GRACIAS
BARRIOS Y UNA ÉPOCA QUE SE NOS VA
Me entero del fallecimiento,
a los 92 años, de la pintora chilena Gracias Barrios. Su triste partida me hace
reflexionar que hace años el debate artístico se ha ido enmudeciendo en Chile.
Alguien podría mencionar la performance “Hambre” ( Delight Lab) pero pertenece
a lo efímero-tecnológico. Gracia Barrios apunta a lo trascendente.
Un día de 1986 fui a
entrevistar a Gracia. Yo llevaba tres años en El Mercurio y todavía lucía como
recién titulada. Ella, junto a su esposo y artista José Balmes, acababan de
regresar del exilio en Francia. No recuerdo exacto donde exponía, pero bien
pudo ser la Casa Larga de la también retornada Carmen Waugh (ese año comenzaron
a regresar muchos exiliados a Chile). Su historia tenía aires de romanticismo
épico. Ella, hija del famoso escritor Eduardo Barrios, autor del libro que
todos leíamos en el colegio “El niño que enloqueció de amor”. José, hijo de una
familia Catalana y Republicana que escapó de la Guerra Civil española en el
buque Winnipeg, gestión de salvamento realizada por el poeta Pablo Neruda en
1939. Ambos artistas se conocieron y amaron durante su gestión en el Grupo
Signo, una vanguardia del abstracto conceptual que tuvo un abrupto fin con el
Golpe de Estado de 1973. De aquella larga entrevista, solo me publicaron un
breve párrafo destinado a ilustrar sus interesantes pinturas y grabados en la
revista “Vivienda y Decoración”. Pese a
lo breve, seguí realizando entrevistas largas para aprender sobre la emergente actividad
que estaban tomando las galerías de arte en Santiago. Recuerdo la de Ennio
Bucci, Gema Swinburn, el nuevo Instituto Cultural de las Condes, el Museo de
Bellas Artes, el Instituto Chileno Francés, el Goethe Institut y la Galería El
Cerro. Muchas de los encuentros ocurrían en Bellavista, barrio que renacía de
sus cenizas y que brillaba en cafés, restaurantes, músicos callejeros, velas,
guirnaldas luminosas, talleres de joyería, artesanía fina, ropa de diseñadores,
teatro callejero, una remodelada Plaza Camilo Mori (con su casona rosada), la
avenida Perú y el funicular del Cerro San Cristóbal. Parecía una primavera ante
el recién finalizado toque de queda y el aislamiento cultural.
Las
voces disientes
En aquella época, solía
hacer coincidir las “notas a los artistas” con las tardes de viernes para aprovechar
que el taxi mercurial me “bajara” de la lejanísima Santa María de Manquehue hasta
el centro de Santiago. Así, después de una reconfortante conversación sobre
arte, me iba a juntar con mis amigas a Bellavista. Entrevisté (entre otros) a José
Balmes, Conchita Balmes (la hija de José y Gracia), Carmen Aldunate, Gonzalo
Cienfuegos, Francisco Brugnoli, Mario Irarrázaval, Bernardita Zegers, Mario
Toral, Bororo, Samy Benmayor y al “regio” Nemesio Antúnez en su Taller 99. Este
último, retornaría en los 90’s a la televisión con el programa “Ojo con el
arte” y sería nombrado director del Museo de Bellas Artes, lugar que se
convertiría en epicentro noticioso por sus estupendas exposiciones internacionales,
audacias artísticas y una cafetería estilo París.
Viene a mi memoria Roser Bru
(otra catalana del Winnipeg), muy amiga de los Balmes. Ella me mostró sus
sandías y animitas que rescataban el alma popular chilena. En 1974 tuvo la
audacia de montar una controversial exhibición de grabados en la galería de
Carmen Waugh, dedicada a Miguel de Unamuno y la Guerra Civil Española.
Abundaban los textos en contra de Franco, los que podían leerse en contra de
Pinochet. Después de esto, tuvieron que salir de Chile.
El
arte daba que hablar
En la década del 80’s el
arte provocaba polémica en los medios de comunicación. Revistas opositoras como
La Bicicleta, Pluma y Pincel, Apsi, Mensaje y Hoy reporteaban todas las
actividades que organizaban escritores, actores y artistas. Las performances
urbanas del grupo C.A.D.A (Colectivo Acciones de Arte) eran muy comentadas. En
1981 lograron que seis avionetas sobrevolaran Santiago en formación militar y
arrojaran miles de panfletos con la frase “¡Ay Sudamérica!”, asunto que se
relacionó con una parodia pacífica del bombardeo al palacio de La Moneda por los
Hawker Haunters. Desde sus talleres, los artistas proponían, hacían pensar y
Gracia Barrios era una de ellas. Sus pinturas con rostros anónimos, rojos y
negros, figuras borrosas y la mano con la palabra NO (destinada al Plebiscito
de 1988) eran asuntos vigentes, comentados los lunes en las oficinas y
universidades.
La muerte de esta gran
creadora chilena ha dejado en evidencia hasta qué punto nos hemos olvidado de
quienes gestaron la cultura entre 1950 a 1990. Incluso el barrio Bellavista,
símbolo de aquel despertar, se está sumergiendo en el abandono, la destrucción
y el olvido. (Por María del Pilar Clemente).