SOPLONAJE
Y FUNAS EN LA ERA DEL COVID19
Me cuentan sobre una joven
mujer contagiada con este temible virus. Tuvo suerte y los médicos la
autorizaron de quedarse aislada en su pequeño departamento en Vitacura,
Santiago. Sus familiares se organizaron para cuidarla, limpiar todo y traerle
comida. (siempre a distancia y con máscaras). La información se filtró y anónimos
vecinos del edificio comenzaron a deslizarle bajo su puerta, papeles con
groserías y amenazas. Según estos “amigables y educados” vecinos, ella debía
desaparecer de la urbe. Supongo que se
sintieron ciudadanos ejemplares, ayudando a denunciar públicamente al leproso.
Ayer, me enteré que la primera familia contagiada de Vallenar (pequeña ciudad
en Atacama) fue amenazada con la quema de su vivienda y golpearle al niño.
Tuvieron que solicitar ayuda especial al alcalde, quien autorizó custodia
policial. Algo similar está ocurriendo en un barrio de inmigrantes haitianos.
La consigna es “si están contagiados deben desaparecer”.
Confusión de valores
No solo en Chile, esta
pandemia está sacando lo peor de muchas personas. Son aquellos que confunden
perseguir, hostigar y amenazar con “responsabilidad ciudadana”. Noto que en las
redes sociales se ha vuelto heroico subir videos funando a personas que “no
cumplen la normativa”. Así, en vez de llamar al guardia del supermercado o
decirle al aludido que se ponga máscara o se aleje, sale más divertido tomar el
video. Se obtienen “likes” y se da “una lección”.
El acusar y perseguir (en un
afán justiciero) es una actitud frecuente en la historia. Está comprobado que si el Estado o alguna élite
poderosa avala la “purga” de ciudadanos “indeseables”, nunca faltan entusiastas
voluntarios para la tarea. Si hay premios o existe el terror de ser castigado,
el apuntar con el dedo al “mal elemento” se multiplica. Las medievales cacerías
de brujas funcionaron gracias a los “soplones”; a los “justos” que parecían
cumplir con su religión. Si se dan las condiciones, el “acusete” sale de su anonimato y se suma
gustoso al apedreo y linchamiento. ¿Naturaleza
humana?
Tristes ejemplos
El convertir al “soplón” en aliado
para “limpiar la zona de enemigos”, es una antigua estrategia de poder. Todo
invasor, caudillo totalitario, dueño del control religioso o entusiasta del “divide
y vencerás”, suele ofrecer premios y castigos a la población. Así lo hicieron los nazis en los países de
Europa del Este. Ante el pánico de ser arrasados, muchos fueron más rigurosos
que Hitler en la aniquilación de judíos, gitanos y homosexuales. El incentivo
de la impunidad y de quedarse con los bienes de los denunciados es una fórmula
infalible en esos casos extremos de la realidad. Los soviéticos “salvadores” aplicaron el mismo
esquema a sus liberados. Dieron permiso no solo para linchar a soldados
alemanes, sino que también a cualquier persona que hablara o tuviera relación
con la cultura germana. Documentales dan testimonio de niños y mujeres
golpeados hasta morir en Polonia y Hungría por el solo “pecado” de tener
apellido alemán. Por supuesto, siempre alguien dio “el soplo” fatal. Lo mismo
hizo el gobierno nacionalista turco con
los armenios a principios del siglo XX. Hasta 1950 se permitió en los Estados
Unidos linchar públicamente a las personas de color. La mayoría de los autores
eran encapuchados del Ku Klux Klan, pero no faltaron ciudadanos de rostro
descubierto que hablaron mal de vecinos “indeseables” para que sufrieran aquel
cruel destino. Cuando el senador Joseph McCarthy llamó a denunciar comunistas,
florecieron las funas y amenazas. En la industria del cine, el “acusar al rival”
era una forma de apropiarse de los roles estelares. Charles Chaplin fue una de
las víctimas de estos “justicieros”.
¿Exageración?
Varios me dirán que exagero,
que las guerras, invasiones, racismo o peleas religiosas son harina de otro
costal. Me explicarán que las amenazas a los contagiados es algo que “ayuda a
la educación ciudadana”. Puede ser, pero la semilla de esta conducta es la
misma que ha germinado en las ponzoñosas aguas de la historia. ¿Recuerda alguno
de ustedes a esos “felices vecinos” que delataron a “Upelientos” durante los inicios
de la dictadura de 1973? Todos sabemos que ocurrió, pero no tenemos los
nombres. Ningún abuelo le cuenta a sus
nietos que ha sido soplón. Las películas de las guerras mundiales abundan en
héroes partisanos que “no estaban de acuerdo con los nazis”. El silencio señorea
en los responsables de “enviar papelitos” con la dirección de judíos
escondidos. Aparecen en el rol de “villano”, pero nadie admite haberlo sido. ¿Y
qué hay con las funas o escraches? Se supone que están reservadas para
torturadores que han escapado de la justicia, no para controlar la conducta de
quienes me caen mal. Por ejemplo, su excesivo uso en políticos ha hecho que se
vuelvan una forma cotidiana de “golpiza mediática”. Así, pocos días después, el
agredido sigue fresco como lechuga y los “funadores”, lo siguen admirando. No
es raro que los escolares copien la conducta, agredan y hostiguen a compañeros
de clase en vez de argumentar con ellos. ¿Cómo podemos estar en contra del
bullying si normalizamos esta forma de
ser?.
Conclusión: Si le baja la
tentación de enviar “mensajitos” de odio a su vecino, recuerde que es muy
posible que usted sea el primero en ser tentado con premios o castigos para
ayudar a la “purga” de “ciudadanos indeseables” en caso de guerras, invasiones
o propaganda ideológica. ¿Qué nunca va a suceder algol así? Lo mismo decíamos
del Covid19. (Por María del Pilar Clemente B.)