domingo, 26 de abril de 2020

Soplonaje y Funas en la época del Covid-19


SOPLONAJE  Y  FUNAS  EN LA ERA DEL COVID19

 

Me cuentan sobre una joven mujer contagiada con este temible virus. Tuvo suerte y los médicos la autorizaron de quedarse aislada en su pequeño departamento en Vitacura, Santiago. Sus familiares se organizaron para cuidarla, limpiar todo y traerle comida. (siempre a distancia y con máscaras). La información se filtró y anónimos vecinos del edificio comenzaron a deslizarle bajo su puerta, papeles con groserías y amenazas. Según estos “amigables y educados” vecinos, ella debía desaparecer de la urbe.  Supongo que se sintieron ciudadanos ejemplares, ayudando a denunciar públicamente al leproso. Ayer, me enteré que la primera familia contagiada de Vallenar (pequeña ciudad en Atacama) fue amenazada con la quema de su vivienda y golpearle al niño. Tuvieron que solicitar ayuda especial al alcalde, quien autorizó custodia policial. Algo similar está ocurriendo en un barrio de inmigrantes haitianos. La consigna es “si están contagiados deben desaparecer”.

Confusión de valores

No solo en Chile, esta pandemia está sacando lo peor de muchas personas. Son aquellos que confunden perseguir, hostigar y amenazar con “responsabilidad ciudadana”. Noto que en las redes sociales se ha vuelto heroico subir videos funando a personas que “no cumplen la normativa”. Así, en vez de llamar al guardia del supermercado o decirle al aludido que se ponga máscara o se aleje, sale más divertido tomar el video. Se obtienen “likes” y se da “una lección”.

El acusar y perseguir (en un afán justiciero) es una actitud frecuente en la historia.  Está comprobado que si el Estado o alguna élite poderosa avala la “purga” de ciudadanos “indeseables”, nunca faltan entusiastas voluntarios para la tarea. Si hay premios o existe el terror de ser castigado, el apuntar con el dedo al “mal elemento” se multiplica. Las medievales cacerías de brujas funcionaron gracias a los “soplones”; a los “justos” que parecían cumplir con su religión. Si se dan las condiciones, el  “acusete” sale de su anonimato y se suma gustoso al apedreo y linchamiento.  ¿Naturaleza humana?

Tristes ejemplos

El convertir al “soplón” en aliado para “limpiar la zona de enemigos”, es una antigua estrategia de poder. Todo invasor, caudillo totalitario, dueño del control religioso o entusiasta del “divide y vencerás”, suele ofrecer premios y castigos a la población.  Así lo hicieron los nazis en los países de Europa del Este. Ante el pánico de ser arrasados, muchos fueron más rigurosos que Hitler en la aniquilación de judíos, gitanos y homosexuales. El incentivo de la impunidad y de quedarse con los bienes de los denunciados es una fórmula infalible en esos casos extremos de la realidad. Los  soviéticos “salvadores” aplicaron el mismo esquema a sus liberados. Dieron permiso no solo para linchar a soldados alemanes, sino que también a cualquier persona que hablara o tuviera relación con la cultura germana. Documentales dan testimonio de niños y mujeres golpeados hasta morir en Polonia y Hungría por el solo “pecado” de tener apellido alemán. Por supuesto, siempre alguien dio “el soplo” fatal. Lo mismo hizo  el gobierno nacionalista turco con los armenios a principios del siglo XX. Hasta 1950 se permitió en los Estados Unidos linchar públicamente a las personas de color. La mayoría de los autores eran encapuchados del Ku Klux Klan, pero no faltaron ciudadanos de rostro descubierto que hablaron mal de vecinos “indeseables” para que sufrieran aquel cruel destino. Cuando el senador Joseph McCarthy llamó a denunciar comunistas, florecieron las funas y amenazas. En la industria del cine, el “acusar al rival” era una forma de apropiarse de los roles estelares. Charles Chaplin fue una de las víctimas de estos “justicieros”.

 

¿Exageración?

Varios me dirán que exagero, que las guerras, invasiones, racismo o peleas religiosas son harina de otro costal. Me explicarán que las amenazas a los contagiados es algo que “ayuda a la educación ciudadana”. Puede ser, pero la semilla de esta conducta es la misma que ha germinado en las ponzoñosas aguas de la historia. ¿Recuerda alguno de ustedes a esos “felices vecinos” que delataron a “Upelientos” durante los inicios de la dictadura de 1973? Todos sabemos que ocurrió, pero no tenemos los nombres.  Ningún abuelo le cuenta a sus nietos que ha sido soplón. Las películas de las guerras mundiales abundan en héroes partisanos que “no estaban de acuerdo con los nazis”. El silencio señorea en los responsables de “enviar papelitos” con la dirección de judíos escondidos. Aparecen en el rol de “villano”, pero nadie admite haberlo sido. ¿Y qué hay con las funas o escraches? Se supone que están reservadas para torturadores que han escapado de la justicia, no para controlar la conducta de quienes me caen mal. Por ejemplo, su excesivo uso en políticos ha hecho que se vuelvan una forma cotidiana de “golpiza mediática”. Así, pocos días después, el agredido sigue fresco como lechuga y los “funadores”, lo siguen admirando. No es raro que los escolares copien la conducta, agredan y hostiguen a compañeros de clase en vez de argumentar con ellos. ¿Cómo podemos estar en contra del bullying si  normalizamos esta forma de ser?.

Conclusión: Si le baja la tentación de enviar “mensajitos” de odio a su vecino, recuerde que es muy posible que usted sea el primero en ser tentado con premios o castigos para ayudar a la “purga” de “ciudadanos indeseables” en caso de guerras, invasiones o propaganda ideológica. ¿Qué nunca va a suceder algol así? Lo mismo decíamos del Covid19. (Por María del Pilar Clemente B.)

 

 

lunes, 20 de abril de 2020

Luis Sepúlveda, lo que aprendí de ti


LUIS  SEPÚLVEDA, LO QUE APRENDÍ DE TI

Ha muerto en España el escritor chileno Luis Sepúlveda. Una víctima más del Covid-19. La noticia me conmueve de manera especial. Justo este verano (meses antes de la pandemia) encontré el libro “El viejo que leía novelas de amor”, su primera obra literaria. Estaba olvidado en el ático de mi hermana. Era el mismo ejemplar gastado que habíamos leído con tanto gusto treinta años atrás. Entonces, ella soñaba con navegar en el río Amazonas. Yo no tanto. Las escenas horrendas de los monitos atacando a los gringos y de las pirañas, me causaban cierta desconfianza.

 La novela fue publicada en 1989, pero llegó a mis manos en 1990. Era una época especial. La opción “No” había ganado el Plebiscito de 1988. Contra todo pronóstico, el régimen militar de Pinochet había aceptado el retorno a la democracia. El clima político y ciudadano de esas primeras elecciones fue luminoso como una feliz luna de miel.  Aquel año 1990 se había iniciado muy prometedor para mí. Pude cumplir mi sueño de viajar durante tres meses por Europa y visitar a mis tíos de Barcelona y Bilbao. Además, estaba de novia con un copiapino y pronto me iría a radicar al desierto de Atacama. También, estaba asesorando en comunicaciones a uno de aquellos “recién horneados” parlamentarios de la zona. Entonces, me topé con una entrevista a Luis Sepúlveda. Su obra “El viejo que leía novelas de amor” había ganado un importante premio y era un éxito editorial. Decían que describía de un modo diferente la selva del Amazonas. Corrí a comprarla. Fue la última década de gloria para los libros de papel, considerando que el hábito de la lectura ya iba en baja.

La naturaleza como protagonista

Era una edición delgada, con una colorida portada tropical (hoy un tanto arrugada). La historia de Antonio José Bolívar Proaño, su llegada a un imaginario pueblo del Amazonas y su encuentro con un dentista fluvial (atendía en el recorrido de un barco) me subyugó. En especial porque Bolívar era un cazador retirado y que en sus “años dorados” prefería leer llorosos romances. A su alrededor, pululaba una fauna humana de baja estofa. Estaban dispuestos a todo para robar cualquier riqueza a la selva. Para ellos, los animales salvajes y los indígenas eran un obstáculo. Por cierto, ninguno leía, actividad considerada “de poco macho”.  Se parecía un poco al clásico “La Vorágine” del colombiano José Eustacio Rivera, que había leído en el colegio. En ella, los villanos eran los explotadores del caucho. El clamor de Sepúlveda por las ocultas bellezas naturales, calzaba con la emergente ecología de 1990. Motivada, yo escribiría una serie de crónicas en el diario Atacama, tituladas “Avanzando hacia la ecología”. Con ellas ganaría el premio Oxígeno 1994, otorgado por la USACH al periodismo ambiental.

La Patagonia y el desierto de Atacama

Cuando ya estaba viviendo en Atacama, otro chileno, Luis Rivera Letelier lanzó “La Reina Isabel bailaba Rancheras”, la primera de una saga de novelas ambientadas en las salitreras de la pampa. En paralelo, Luis Sepúlveda publicaría “Patagonia express”. Ambos autores reflejaban la humildad de los “anti-fama”, de intelectuales lejos de las élites y de la televisión. El viajar a visitar los pueblos fantasmas de las salitreras y a la Patagonia se puso de moda. Gracias a Luis Rivera y a Sepúlveda, aprendí a valorar la esencia de Atacama. Valoré las montañas minerales, el legado arqueológico, sus leyendas y la cultura local, temas con los que me lancé a la literatura. Por eso, no puedo dejar de pasar la ocasión de rendir un homenaje a Luis Sepúlveda. Le agradezco la felicidad que me causó conocer su obra. Al acercarme a la edad de su personaje, Antonio José Bolívar Proaño, comprendo que el alma ancestral de la naturaleza es como una novela de amor que tenemos el deber de descifrar. ¡Gracias por tus letras!

viernes, 10 de abril de 2020

Jesucristo, la película y dos adolescentes



JESUCRISTO, LA PELÍCULA Y DOS ADOLESCENTES

 

La película Jesucristo Superstar llegó a Chile en 1975. la ópera rock de Tim Rice y Andrew Lloyd Webber estaba causando furor en los teatros de USA desde 1970 pero el aislamiento geográfico y el reciente régimen militar, atrasaron el arribo del filme a las salas. La tímida difusión del musical (un género al que pocos apostaban en Chile) competía con “Música Libre”, el programa televisivo top de la época. Yo no pude ir al estreno porque fue calificada para mayores de 14 años. Con curiosidad, observé que amistades veinteañeras vibraban con esta audaz propuesta, capaz de mezclar el ayer bíblico con la actualidad. Por ejemplo, un primo se dedicó a pintar retratos de Cristo y otros conocidos viajaron al Valle de Elqui, en busca de la “Era de Acuario”. Todos inspirados por la película.

Las monjas modernas del colegio comenzaron a utilizar las canciones y hasta fotos  para las clases de religión. Me sorprendió gratamente esa forma de proponer a un Jesús cercano, predicando entre tanques, metralletas y aviones. Además, los diálogos planteaban preguntas audaces: “¿Jesús, quién eres tú? ¿Cuál es tu sacrificio?”. Hay una defensa también de Judas. Por supuesto, esta versión no gustó a quienes preferían situar a Cristo en una lejana cruz.  

Fanatismo y fantasía

Como la película duró bastante en cartelera, mi amiga Irenka y yo fuimos al cine apenas tuvimos edad. ¡El deslumbre fue total!. Nos quedamos al rotativo y regresamos unas quince veces.  El guion nos gatilló emociones en diversos planos. Por un lado, la figura humana, valiente y divina de Jesús, esas provocaciones frente al mal, la felicidad-triste de la última cena, las dudas de Getsemaní, la angustia de los apóstoles y el amor de Magdalena (debía ser fácil enamorarse de Jesús). Tradujimos las canciones y bailarlas nos daba la sensación de unir el pasado con el presente. Nos volvimos hinchas de los actores Ted Neeley, Carl Anderson e Yvonne Elliman. Íbamos a ferias artesanales y a la tienda “Village” en búsqueda de afiches, faldas y bisutería que evocaran al musical.  

A Irenka le regalaron el Long Play doble de la ópera rock y un libro de fotos (después me lo regalaría y todavía lo conservo). Nos disfrazábamos de diversos roles. Un blusón blanco y una barba pintada con corcho quemado me convertía en Jesús. Con un  chaleco negro y un rallador de zanahorias era Anás o Caifás. Cuando encontré la pulsera tipo serpiente de la esposa de Pilatos, le quité el rol favorito a mi amiga, la que se había cansado de hacer de Magdalena. Buscando a quién más imitar, fui también una rubia de pelo largo que baila en las ruinas de un templo romano. ¡A ese nivel llegamos!

Locaciones y telenovela

Irenka vivía en la Villa Olímpica, en Ñuñoa. Desde su balcón podíamos disfrutar de la “puesta de sol mágica”. La llamábamos así porque había un terreno eriazo que con los colores naranjos del atardecer, nos trasladaba al desierto del Neguev. También nos dio por buscar locaciones para sacarnos fotos (algo que nunca hicimos.). Recuerdo que nos encantaron las columnas tipo griega que habían en la rotonda Atenas, pero fueron retiradas en alguna remodelación (¿Qué habrá sido de ellas?).

En el colegio inventábamos capítulos de una telenovela que comenzaba frente a nuestro balcón de la Villa Olímpica. A un deportivo convertible rojo se le reventaba un neumático y al bajar, nos encontrábamos con los actores Ted Neeley y Barry Dennen (para entonces, Pilatos era mi elegido) que paseaban de incógnito en Chile. Por supuesto, andaban buscando actrices. Después de un culebrón de peripecias, nos invitaban a Israel para filmar  la segunda parte de Jesucristo Superstar. Venían también otros musicales inspirados en Ben Hur y Quo Vadis. ¡Éramos estrellas antes de los treinta años!.

Un luminoso paréntesis

Cuando nos graduamos del colegio, aquella conexión tan íntima con la  película se diluyó. Las joyitas, ropas y afiches fueron quedando atrás. El disco fue reemplazado por cassettes de otros grupos de moda. De repente, en Semana Santa nos llamábamos para avisarnos que en la tele iban a dar la ópera rock. En alguna conversación prometimos visitar las locaciones reales en Israel, pero ahí quedó el proyecto. Los laberintos de nuestras vidas nos llevaron a experiencias muy diferentes a un Hollywood de neón.  

Reflexionado, siento que esa intensa época entre  los 14 a los 17 nos dejó una dulzura en el alma. Entre tanto rock, canciones, personajes, actuaciones, poemas y el esbozo de los primeros amores, visualizamos al propio Jesús escondido detrás del director Norman Jewison. Un legado que solo en la adultez pudimos comprender.

(María del Pilar Clemente B)

miércoles, 8 de abril de 2020

Semana poco santa y (des) obediencia


SEMANA POCO SANTA y (des) OBEDIENCIA

Sesenta años atrás la Semana Santa era una festividad que involucraba solo a la comunidad católica. No eran vacaciones ni fiestas. Espiritualmente significaba la resurrección de Jesucristo, la que se celebraba con grandes procesiones (que todavía lucen en España y otros lugares). Con la democratización del turismo y la secularización, conejos y huevos de chocolate dieron pie a reuniones, juegos y paseos. En suma, los mercados encontraron otras formas rentables y coloridas de festejar el renacer primaveral (en el hemisferio norte). Hoy, el drama del coronavirus y la cuarentena parecen incapaces de controlar el apetecido “escape vacacional”. A pesar de los aeropuertos cerrados y los toques de queda, no faltan los “pillos” dispuestos a todo con tal de ir a la playa, al campo o a juntarse con los amigos.   

La astucia chilensis

Chilito enfrenta la paradoja de ciudadanos que desean estar en sus casas versus otros  que solo anhelan “arrancar”. Aquí no hay buenos ni villanos. De todos los sectores sociales (aunque sea en bicicleta), aparecerán los “ingeniosos” que saldrán a buscar “huevitos de chocolate” a varios kilómetros de sus hogares. El “chamullo” para cualquier barrera que los frene será algo parecido a: “¿Sabe usted quién soy yo?”, “Mi tío es general de Carabineros”, “Pero si yo vivo en la playa!. Mi señora sacó la patente en Santiago ¡Mujeres!”, “¡Soy asesora de un diputado de Valparaíso!”, “¿Qué virus? ¡Yo no veo fake news!”, “¡Nunca me enfermo! ¡No es pa’taaaanto!, “¿Hasta cuándo reprimen al pueblo, mierdas?”, “Mi pasaporte es…¡El que no salta es Mañalich!”.

Culpemos a Foucault…

El actuar en una pandemia como algo que nos afecta a todos es difícil. En las actuales sociedades globales, la libertad individual está santificada. Cada cual busca su metro cuadrado y obedecer leyes o normas se considera de “imbéciles”. Muchos entienden la empatía como “ponerse los zapatos que más me convienen” y ni hablemos de consideración al prójimo o la compasión, conceptos con un tufillo demasiado religioso.  

Si bien la ausencia de Dios la podríamos adjudicar a Nietzsche, dejemos que la repugnancia a la disciplina y al orden nos hablen a través del filósofo francés, Michel Foucault. El describió a la sociedad industrial de post-guerra como una estructura jerárquica, donde poderes invisibles ejerce dispositivos de disciplina y control. En sus libros “Disciplina y Castigo”, “Historia de la Sexualidad”, “Locura y Civilización” postuló que las fábrica, las escuelas, universidades, iglesias, regimientos y manicomios eran muy parecidos a las cárceles. La autoridad ejercida por el gerente, el confesor, el jefe y los terapeutas presionan la conducta de los individuos para convertirlos en ladrillos que calcen en el muro (como la canción de Pink Floid). El francés compartía con Nietzsche la idea de los valores relativos. Por ejemplo, el violar y matar (si el poder así lo quiere) podrían no ser “malos”. En este caso, los Nazis desde su posición invasora y represiva, obligaron a la población a “considerar normal” la eliminación de los judíos.

De esta forma, la libertad, el desobedecer y “dejar la grande” pasaron a ser una muestra de individualidad, de “ser único”.

¿Opción por la mano dura?

El tema de la cuarentena voluntaria (o de bajo castigo) pone en relevancia la capacidad ciudadana de asumir responsabilidades. En New York se rieron de las normas y salieron a los carnavales de Saint Patrick. Hoy, ya vemos los resultados. En California, todavía hay gente que insiste en ir a la playa. En el otro extremo, la BBC calificó a Hungría como “el primer país en perder su democracia por culpa del coronavirus”. El parlamento aprobó una polémica ley que otorga al presidente poderes extraordinarios por tiempo indefinido. Además, permite castigar a los medios que “alarmen demasiado” sobre la pandemia. En Filipinas, el mandatario autorizó al ejército “disparar a matar” a quienes infrinjan el toque de queda.

¿En qué quedamos entonces? ¿Seremos capaces de auto-disciplina? ¿Estamos deseosos de mano dura? ¿A quién vamos a culpar ahora?

 (María del Pilar Clemente B.)  

jueves, 2 de abril de 2020

Coronavirus...¿Hacia el Totalitarismo?


 
 
 
 
CORONAVIRUS… ¿HACIA EL TOTALITARISMO?

 

Aunque hay un rostro positivo de esta pandemia, también existe un escondido e inquietante aspecto. Es la pugna entre las libertades individuales, la globalización económica y la modernidad versus la irresponsabilidad y el pánico (poco disimulado) a la libertad bien entendida, aquella cimentada en los valores cívicos del bien común. La moda de “ser tú mismo” y lucir como “chico rebelde” ha chocado contra las medidas mundiales que se están tomando para combatir a este microscópico ser. “Solo los estúpidos obedecen” es el gatillo psicológico difundido hasta en avisos comerciales. La empatía, la caridad y la compasión son consideradas debilidades.  Por lo mismo, no es raro que cada año haya menos interesados en ser profesores. La cultura premia  la victimización. Quejarse es fácil, buscar soluciones es complejo. Como si fuera poco, por razones de dictaduras, guerras, racismos y xenofobias, en varias naciones no se confía en las fuerzas de orden. Digámoslo claro: Seguir instrucciones, órdenes, sacrificarse por el bien de todos es un fastidio. Por lo mismo, no faltan quienes desean “lucirse” haciendo lo que les da la gana. Gracias a ellos, menos libertades tenemos.

Miedo e irresponsabilidad

A diferencia de otros conflictos, el miedo está creando una parálisis que favorece a las voces autoritarias. Las cuarentenas exageradas están afectando a los más pobres, a quienes no pueden vivir del teletrabajo o que no califican para ayudas estatales. No es chiste. En el sur de Italia, en México y Argentina, están proliferando robos y saqueos bajo la excusa de la pandemia. Hay tres razones para ello. 1)Los que han sido impulsados por el hambre y el encierro. 2)Los “pillines” que buscan sacar ventajas bajo el pretexto de la peste. 3)Los aspirantes a mesías, que pretenden hacer cierto el refrán: “a río revuelto, ganancia de pescadores”. 

Un mes de cuarentena es posible de llevar, pero pocos visualizan lo que podría ocurrir si no se buscan soluciones que permitan subsistir a las personas. Un indefinido limbo incierto puede sacar lo peor de cada ser humano. Es cierto que los Estados tienen el deber de ayudar y proteger, pero hay un riesgo. Las democracias actuales están a prueba. Si no logran navegar en forma asertiva, acostumbrarán a la gente a los toques de queda, a la ley marcial y a “denunciar” al vecino que “no se comporta”. Habrá un terreno fértil para que las multitudes vendan su libertad (que han demostrado no saber usar) a cambio de un plato de lentejas (sin tener que trabajar). Caudillos totalitarios fascistas, comunistas o religiosos podrían seducir a los descontentos y a los “soplones profesionales”. Lamentablemente, la libertad y la felicidad son valores ambiguos, que se comprenden a cabalidad solo cuando se pierden. ¿Perdurarán las democracias o nos iremos con el primero que nos ofrezca un paraíso?

(María del Pilar Clemente B.)