para quien osara desafiarla, ajena a las aguas ornamentales del parque. La catarata se ancló en mis pesadillas infantiles con un lenguaje oscuro y amenazante. Observé esa furia líquida, rugiente y pulverizada, arrastrándose en corrientes tornasoladas, abriéndose paso entre muros de piedra bruta. Luego, como cansados o aburridos, algunos brazos se relajaban traviesos entre rocas y juncos. Se iban en arroyos cantarines para formar pequeñas playas, respiros amables en su vertiginosa carrera hacia el mar. 

Eso ocurrió el mismo verano en el que mis padres, mi hermana y yo nos aventuramos en citroneta por caminos rurales, siguiendo el caudal de algún río majestuoso. Al atardecer acampamos en un meandro dulce, quieto y perfumado  de  hierbas acuáticas, poblado de aves y de insectos zumbadores. Me daba miedo pensar que saltando un borde de piedras, podía caerme a la poderosa corriente blanca (sin duda, habría una catarata por ahí). 

Cuando oscureció, no hubo luna. Se escuchaba el rumiar transparente del agua, acompañado por el sonido trepidante de las hojas. Los grillos y otros seres insospechados completaban aquel concierto nocturno. Entonces, creí que las estrellas bajaban del cielo a danzar. “Son luciérnagas”, explicó mi mamá. Durante un tiempo mágico, el bosque se engalanó de luces juguetonas. Me pregunté si los humanos seríamos capaces de sentirnos menos intrusos. Esa noche mi mente infantil se contactó con el ancestral lenguaje del agua y  de la naturaleza maravillosa. 

(María del Pilar Clemente B.) 

viernes, 2 de octubre de 2020

Esas Inolvidables "Locas Bajitas"

 




Conocí a Mafalda en 1979. Era mi último año de colegio. A la incertidumbre propia del futuro (clásica para todos quienes finalizan la vida escolar), se sumaba el nebuloso porvenir de Chile. En esta atmósfera llegó a mis manos uno de los libro-historietas de Quino. Mafalda, con su deslenguada ironía de piba argentina, me alejó para siempre de las revistas cómics que solía comprar en el kiosco de la esquina: El ingenuo Pato Donald, la pre-feminista Pequeña Lulú (luchando contra el Club de Toby), la romántica Susy, el criollo Condorito y los paquetes con TBEO que me enviaban los tíos de España. No sabía entonces que Joaquín Salvador Lavado (Quino) había congelado  la imaginaria vida de Mafalda un 25 de junio de 1973. En suma, el personaje se había quedado en sus nueve años justo cuando las dictaduras comenzaban a masificarse en Latinoamérica y Africa, cuando la Guerra Fría vivía su momento más candente, Richard Nixon recién había caído, el conflicto de Vietnam estaba por terminar y los hippies esperaban la Era de Acuario.  Aquel año de 1979, Mafalda me mostró con sus verdades ácidas, los grandes problemas (y la esperanza) de la modernidad, aunque su último chiste lo había dicho años atrás. 

Epoca de papel, radio y TV

Con Mafalda evoco mis peripecias universitarias y el recorrido por barrios que, parodiando al cantor-poeta Mauricio Redolés, eran bellamente frágiles, con niños jugando al fútbol, volantines en el cielo, cantores callejeros, aroma a chocolate y naranjas. Plenos de  “esa alegría de la  utopía que nos negó este siglo”. 

Escuchábamos a Joan Manuel Serrat, escribíamos a máquina, intercambiábamos libros y cassettes censurados. Recuerdo que me pedían prestado mi álbum de Los Beatles, una “joyita” que me compré al quedar seleccionada en la Escuela de Periodismo. A cambio, yo solicitaba revistas de Mafalda o las francesas de “Asterix y Obelix”. Recuperar los préstamos eran algo difícil, pues en esos tiempos de diarios, revistas y papel, no se podía bloquear a quienes nos ofendían. Las protestas en la avenida Alameda iban en aumento, algunos compañeros de universidad terminaban en la cárcel. Otros, mucho peor. La oficina de la Iglesia Católica, Vicaría de la Solidaridad, se convirtió en defensora de los derechos humanos.(¡Qué increíble parece ahora!). Aprovechando el recurso de rescatar marcas o permisos de medios que ya no existían, aparecieron varias revistas de oposición. Una de ellas fue el tabloide Fortín Mapocho. 

Diminuta Libertad… y Gus


En el Fortín Mapocho, una viñeta firmada por un tal “Gus”, comenzó a ganar popularidad. Era Margarita, una colegiala de rostro indefinido, que jugaba con las palabras noticiosas y hacía reír evadiendo la censura. El dibujo de una vaca, acompañado por la enigmática frase “Y va…er” , se transformó en ícono de la resistencia en contra de Pinochet. Se cantaba en todas partes, conjurando  para que su caída no pareciese tan lejana como las esperanzas de Mafalda. 

Algunos comparaban a Margarita con la versión chilena de la piba argentina. Gustavo Donoso, su creador, optaba sabiamente por el anonimato. En esa década del 80 es imposible no mencionar a estas niñitas de ficción, que flotaban en una atmósfera compuesta por gases lacrimógenos, el cierre del ferrocarril a Valparaíso ( y de la Estación Mapocho), cine-arte, aparente prosperidad económica y policía secreta. Leer a Mafalda era un rito, en especial camino a a Isla Negra, donde la casa náutica de Pablo Neruda permanecía cerrada. Sus chistes eran (y son), un espejo crítico del mundo cotidiano. Su mamá limpiando eternamente la casa, reclamando por los precios y añorando haber sido profesional. El papá, un oficinista estirando el salario y proyectando sus diminutos sueños en su citroneta. Guille, el hermanito que creía en la magia, en contraste con la machista Susanita. El pobre Monolito, hijo del almacenero, siempre castigado por sus mal desempeño escolar. Felipe, el lector voraz de historietas, incapaz de entender  que la vida no se parece a la de los súper héroes. La más inquietante (además de Mafalda) era Libertad.  Una pequeñita de frágil aspecto y agudo ingenio. En medio de las empanadas y el vino caliente de las peñas folclóricas ochentenas, nos recordaba lo esquiva y lo fácil de perder que es  la libertad.

Hemos perdido a Quino, el creador de un personaje señero. Y aunque las épocas pasan y todo nos parece tan lejano, las voces de esos niños de barrio nos seguirán dando lecciones para construir un mundo mejor. 

(María del Pilar Clemente Briones)


 



domingo, 13 de septiembre de 2020

El 9/11 y una Delirante Fantasía de Amor

 

Alicia Esteve Head era alumna de un Máster de Negocios en Barcelona, cuando vio en la televisión el escalofriante ataque a las Torres Gemelas. Conmovida, abrió una  website en inglés para solidarizar con los afectados. Por esos rompecabezas del destino, la joven (bajo el pseudónimo de Tania Head) se convirtió en la anfitriona de las noticias, lazos de unión, búsqueda de desaparecidos, mensajes y el principal foco de reunión para los sobrevivientes y familiares. Fue entonces, cuando los usuarios del portal le preguntaron quién era ella y su relación con el 9/11. ¿Qué respondió?

La tentación de ser protagonista

Alicia debió dudar. En el 2001 se vivía en internet el auge de los juegos de alter ego en segundas realidades. Ella era hija única, sufría ansiedad, sobrepeso y una autoestima baja. Compensaba sus carencias emocionales con éxitos académicos. Sufría por no tener amigos ni ser popular. ¿Para qué defraudar a sus admiradores norteamericanos?. Inventó una pequeña “mentira blanca”. Dijo ser la prometida de David X, un ejecutivo soltero fallecido en la Torre Norte. Las condolencias y simpatías aumentaron; también las preguntas. ¿Qué hacía Tania el 9/11?

Crece la “bola de nieve”

La “mentirita” creció. Relató que ella y David se habían conocido en España, que estaban muy enamorados y que la semana de la tragedia ella se encontraba en Manhattan, concretando los detalles de la boda. Agregó que la mañana fatal, ella estaba en la Torre Sur, en la entrevista laboral de una prestigiosa firma. Su actitud ante el dolor hizo que su website fuese la voz oficial de los sobrevivientes. Se llamó Trade Center Survivor Network y formaron la primera agrupación oficial. Alicia declinó la presidencia, pero como secretaria construyó una excelente relación con las autoridades, donantes y sobrevivientes. Se cubrió las espaldas, contando a sus compañeros de universidad que había viajado a New York durante la semana del 9/11 y que su novio americano había muerto allí. Un relato casual, destinado a quienes hallaran su portal y reconocieran sus fotos.

El sabor de la felicidad

Agradecidos, los asociados le consiguieron un empleo en New York y la ayudaron en la adaptación a su nuevo país. La depresiva joven saboreaba un sueño maravilloso: ¡Era amada y valorada por todos!. Durante tres años, la española siguió inventando  detalles. Llegó a ser la única sobreviviente que se había encontrado (en su escape de la Torre Sur) con numerosas víctimas. Ella había recibido el anillo de un hombre que le pidió entregarlo a su esposa. También, dijo haber sido ayudada en el hall por el bombero-mártir más famoso de todos. Como prueba, ella mostraba una cicatriz que tenía en el brazo, producto de un accidente automovilístico en Barcelona.


El cuento de hadas se desmigaja


Los primeros en sospechar fueron los padres de David X.  Después de muchas negaciones, la “sobreviviente estrella” aceptó ir a la casa de sus “suegros”. Se puso nerviosa porque los datos no calzaban. David jamás había estado en España, donde según ella, se habían conocido. Inventó a última hora, que se habían visto por primera vez en unos cursos de negocios en Harvard y Stanford. Los padres del joven se quedaron con la impresión de que Tania era una triste enamorada sin suerte, ya que David les había presentado a su novia real días antes del 9/11. No dudaron eso sí, del resto de la historia. Desde esa visita, Alicia apeló a problemas psicológicos para no tener que enfrentar a los familiares de las víctimas. Incluso, dijo haber perdido el anillo mencionado, cuando la esposa del fallecido quiso recuperarlo. Varios de los sobrevivientes sufrían el síndrome post traumático, por eso, no encontraron muy extraña la conducta de su líder.

“La mujer que no estuvo aquí”

Con la estrategia del “bajo perfil” Tania Head duró seis años en la directiva de la organización. Su gran desplome ocurrió cuando Angelo J. Guglielmo Jr. quiso filmar un documental, entrevistando a los seis más importantes testigos del 9/11. La española figuraba en el primer lugar con su novelesca historia. Aunque ella se negó, apelando al síndrome post traumático, el comunicador quiso incluir, al menos, su biografía. Así, se contactó con los padres de David X, quienes le manifestaron su opinión sobre la falsedad de la relación amorosa. Guglielmo descubrió que Tania era un pseudónimo y que no figuraba en los archivos de Harvard ni Stanford, como tampoco, había ingresado a los Estados Unidos durante la semana de la tragedia. En Barcelona, contactó a testigos que acreditaban lo del viaje y del novio americano, pero muchos otros, la habían visto en la ciudad los días 10 y 11 de Septiembre.

La verdad estalló como una bomba. Guglielmo cambió el guion y junto a la periodista Robin Gaby Fisher transformó su investigación en un libro y en el documental titulado: “The woman who wasn’t there: The true story of an incredible deception” (La mujer que no estuvo allí: La verdadera historia de una increíble decepción). La revelación provocó el cierre del sitio web y conmoción en la prensa. Tania Head envió un último email, señalando su  frustración ante los miembros que habían creído en las "mentiras del periodista". Anunció que se suicidaría, hecho que no ocurrió. Debido al gran trabajo que había realizado, no le hicieron cargos ni juicios. Simplemente, desapareció de la vista pública. Fue vista un par de veces con su madre en New York y se sabe que sigue en España con otro nombre.  En el libro, diversos psicólogos estiman que Alicia tal vez sufría de histrionismo o de un trastorno delirante que la hacían confundir la fantasía con la realidad.  Alicia Esteve jamás quiso contar su versión de los hechos.

(María del Pilar Clemente B.)

 


martes, 8 de septiembre de 2020

Caballos, Crueldad y un Viejo Libro

 

¡Me impresioné!. Una muy querida Millennial me contó que uno de los libros que marcó su adolescencia fue “Black Beauty”, de Ana Sewell. Se trata de una dramática novela del siglo XIX, traducida al español como “Azabache” (Piedra negra e intensa), cuyo tema es la autobiografía de una yegua. Aquel sensible punto de vista la había inclinado hacia el veganismo y al amor a los animales. No es común que un viejo libro publicado en 1877 cale hondo en el alma de los tecnológicos jóvenes actuales. ¡Como para relinchar de admiración!

Pañuelos y llanto

Corrían los años 70’s y recién nos habíamos venido desde Los Andes a Santiago. Mi mamá era una viuda de treinta y cuatro años, luchando por alimentar a sus dos hijas. Durante las vacaciones del colegio, ella trataba de enriquecernos la vida a través de la literatura. Así, en diversas Navidades llegaron a nuestras manos varios títulos. Uno de ellos era “Azabache”. Venía acompañado por la colección de cuentos de Hans Christian Andersen (los verdaderos, no los “maquillados” y descafeinados). Recuerdo también un bonito libro ilustrado de Charles Dickens, coterráneo y contemporáneo de Ana Sewell. Junto a mi hermana nos quedamos cortas de pañuelos (todavía de tela) para secar el océano de nuestras lágrimas. Dickens y la Sewell no escatiman palabras para describir la pobreza, el egoísmo, la desigualdad y la contaminación de aquel Londres industrial del siglo XIX. Imposible olvidar la espantosa escena de una niña mendiga muriendo de frío, mientras observa por la ventana a una familia reunida en torno a una opulenta mesa navideña. Terrible y realista es también la descripción de la yegua Azabache, frente a la agonía de un caballito azotado hasta la muerte por no levantarse y arrastrar una carga superior a su peso.

Primera denuncia ante la crueldad

Ana Sewell fue una niña tímida, criada en una familia protestante de Inglaterra. Leía mucho y ayudaba a su madre a escribir libros de crecimiento espiritual. A los catorce años su vida cambió. Sufrió una caída donde se quebró ambos tobillos. Nunca pudo volver a ser la misma y debió usar siempre muletas. Además, el clima húmedo no favorecía su salud. Esta desventaja la hizo muy cercana a los caballos, ya que poseía un carruaje individual en el que se movilizaba a todas partes. Se demoró seis años en escribir su única novela, “Black Beauty”. No estaba destinada  a los niños, sino que a los adultos que trabajaban con caballos. Como todos sabemos, en la época de la autora, estos animales eran el motor de las actividades humanas. Servían en las granjas, en el transporte de carga y pasajeros del “novedoso” ferrocarril. Figuraban en las calles, en el hipódromo, la policía, las fuerzas armadas y en los hogares que podían darse el lujo de mantenerlos para la diversión o cacería. Un caballo de “vida acomodada”, podía pasar de la noche a la mañana a las peores condiciones. Cualquier enfermedad, el dislocarse una pata, la vejez, significaba la pérdida de su valor y eran regalados o vendidos por unas pocas monedas a dueños inescrupulosos, quienes los explotaban hasta matarlos. La autora dejó muy en claro que su anhelo era despertar la bondad y el trato humanitario hacia estos nobles seres. Aunque la Sewell falleció de tuberculosis a los cinco meses de publicar su obra, el libro generó consciencia y terminó con el uso del  “engallador”, una especie de collar que obligaba al animal a mantener el cuello en alto. Esto les otorgaba una silueta elegante, pero era una dolorosa tortura que les impedía reaccionar al peligro. Así, muchos accidentes de carruajes ocurrían por dicha causa. Hasta “Black Beauty”, las masas consideraban a los animales como máquinas para sacar provecho con un mínimo de alimentos y cuidados.

Más amor, más humanidad

Hoy, que todavía se ven animales abusados y golpeados, como los malogrados perros Cholito y Weichafe (Chile), es importante difundir en los niños la novela “Azabache”. Cierto, no es una historia de Walt Disney, pero enseña esa realidad fría, que tanto se necesita. Mantener a los chicos en burbujas de cristal, lejos de los dolores y fracasos, no los ayudarán a comprender a otros ni a ser mejores personas. “Black Beauty” vino a mi memoria en el 2018, cuando en Pichilemu falleció en un accidente la activista y amante de los animales, Sol Jara Pizarro. Por esas ironías del destino, su vehículo colapsó ante un caballo extraviado en la carretera. Un pobre equino desatendido por su dueño. Esa madrugada de niebla, la mujer y el animal se hermanaron en una muerte evitable. Por eso, me volvió la esperanza cuando Karina Puvogel me comentó lo importante que había sido para ella leer “Azabache” durante su adolescencia. Hagamos que el legado de Ana Sewell (iniciado en 1877), siga vigente en las nuevas generaciones. ¡Bravo!

(María del Pilar Clemente B.)


domingo, 23 de agosto de 2020

¡Larga vida a la palabra POTO!

 

Censurada por décadas, foco de risas, inspiradora de chistes picantes y suave reemplazo al rudo “culo” español, pocos se han preocupado por sus orígenes. De uso común en Chile, Argentina, Bolivia, Perú y Ecuador es la ÚNICA sobreviviente de la antigua cultura Mochica peruana. Significa “posaderas o nalgas” y aunque debió ser la menos “elegante” de su lenguaje, se filtró entre los quechuas (Incas) para describir jocosamente los cántaros de base ancha (poto grande). Servía perfecto para resaltar el parecido de la cerámica con la silueta femenina. Al igual que hoy, los varones apreciaban los traseros generosos (con fines de fertilidad, claro está). A los españoles, sin duda, les hizo gracia aquella exótica palabra que calzaba con el vocablo catalán “pot” (olla de barro) y el latín “pottus” (potaje o sopa en cazuela de barro). ¿Y bien? ¿Cuál es la gracia del “poto”? Bueno, además de indicar la parte donde “la espalda pierde su casto nombre”, es embajadora de uno de los imperios más importantes (y menos conocidos) de Sudamérica.

Grandeza y fragilidad

Los Mochica o Moches dominaron por 600 años la costa norte del Perú (siglos VII-XIII D.C.). Sus  ingenieros convirtieron el desierto en un vergel gracias a los canales de regadío, construyeron pirámides con adobes (Huacas), desarrollaron complicadas jerarquías sociales y una artesanía espectacular: vasijas con formas (casi reales) de humanos y animales, murales de colores, joyería, técnicas de pesca con canastas de totoras y más. Fueron avezados militares y comerciantes. Solo fallaron en un “pequeño” detalle”: Su gusto desmedido por los sacrificios humanos. Cifraban su éxito en contentar a los dioses. Prisioneros de guerra, ciudadanos seleccionados, vírgenes, ancianos y niños, eran involuntarios protagonistas de crudos rituales que se realizaban siguiendo el calendario, las necesidades, miedos, sequías, enfermedades, augurios o “ejemplos educativos” para la población. Según dicen, era un espectáculo pródigo en sangre, tripas y descuartizados. ¡Hasta los Mayas habrían vomitado!. La tumba del Señor de Sipán (descubierta en 1987) es todo un muestrario cultural de los gestores de la palabra “poto”.

Se vinieron abajo por un brusco cambio climático (hoy se sabe que fue el fenómeno del Niño en su peor magnitud). Las lluvias rompieron el frágil equilibrio ecológico que mantenía su prosperidad. Las inundaciones destruyeron el sistema de regadío, se perdieron las cosechas, se derrumbaron las casas de adobe y luego, vino la sequía. Fueron diezmados por las epidemias y el hambre. Los que sobrevivieron se mataron unos a otros, disputando los escasos recursos (y las cuotas de poder). Fueron aniquilados por los guerreros Huari, quienes trajeron la cultura Tiahuanaco. Posteriormente, los Incas llegaron al territorio. Los hijos del sol duraron breves cien años, aunque generaron más publicidad por su caída ante los conquistadores europeos y los turísticos misterios de Machu Picchu.

No escondas el “poto”

Cuando dices  “no le quite el poto a la jeringa”, “vives en el poto del mundo” o “no quiero usar anteojos poto’ e botella”, rindes tributo a esos trágicos ancestros. Puedes balancear la “colita” argentina, el “derriere” francés, las académicas “nalgas” o los anatómicos “glúteos”, sin embargo, volver la mirada hacia el desplome Mochica ayudaría a comprender el eficiente uso del agua y a poner atención a las fallas sociales y del clima. Las teorías conspirativas, los sacrificios rituales y las cacerías de brujas no son las mejores herramientas para construir el futuro de los Sudamericanos del siglo XXI. ¿Aprenderemos la lección? “Poto, poto, poto…Lo dije ¿y qué?” (Yerko Puchento).

(Por María del Pilar Clemente B.)

 

 

viernes, 7 de agosto de 2020

ANTONIA y ÁMBAR con "A" de ángeles

Los rostros de Antonia Barra y Ámbar Cornejo nos sonríen confiados desde las notas de prensa. Podrían ser nuestras hijas, sobrinas, nietas, hermanas o amigas. Podrían estar vivas y tener un futuro. Pese a las distancias geográficas y la realidad socioeconómica, ambas jóvenes fueron víctimas de alevosos crímenes. Antonia (23) se quitó la vida después de haber sido violada y amenazada. Ámbar (16), fue brutalmente asesinada por la pareja de su madre. Dos tragedias que pudieron evitarse.  

Manipuladores sexuales

Antonia cayó en una eficaz táctica de manipuladores sexuales. Se trata de presentarse en las redes sociales ( y en persona) como “joven de excelente presencia y educación”. ¿Quién va a desconfiar de las bebidas que te ofrece un simpático galán?  Emborrachar o drogar a la “presa” es más antiguo que el hilo negro. Sucede todos los días y se basa en hacer creer a la víctima que el sexo fue consensual. Si la agredida se enoja, se le muestran fotos comprometedoras, se manipulan sus emociones y se le aconseja “silencio”.

Algo parecido le ocurrió a Natalee Holloway en el 2007. La adolescente norteamericana viajó junto a sus compañeros de secundaria a la isla de Aruba. En una discoteca fue abordada por Joran Van der Sloot, el apuesto hijo de una reconocida familia local. Confiada en que nada malo puede ocurrir en un paraíso, la chica aceptó las copiosas bebidas y no regresó al hotel con su grupo. Natalee desapareció y la policía de Aruba la culpó (indirectamente) por su fatal e incógnito destino. Lo que de verdad ocurrió se supo tres años más tarde, cuando Joran Van der Sloot repitió el mismo comportamiento en Lima, con la peruana Stephany Flores. Cámaras de video lo delataron en su rol de seductor, violador y además, asesino.

Las cámaras de video y conversaciones grabadas en celulares también fueron claves en el caso de Antonia, aunque a ella no le sirvieron de mucho. Cargaba con la vergüenza de lo sucedido, se sentía sucia y culpable. ¿Quién creería su versión? ¡Ni siquiera su ex novio fue capaz de confiar en ella! Prefirió quitarse la vida ante la incapacidad de seguir luciendo “normal” frente a sus amigos y conocidos. Al menos, aquellos testimonios presentados por sus padres, llevaron a Martín Pradenas a prisión preventiva. ¿Actuará la justicia?

Femicidios sociales

En el caso de Ámbar, al drama disfuncional de sus padres se sumó el gravísimo error de la justicia chilena de liberar en el 2016 a Hugo Bustamente, un hombre que había asesinado en el 2005 a su ex conviviente y al pequeño hijo de ésta. Como buen psicópata, se buscó una nueva mujer a quien dominar. Entonces, la que sobró fue la hija de ésta, Ámbar.

Aunque no me gusta mucho el término “Femicidio”, ya que considera que se mata a alguien solo por el hecho de ser mujer, en ambos casos grafica el comportamiento de quienes hicieron la vista gorda o estaban demasiado sumidos en sus individualismos como para percibir los silenciosos gritos de ayuda. Por ejemplo, todavía perdura la creencia que la violencia doméstica es “privada” y que solo en la televisión una pareja agresiva puede llegar al asesinato (o esconde el secreto de ya serlo).

Es femicidio juzgar a una adolescente ebria, drogada o ligera de ropas por “buscarse su desgracia”. Lo mismo que el despecho o los celos machistas, que niegan la realidad de una violación. Lo es todo aquel “buen compadre” que no se atreve a “pararle el carro” al amigo que anda en malas intenciones en una fiesta. Ni la madre de Ámbar pudo evitarle a su hija el riesgo de venir a la casa. ¡Pongamos atención! ¡Miremos alrededor! ¿Cuántas mujeres (y más de algún varón) cercano está sufriendo abusos o padece una sospechosa depresión? ¿Seguiremos simulando no ver la agresividad de alguna pareja o en nuestros hijos, nietos o hermanos?  

Antonia y Ámbar comparten la “A” de ángeles. No porque hayan sido santas o de “intachable conducta”. Fueron ciegas ante el peligro. Confiaron en el ser humano. Quizás, creyeron que todo varón es un caballero. Una simple conversación profunda puede marcar la diferencia. ¿Cuántas tienen que morir para darnos cuenta de que clamaban por ayuda?

(María del Pilar Clemente B.)

sábado, 1 de agosto de 2020

¿PROFECÍAS? De un incendio imaginario... a otro muy real


Hoy, todos aseguran recordar alguna profecía sobre la pandemia. Otros, hablan de ciclos que se repiten. Lo cierto es que existen deslices entre la ficción y la realidad. De hecho, el hundimiento del Titanic (1912) fue “telegrafiado al universo” en 1898 por Morgan Robertson en su novela “The Wreck of the Titan or Futility” (El hundimiento del Titán o la superficialidad), en la que imaginaba el choque de un lujoso transatlántico con un iceberg en su viaje inaugural. Era una suerte de “castigo” a la frivolidad humana. Las similitudes entre la tragedia de papel y la real son escalofriantes.  Algo similar ocurrió con la película “The towering Inferno” (1974) y la Torre Santa María en Santiago, Chile. Recuerdo haber asistido al cine Santa Lucía (famoso por sus efectos “sensurround” que hacían gritar al público). Entonces, los temas sobre tiburones y desastres (“La aventura del Poseidón”, “Terremoto”) estaban de moda. Tuve que esperar a cumplir los 14 años para ser admitida como “espectadora madura”. La trama era simple. En San Francisco se inauguraba la torre de cristal más alta del mundo (138 pisos). Por abaratar costos, unos cables eléctricos de pésima calidad prendían llamas en el piso 81. Dos guapetones, Paul Newman y Steve McQueen, encarnaban al honesto arquitecto y al valiente bombero que arriesgaban su vida para salvar a las celebridades que festejaban en las alturas.
 
  Símbolo de la modernidad
 
La película todavía estaba en cartelera (duraban años en las salas) cuando se inició la construcción del edificio más alto de Santiago. Fue publicitada como una “copia” de las Torres Gemelas de Manhattan (aunque solo tendría 33 pisos). Los santiaguinos no la vieron con buenos ojos. Acostumbrados a los terremotos, los debates se centraron en la seguridad sísmica. Desde 1972, el “rascacielos oficial” de la ciudad había sido el Santiago-Centro (25 pisos) al que se le adjudicaba el falso mito de “estar inclinado como la torre de Pisa”. En enero de 1981 la empresa Alemparte, Barreda y Asociados dio por finalizada la obra. Se proyectaba una espectacular inauguración. Entonces, yo acababa de finalizar mi primer año en la Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile. En marzo, el inicio académico venía con desagradables sorpresas. En 1980 el régimen de Pinochet había firmado la nueva ley de universidades. Permitía el ingreso de establecimientos privados, el cobro de mensualidad (hasta ese momento era arancel diferenciado) y el desmantelamiento de los campus en la Ues públicas. Nadie nos envió carta ni avisos. Junto a mis compañeros deambulamos por diversas partes hasta descubrir que habíamos sido trasladados a un incómodo y horrible “cubo de departamentos”. Digeríamos ese trago amargo, cuando comenzó el incendio en la Torre Santa María.
 
Se desata el drama
 
El incendio fue uno de los primeros en ser televisados desde sus inicios. Los estudiantes de los últimos cursos tuvieron el derecho a llevarse las pocas cámaras viejas que tenía la escuela para ir a fotografiar. Cundía la incredulidad. Adentro, habían equipos de trabajadores que instalaban las alfombras y cortinas para las oficinas. Nadie se percató que usaban un pegamento muy inflamable. Las llamas estallaron en el piso doce, por un cigarrillo mal apagado. Todas los cuerpos de bomberos de la ciudad asistieron a un rescate casi imposible. Por un lado, las piletas y jardines impedían el acceso, las escaleras no daban el largo y el helipuerto de la terraza no pudo ser utilizado (materiales acumulados). Hubo once muertos. Varios se lanzaron al vacío y otros fallecieron en los ascensores. La gente comentaba que la película se había hecho realidad y que la torre estaba “maldita”.
 
1981, año “Non grato”
 
La desgracia llegó acompañada. Se desató una nueva crisis económica mundial, los psicópatas de Viña del Mar (los ex carabineros Jorge Sagredo y Carlos Top Collins) siguieron asesinado parejas hasta 1982, salieron al mercado las flamantes AFP (polémicos fondos de jubilación) y en el ámbito internacional, Ronald Reagan (USA), el Papa Juan Pablo II y el presidente de Egipto, Anuar el Sadat fueron baleados (el egipcio falleció). Nos endulzaron el ánimo con el merengue dorado del príncipe Carlos y la tímida Lady D desfilando hacia el altar. En la Escuela, el video y álbum “Alturas de Machu Picchu” (Los Jaivas), nos acarició con su vuelo de paz y esperanza. La torre siniestrada dejó lecciones de seguridad, no obstante, su fama de “mala suerte” y de estar habitada por fantasmas, nunca cambió. Después de varios problemas, recién en el 2017 se construyó su gemela, con el nombre de Nueva Santa María. ¿Habrán impulsado estas accidentadas “copias” las malas vibras del futuro 9/11/? Nunca se sabe, todo es circular. (María del Pilar Clemente B)

viernes, 31 de julio de 2020

¿Quién Quiere Ser "Perridente"?

 
En medio de esta pandemia mundial, el oficio de Primer Mandatario de la Nación (con mayúsculas) ha ido en caída libre. No reluce entre las profesiones más codiciadas por la juventud. Solo el salario parece incentivar a los que saben que nunca ganarán esa cifra en el sector privado. Hoy, la mayoría de los actuales mandatarios presentan cifras rojas en el apoyo popular. El caso de Sebastián Piñera (Chile) es más duro, ya que venía tropezando desde Octubre del año pasado. En pocos meses, hasta su coalición le ha dado la espalda. ¿Renunciará? Revisando la prensa, se vislumbra otro “problemita”. No hay valientes que quieran asumir gustosos su reemplazo durante la pandemia. Es casi equivalente a inmolarse a lo Bonzo (salvo que se pueda hacer bajar del cielo a un ángel con vacunas y dinero a granel). En épocas de gloria, todos quieren el poder. Durante las vacas flacas, todos arrancan. En el video-programa “La Cosa Nostra”, tres intelectuales criollos le consultaron a Izkia Sitches (líder del Colegio Médico), si Piñera “pasaría agosto”. Ella aseguró que el solitario gobernante llegará hasta el final de su período. Argumentó que el establishment impedirá su renuncia, pero que en caso de ocurrir, ningún rival o amigo estaría dispuesto a reemplazarlo. La misma Izkia (pese a tener un alto porcentaje de apoyo en las encuestas), negó enfáticamente el deseo ocupar el espinoso sillón. En la tele, la ex presidenta Michelle Bachelet, respondió a la misma pregunta con un: “Sobre mi cadáver”. No sorprende. Recibir los estragos sociales y económicos del coronavirus equivale a recibir un escorpión venenoso en las manos. Aunque no lo digan, resulta más simple esperar a que la picadura mortal termine de infectar a quien actualmente gobierna. ¿Y tú? ¿Lo serías? La carencia de aspirantes nos lleva a reflexionar sobre qué estamos enseñando en nuestros hogares sobre democracia y asuntos cívicos. Que en los colegios no se eduque al respecto, no implica que evadamos dicha tarea. Varios años atrás, cuando mi sobrina era niñita, traté de despertar en ella la ambición de llegar a ser la primera mujer en el palacio presidencial (Todavía no era electa la Bachelet). Recodé relatos de parientes que habían estudiado en Liceos emblemáticos en épocas previas a 1973. Según decían, la educación cívica era tan importante que se simulaban candidatos y elecciones en las aulas. Además, se iba a votar en tenida elegante y los abuelos incentivaban a los niños a participar en asuntos cívicos. Los padres de mi sobrinita no tardaron en demoler toda aspiración de ella hacia el servicio público. La explicación fue (y sigue siendo) que “solo los ladrones y mediocres” llegan allí. Entonces, si nos hemos pasado décadas repitiendo lo mismo, no es rato que nuestras palabras se hayan hecho realidad. Si los mejores ciudadanos se han marginado, es obvio que los peores están ocupando la representación popular. Si no incentivamos a los niños con ideas positivas sobre la participación democrática, es fácil que ante problemas complejos cunda el pánico. ¿Quiere usted un presidente o un “perridente”?. ¿Existirá algún niño soñando con ser presidente de la República? ¡Guau, guau! (Por María del Pilar Clemente B).

jueves, 18 de junio de 2020

Los Vestigios Cotidianos de Oreste Plath

 

Oreste Plath fue un gozador de cada minuto, un investigador incansable del folclore popular, de las tradiciones, las costumbres, el lenguaje y todos esos detalles que forman el alma de una comunidad, pueblo o nación. “El Santiago que se fue, apuntes de la memoria” fue su libro póstumo, publicado en 1997, al año de su fallecimiento.  Es un testamento y testimonio a la vez. Cada capítulo rescata edificios, restaurantes, teatros, barrios y personajes que alguna vez habitaron la geografía del gran Santiago de Chile.

Solemos hacernos la ilusión de que los hitos citadinos nos acompañarán durante generaciones. Lo cierto es que toda constructo humano depende de catástrofes naturales, guerras y los llamados históricos que convierten en cenizas lo antes venerado. Lo que ayer nos parecía eterno; al siguiente día ya no está. El incansable Oreste tuvo ojo para captar la escasa importancia que en Chile se da al valor patrimonial cultural y natural. La actual desacralización y desplome de monumentos ha puesto el tema en el tapete, sin embargo, los destrozos, demoliciones, incendios intencionales, uso indiscriminado de aguas y tala de bosques nativos se arrastra desde muchas décadas atrás. Ya la sociedad post-Independencia se apresuró en reemplazar la arquitectura colonial por el “nuevo estilo francés”. ¡Hasta el legendario puente de Cal y Canto no sobrevivió a la picota! Pese a las guerras y los horrores, en muchos países duele  deshacerse de la memoria. De hecho, la consideran parte del turismo.

Paseando por lo que ya no está

Rincones donde los poetas y estudiantes de los años ‘30s, pasaban su tiempo, viejos periodistas autodidactas, La Piojera, Confitería Torres, El Bosco, la pérgola de las flores, El Goyesca, el portal Fernández Concha, la Alameda de las Delicias, los tranvías, la Quinta Rosedal, el Hotel Crillón y nombres de personajes como Tito Mundt, Joaquín Edwards Bello, Marta Brunet, Teresa Wilms Montt, Romeo Murga, la viuda de Vicente Blasco Ibáñez, Miguel Fernández Solar, Pablo de Rokha, Andrés Silva y toda una cohorte de fantasmas, me hacen evocar una ciudad en escala humana, donde sus habitantes confluían en similares espacios públicos. Épocas en las que el antiguo centro era el polo económico-político y recreacional de la capital. ¿Cuándo los santiaguinos dejaron de sentirse una comunidad? ¿Alguna vez lo fueron? Preguntas que se asoman al releer las páginas de este libro. Recuerdo que lo compré para apoyar mi gusto por descubrir lugares especiales de Santiago. Por largo tiempo tomé el desafío de subir a un microbús con alguna vaga referencia y sorprenderme con el encanto de alguna calle, boliche, plaza o monumento. Lamento que no existieran entonces las redes sociales para haber dejado constancia de mis “descubrimientos”.

El poder de la anécdota

En todos los libros, Oreste Plath cumplió con el rol de registrar lo que su insaciable curiosidad iba captando: juegos infantiles a los que nadie daba importancia, “picadas” culinarias, anécdotas de famosos (y no tanto) dramas de tinta roja, fiestas tradicionales, las animitas, el lenguaje de la calle, la identidad de los campos y ciudades. Tomó notas de todo. Quizás sabía o intuía que la memoria se afirma en la fragilidad de ser replicada por las nuevas generaciones. Por eso, el libro estremece, pues valora lo que nos parece tan cotidiano. Algo que esta pandemia y los estallidos sociales en varias partes del mundo nos han cuestionado: ¿Cuánto dura todo? ¿Qué es la “normalidad”? ¿Qué nuevas tradiciones y costumbres están por nacer?

  

 

 

viernes, 29 de mayo de 2020

Gracia Barrios y una época que se nos fue


GRACIAS   BARRIOS  Y UNA ÉPOCA QUE SE NOS VA

 

Me entero del fallecimiento, a los 92 años, de la pintora chilena Gracias Barrios. Su triste partida me hace reflexionar que hace años el debate artístico se ha ido enmudeciendo en Chile. Alguien podría mencionar la performance “Hambre” ( Delight Lab) pero pertenece a lo efímero-tecnológico. Gracia Barrios apunta a lo trascendente.

Un día de 1986 fui a entrevistar a Gracia. Yo llevaba tres años en El Mercurio y todavía lucía como recién titulada. Ella, junto a su esposo y artista José Balmes, acababan de regresar del exilio en Francia. No recuerdo exacto donde exponía, pero bien pudo ser la Casa Larga de la también retornada Carmen Waugh (ese año comenzaron a regresar muchos exiliados a Chile). Su historia tenía aires de romanticismo épico. Ella, hija del famoso escritor Eduardo Barrios, autor del libro que todos leíamos en el colegio “El niño que enloqueció de amor”. José, hijo de una familia Catalana y Republicana que escapó de la Guerra Civil española en el buque Winnipeg, gestión de salvamento realizada por el poeta Pablo Neruda en 1939. Ambos artistas se conocieron y amaron durante su gestión en el Grupo Signo, una vanguardia del abstracto conceptual que tuvo un abrupto fin con el Golpe de Estado de 1973. De aquella larga entrevista, solo me publicaron un breve párrafo destinado a ilustrar sus interesantes pinturas y grabados en la revista “Vivienda y Decoración”.  Pese a lo breve, seguí realizando entrevistas largas para aprender sobre la emergente actividad que estaban tomando las galerías de arte en Santiago. Recuerdo la de Ennio Bucci, Gema Swinburn, el nuevo Instituto Cultural de las Condes, el Museo de Bellas Artes, el Instituto Chileno Francés, el Goethe Institut y la Galería El Cerro. Muchas de los encuentros ocurrían en Bellavista, barrio que renacía de sus cenizas y que brillaba en cafés, restaurantes, músicos callejeros, velas, guirnaldas luminosas, talleres de joyería, artesanía fina, ropa de diseñadores, teatro callejero, una remodelada Plaza Camilo Mori (con su casona rosada), la avenida Perú y el funicular del Cerro San Cristóbal. Parecía una primavera ante el recién finalizado toque de queda y el aislamiento cultural.  

Las voces disientes

En aquella época, solía hacer coincidir las “notas a los artistas” con las tardes de viernes para aprovechar que el taxi mercurial me “bajara” de la lejanísima Santa María de Manquehue hasta el centro de Santiago. Así, después de una reconfortante conversación sobre arte, me iba a juntar con mis amigas a Bellavista. Entrevisté (entre otros) a José Balmes, Conchita Balmes (la hija de José y Gracia), Carmen Aldunate, Gonzalo Cienfuegos, Francisco Brugnoli, Mario Irarrázaval, Bernardita Zegers, Mario Toral, Bororo, Samy Benmayor y al “regio” Nemesio Antúnez en su Taller 99. Este último, retornaría en los 90’s a la televisión con el programa “Ojo con el arte” y sería nombrado director del Museo de Bellas Artes, lugar que se convertiría en epicentro noticioso por sus estupendas exposiciones internacionales, audacias artísticas y una cafetería estilo París.

Viene a mi memoria Roser Bru (otra catalana del Winnipeg), muy amiga de los Balmes. Ella me mostró sus sandías y animitas que rescataban el alma popular chilena. En 1974 tuvo la audacia de montar una controversial exhibición de grabados en la galería de Carmen Waugh, dedicada a Miguel de Unamuno y la Guerra Civil Española. Abundaban los textos en contra de Franco, los que podían leerse en contra de Pinochet. Después de esto, tuvieron que salir de Chile.  

El arte daba que hablar

En la década del 80’s el arte provocaba polémica en los medios de comunicación. Revistas opositoras como La Bicicleta, Pluma y Pincel, Apsi, Mensaje y Hoy reporteaban todas las actividades que organizaban escritores, actores y artistas. Las performances urbanas del grupo C.A.D.A (Colectivo Acciones de Arte) eran muy comentadas. En 1981 lograron que seis avionetas sobrevolaran Santiago en formación militar y arrojaran miles de panfletos con la frase “¡Ay Sudamérica!”, asunto que se relacionó con una parodia pacífica del bombardeo al palacio de La Moneda por los Hawker Haunters. Desde sus talleres, los artistas proponían, hacían pensar y Gracia Barrios era una de ellas. Sus pinturas con rostros anónimos, rojos y negros, figuras borrosas y la mano con la palabra NO (destinada al Plebiscito de 1988) eran asuntos vigentes, comentados los lunes en las oficinas y universidades.

La muerte de esta gran creadora chilena ha dejado en evidencia hasta qué punto nos hemos olvidado de quienes gestaron la cultura entre 1950 a 1990. Incluso el barrio Bellavista, símbolo de aquel despertar, se está sumergiendo en el abandono, la destrucción y el olvido. (Por María del Pilar Clemente).

viernes, 15 de mayo de 2020

Derechos, deberes... ¿Cuál es el rumbo de los DDHH?


DERECHOS, DEBERES… ¿Cuál es el rumbo de los DDHH?

 

En 1948 ocurrió un hito histórico. En la recién fundada Organización de las Naciones Unidas (ONU) se firmó la Declaración Universal de los Derechos y Deberes del Hombre. Aunque después se eliminó la palabra “Deberes”, varios puntos del documento conservan aquel sentido. Son 30 artículos que recorren las necesidades  más sensibles de ser humano: la vida, libertades, trabajo, educación, vivienda, alimentación, salud, expresión y desarrollo como individuo. Fueron un consenso inspirado en los grandes valores que venían promoviendo filósofos, científicos e intelectuales desde la época grecolatina, reforzados en el siglo XVII. El ideal de una educación masiva como eje del progreso (Ilustración), justicia para todos y el “nunca más” a las guerras, horrores y masacres, generaron el concepto de DDHH. De allí, se derivó la  importancia de fiscalizar el monopolio de las fuerzas de orden que los ciudadanos delegan en los Estados. Habían caído monarquías, imperios y surgido nuevas naciones en el mapa. Latinoamérica y África iniciaban el ascenso desde el tercer mundo hacia estos valores universales.

La polémica de Sergio Micco

Bajo este marco, el encargado de la Oficina de DDHH en Chile, Sergio Micco, apareció en la prensa, destacando la falla de dicho organismo en inculcar en la juventud el concepto de derechos y deberes. De ahí estalló un debate entre los que estaban de acuerdo o en desacuerdo. Surgieron voces apelando que los derechos humanos son inalienables y que no están sujetos a deberes o a relativismos morales. El tema es interesante. Si bien la declaración de DDHH consolida en sus 30 artículos los derechos inalienables, también sugiere ciertos deberes. Así, el artículo 1, indica: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos, dotados como están de razón y conciencia, DEBEN comportarse fraternalmente los unos con los otros”. Además, el artículo 29-1, señala: “Toda persona tiene DEBERES respecto a la comunidad, puesto que solo en ella puede desarrollar libre y plenamente su personalidad”.

Se entiende que la puesta en marcha de tan elevados principios, requiere de ciertas exigencias mínimas de convivencia. Por ejemplo, en el Consultorio de Salud de Algarrobo, hay un cartel donde se advierte que a nadie le será negado el derecho a la atención…salvo que el paciente agreda al personal o rehúse ser atendido por algún facultativo.

En cuanto a educación (por muy gratis que sea), el estudiante está obligado a realizar tareas y pruebas para recibir tal derecho y avanzar al siguiente curso. No en vano en otros países se llaman “deberes escolares”. Si alguien desea postular a un beneficio estatal, el ciudadano debe llenar una forma y acreditar que lo necesita. El artículo 23-1, señala en su párrafo final: “La persona tiene derecho a los seguros de desempleo, enfermedad, invalidez, viudez, vejez y otros casos de pérdida de sus medios de subsistencia por circunstancias INDEPENDIENTES DE SU VOLUNTAD”.

Esta pequeña frase es clave. De no existir, cualquiera de nosotros (con un buen abogado) podría exigir al Estado que nos diera techo, trabajo y vivienda, sin hacer a cambio absolutamente nada. Solo por estar vivos y por tratarse de derechos inalienables.

¿Servilismo al poder?

No pocos acusaron a Micco de “servilismo al poder” o tener una visión política-partidaria en favor de Piñera. Coincido en que una misión clara para cualquier oficina de DDHH debiera ser AJENA a intereses y beneficios partidistas de TODO tipo. Felipe Portales, sociólogo y autor del libro “Los mitos de la democracia chilena”, reiteró en un comentario de El Mostrador, que los representantes de los DDHH solo tienen atribuciones jurídicas ante los abusos del Estado contra los ciudadanos. Así, los delitos o agresiones entre ciudadanos caerían en el marco de la justicia penal, laboral y civil locales. Hasta ahí, de acuerdo. Sin embargo, agregó que las opiniones de los representantes de DDHH no podrían referirse a temas de injerencia política o social fuera del axioma Estado-ciudadanos; Estado-versus otros Estados. En suma: ¿Tendrían los personeros de DDHH que usar anteojeras y no analizar y orientar el contexto político, social y económico que rodea el abuso de funcionarios del Estado? Todos sabemos que el opinar, no implica abrir un nuevo caso jurídico, sino que otorga un marco a la realidad. De hecho, en el portal de la ONU existen ensayos y documentos que abarcan espectros más amplios que la contabilidad de casos  mundiales.

Cuestionamiento al delito y al derecho  

Según Felipe Portales, el tema pasa por el ámbito conceptual o el espíritu de los derechos humanos. Dice: “Cuando se trata de una persona común que asesina a otra, es un delito gravísimo contra la vida, pero NO es una violación al derecho a la vida”. Así, SOLO los Estados provocarían la violación a un derecho. Las violaciones entre ciudadanos o de ciudadanos contra el Estado, serían simples delitos sin adjetivos, destinados a los tribunales locales. Efectivamente, la justicia de cada país acoge y castiga los delitos, sin embargo, los principios generales son los mismos, ya que caen en los llamados “valores universales”. Ahí se equivoca Portales. Matar o asesinar despoja del derecho a la vida, no obstante su relevancia jurídica vaya a tribunales internacionales y otros, a los nacionales. En suma, DDHH no está obligado a denunciar y acoger los temas civiles, laborales y penales de cada país, pero sí podría dar directrices, opinar sobre fenómenos como el femicidio, porque existe el valor universal del derecho a estar vivo (el más importante en la declaración de 1948). Esto nos lleva a una pregunta: ¿Qué sucedería si, en Chile por ejemplo, dos grupos de ciudadanos, premunidos de piedras y palos se atacaran a muerte en una calle e intervinieran las fuerzas policiales? Sabemos que el organismo se preocuparía de los abusos de las fuerzas de orden en contra de las dos pandillas o grupos. ¿Y si la pelea surgió por racismo o fanatismos religiosos, ¿no habría que elaborar algún informe y opinar sobre la amenazante realidad de los grupos racistas o fanáticos religiosos que atentan contra los derechos humanos? Repito: elaborar un informe no implica asumir la pega de los tribunales locales.  

Educar para el bien común

Al finalizar su artículo, Portales reflexiona que hace falta enseñar el tema de los DDHH en las escuelas. No menciona a la educación cívica. Ahí viene otro error. Es imposible educar en derechos humanos si no se abarca todo el espectro cívico de una sociedad. La Declaración Universal de DDHH es la pauta, un faro de luz, cuyos principios se incluyen en la mayoría de la Constituciones democráticas de cada país. Desde allí, se traducen en normativas destinadas a su cumplimiento, es decir, no basta con dar a conocer la existencia de estos derechos y su rol fiscalizador.  Los Estados no son entes abstractos. Quienes lo hacen funcionar son personas comunes y corrientes elegidas a través del voto, o son empleados, funcionarios en los distintos aparatos de orden y servicio público. Si los ciudadanos no entienden lo que es vivir en comunidad y que los valores inspiradores de los DDHH deben ejercerse en la vida diaria, es bien poco lo que se puede prevenir en corrupción, falta de ética y abusos del Estado.  Veamos el artículo 29-2:

“En el ejercicio de sus derechos y en el disfrute de sus libertades, toda persona estará solamente SUJETA a las limitaciones establecidas por la ley, con el único fin de asegurar el reconocimiento y el RESPETO de los derechos y libertades de los DEMÁS, y de satisfacer las JUSTAS EXIGENCIAS DE LA MORAL, del orden público y del bienestar general de una sociedad DEMOCRÁTICA. Una reflexión clave para reconstruirnos después de la pandemia.

(Por María del Pilar Clemente)

 

 

 

 

lunes, 4 de mayo de 2020

En memoria de Sonia Mardones de Wolleter, Arauco-Lota


EN   MEMORIA  DE  SONIA  MARDONES DE WOLLETER, la mejor amiga de mi mamá en Lota, Arauco.

 

Ayer, cuando la brisa dorada del otoño sacudía los bosques de Arauco, se marchó de este mundo, nuestra querida “tía Sonia”. Era de esos seres inolvidables que la amistad transforman en familia.

Corrían los años 60’s cuando mis padres se trasladaron desde Santiago a Lota. Mi papá había sido contratado por la entonces, Carbonífera Lota Schwager. Yo estaba recién nacida y mi hermana recién caminando. Llegamos a una de las casas pareadas en la calle Parque Luis. A través de esta vía, se accedía directamente a la faena del carbón, la maestranza, los trenes, oficinas y piques (los más profundos de Sudamérica). El mismo escenario, aunque en mejores condiciones, que el descrito por Baldomero Lillo a principios de siglo. En esa calle, vivían también los Wolleter Mardones y sus tres hijos Andrea, Jimena y Carlos Arturo (años después nacería Pía, la pollito). La amistad entre las dos mamás surgió con esa fuerza que da el verse todos los días y el compartir los asuntos escolares de los hijos.

Lluvias y aromas de chancaca

La jornada comenzaba con la sirena de los turnos, cuyas vibraciones parecían llorar con lágrimas de hollín. Los niños, llamados por la campana, nos íbamos a la escuela. Sonia y mi mamá se afanaban en los hogares y se juntaban a tejer chalecos, compartir recetas, organizar cumpleaños y obras de ayuda a los mineros en desgracia. Asistían a las reuniones escolares para hacer realidad las presentaciones artístico-culturales que se realizaban en el teatro de Lota, en el Club Social o en los jardines del bellísimo parque, donde caminaban libres los pavos reales.

La tía Sonia era delgada, trigueña, de risa a flor de labios y siempre dispuesta a acoger a los niños del barrio. El ventanal de su living solía convertirse en improvisado escenario para nuestros juegos infantiles. Durante los inviernos, cuando las lluvias reverdecían los bosques y el viento atormentaba los eucaliptos de la quebrada situada detrás de Parque Luis, Sonia deleitaba a todos con panqueques, picarones, queques con aroma a naranja y sopaipillas pasadas en chancaca (azúcar morena).

Para el año nuevo, se celebraba una cena con orquesta tropical en el Club. Sonia destacaba por su elegancia, siempre a tono con las camelias rojas y blancas que decoraban las mesas. Iniciado el verano, ambas familias partíamos en citronetas a paseos al río Las Cruces, las playas solitarias de Laraquete, la antigua central eléctrica de Chivilingo, el barrio Maule de Coronel, Talcahuano y los infaltables picnics en playa blanca. ¡Qué imborrables huellas nos dejaron el alma esas sencillas entretenciones!

El re-encuentro

Aunque la vida nos separó durante varios años cuando nos vinimos a Santiago, el reencuentro con Jimena a fines de los 80’s volvió a despertar los antiguos lazos. Allí estaba la tía Sonia, siempre dispuesta a enfrentar alegrías y problemas. Ya fuesen terremotos, nietos, el triste cierre del carbón en 1997 o la partida del tío Carlos en el 2009. Participó en el sueño de su esposo de vivir en un parcela en Arauco, plena de jardines (una forma de compensar el haber pasado toda su juventud bajo tierra). Comencé a ir a esa parcela desde el 2005, cuando la Pía vivió conmigo en Santiago. Allí, Sonia me refrescaba la memoria con anécdotas de Lota. Me regalaba detalles desconocidos de mi mamá, quien había fallecido en 1999. Cuando me casé, conoció también a Charlie, quien la llamaba “madre” y le preparaba asados y cócteles.

Sonia también me hablaba de sus vivencias en Mulchén, zona de campo y árboles frutales. Adoraba los encantos de Valparaíso. Una vez fuimos con ella y la Pía a recorrer esos cerros pintorescos y a comer mariscos. ¡Qué buenos tiempos!

El adiós

La última vez que nos vimos (2018) ya estaba enferma. La veo en la cocina, transformando los desayunos en cálidas reuniones familiares. Ayer supe la triste noticia de tu partida, querida tía Sonia. Te llevas contigo parte de mi infancia, el olor penetrante del carbón y de los helechos húmedos. Nos dejas, pero tengo la esperanza de reconocer tu sonrisa luminosa en el sol que besa la bahía de Arauco.  

(Por María del Pilar Clemente B.)

sábado, 2 de mayo de 2020

Vivir y morir en el mundo virtual


VIVIR Y  MORIR  EN EL MUNDO VIRTUAL

 

¿Quiénes somos en el mundo virtual? Dos hechos me hicieron reflexionar. Uno, el haber sido invitada a mi primera fiesta de cumpleaños a través de Zoom. La otra, el fallecimiento de un querido amigo de Barcelona. Alguien que jamás conocí en forma tangible. Me refiero a Fernando Laureano Miranda Artasánchez.

Es el cuarto amigo virtual que he visto partir. La presencia diaria en los muros, grupos o foros digitales hace que nos encariñemos con personas que (como nosotros) existen en otras ciudades, países y barrios. Todos hemos sido testigos de visitantes “desconocidos” que estudian, trabajan, están de novios, se casan, vemos nacer y crecer a sus hijos, aplaudimos a sus mascotas y lloramos sus pérdidas, conocemos a sus padres. ¡En fin! Nos constituimos en parte de sus éxitos, fracasos, enfermedades y dichas. A veces, algunos de ellos pasan a la categoría de “amigos reales” al poder conocerlos en algún encuentro o viaje.

Antes de internet, nuestra red de familiares y amistades era limitada. Dependía de la suerte de tener una familia grande, vivir en un barrio con niños/as de la misma edad, de un escuela acogedora, de veraneos, nuevos empleos, gremios y citas a ciegas. A veces, hasta esa limitada red se iba perdiendo al mudarnos a otra ciudad, divorcios, peleas familiares o fallecimientos. Llamar periódicamente por teléfono y escribir cartas eran la base para mantener un contacto lejano. ¡Ni hablemos de emigrar a otro país!

La muerte

A diferencia del ayer, los difuntos virtuales no desaparecen después del funeral. Si los parientes no cierran sus cuentas, sus muros quedan abiertos como un salón de visitas, una capilla ardiente donde se puede escribir condolencias, recuerdos y los infaltables saludos de cumpleaños, que el algoritmo seguirá anunciando cada año. Algunos optan por borrarlos de sus listas de amigos. Yo prefiero dejarlos ahí, como espíritus susurrantes. Así, puedo revisar sus posteos y captar esa cotidianidad congelada en el tiempo. Conmueve darse cuenta de que el “último relato” no son palabras para el bronce o una despedida. Es como si el dueño hubiese salido a almorzar y colgado el cartelito “Voy y vuelvo”. Entre diario de vida y agenda pública, nuestra forma de ser queda reflejada (casi para siempre) en el tramado virtual. Por eso, no son vanas las recomendaciones de cuidar lo que subimos a internet.

La vida

Me he encontrado también con la vitalidad. Por ejemplo, el primer grupo al que fui invitada (no arrastrada) fue “Diálogo” de Gonzalo Green. Recuerdo que durante los dos primeros meses todos los integrantes mantuvimos una enriquecedora relación de debates, temas profundos y noticias. El momento cumbre fueron las Fiestas Patrias. Sin proponerlo, improvisamos una ramada folclórica. En ese entonces (aprox. 2014) no se usaban tantas fotos, videos o stickers como ahora. Construimos el ambiente a través de las palabras. Sin sonido alguno y sentada frente al computador, asistí a una de las mejores fiestas dieciocheras de mi vida. Todos calzamos perfecto imaginando la decoración, las mesas, los platos típicos, los aromas, la música. Iniciamos un concurso de payas, hubo versos, estrofas de cuecas, brindis…¡En fin! Lo pasamos bomba sin vernos. ¡Qué fuerza tienen las palabras!. Todavía conservo la paya que escribí dedicada a los integrantes del grupo. Gonzalo promovió  la amistad, invitando a su casa en Santiago. En alguno de mis viajes a Chile logré llegar dos veces a estas reuniones en su hogar. Allí conocí “face to face” a varios de los Dialogantes. Desde su silla de ruedas, Gonzalo y su esposa María nos atendían a todos con una ejemplar fraternidad.

Crecer e iluminar

Como vivir no es un camino lineal, el grupo Diálogo pasó por varias etapas, nuevos miembros, alejamientos, bloqueos y hasta un “golpe de Estado” contra el administrador que había expulsado a Gonzalo. Cabe indicar que Fernando Laureano llegó también a ese grupo y siguió compartiendo sus vastos conocimientos de chileno-español en los muros de varios amigos. Participaba también en el universo medieval de un juego de roles. Como recordarán, previo al advenimiento de las redes sociales, estos juegos simuladores de sociedades fantásticas eran la gran atracción de internet. Los personajes o “avatares” cobraban vida en aquella “segunda realidad” y ponían en contacto a personas de diversos países. El tema era alucinante y provocaba polémicas en los medios de comunicación. ¿Terminarían los avatares dominando a sus jugadores?. Aunque las redes sociales opacaron aquel fenómeno, sigue contando con adeptos

El triste adiós

Almeja del Río, María Cristina Craig, Giacomo Marasso y Fernando Laureano Miranda fueron seres vivos, unos desconocidos (si los analizamos con los parámetros de la realidad tangible). Todavía los evoco y durante algunos años, sus muros me seguirán haciendo guiños de estrellas fugaces. La tecnología nos ha dado la oportunidad de iluminar, de crecer y dejar huellas en otros (los que ya no veremos más). ¡No la desaprovechemos!

(Por María del Pilar Clemente B.)