viernes, 29 de mayo de 2020

Gracia Barrios y una época que se nos fue


GRACIAS   BARRIOS  Y UNA ÉPOCA QUE SE NOS VA

 

Me entero del fallecimiento, a los 92 años, de la pintora chilena Gracias Barrios. Su triste partida me hace reflexionar que hace años el debate artístico se ha ido enmudeciendo en Chile. Alguien podría mencionar la performance “Hambre” ( Delight Lab) pero pertenece a lo efímero-tecnológico. Gracia Barrios apunta a lo trascendente.

Un día de 1986 fui a entrevistar a Gracia. Yo llevaba tres años en El Mercurio y todavía lucía como recién titulada. Ella, junto a su esposo y artista José Balmes, acababan de regresar del exilio en Francia. No recuerdo exacto donde exponía, pero bien pudo ser la Casa Larga de la también retornada Carmen Waugh (ese año comenzaron a regresar muchos exiliados a Chile). Su historia tenía aires de romanticismo épico. Ella, hija del famoso escritor Eduardo Barrios, autor del libro que todos leíamos en el colegio “El niño que enloqueció de amor”. José, hijo de una familia Catalana y Republicana que escapó de la Guerra Civil española en el buque Winnipeg, gestión de salvamento realizada por el poeta Pablo Neruda en 1939. Ambos artistas se conocieron y amaron durante su gestión en el Grupo Signo, una vanguardia del abstracto conceptual que tuvo un abrupto fin con el Golpe de Estado de 1973. De aquella larga entrevista, solo me publicaron un breve párrafo destinado a ilustrar sus interesantes pinturas y grabados en la revista “Vivienda y Decoración”.  Pese a lo breve, seguí realizando entrevistas largas para aprender sobre la emergente actividad que estaban tomando las galerías de arte en Santiago. Recuerdo la de Ennio Bucci, Gema Swinburn, el nuevo Instituto Cultural de las Condes, el Museo de Bellas Artes, el Instituto Chileno Francés, el Goethe Institut y la Galería El Cerro. Muchas de los encuentros ocurrían en Bellavista, barrio que renacía de sus cenizas y que brillaba en cafés, restaurantes, músicos callejeros, velas, guirnaldas luminosas, talleres de joyería, artesanía fina, ropa de diseñadores, teatro callejero, una remodelada Plaza Camilo Mori (con su casona rosada), la avenida Perú y el funicular del Cerro San Cristóbal. Parecía una primavera ante el recién finalizado toque de queda y el aislamiento cultural.  

Las voces disientes

En aquella época, solía hacer coincidir las “notas a los artistas” con las tardes de viernes para aprovechar que el taxi mercurial me “bajara” de la lejanísima Santa María de Manquehue hasta el centro de Santiago. Así, después de una reconfortante conversación sobre arte, me iba a juntar con mis amigas a Bellavista. Entrevisté (entre otros) a José Balmes, Conchita Balmes (la hija de José y Gracia), Carmen Aldunate, Gonzalo Cienfuegos, Francisco Brugnoli, Mario Irarrázaval, Bernardita Zegers, Mario Toral, Bororo, Samy Benmayor y al “regio” Nemesio Antúnez en su Taller 99. Este último, retornaría en los 90’s a la televisión con el programa “Ojo con el arte” y sería nombrado director del Museo de Bellas Artes, lugar que se convertiría en epicentro noticioso por sus estupendas exposiciones internacionales, audacias artísticas y una cafetería estilo París.

Viene a mi memoria Roser Bru (otra catalana del Winnipeg), muy amiga de los Balmes. Ella me mostró sus sandías y animitas que rescataban el alma popular chilena. En 1974 tuvo la audacia de montar una controversial exhibición de grabados en la galería de Carmen Waugh, dedicada a Miguel de Unamuno y la Guerra Civil Española. Abundaban los textos en contra de Franco, los que podían leerse en contra de Pinochet. Después de esto, tuvieron que salir de Chile.  

El arte daba que hablar

En la década del 80’s el arte provocaba polémica en los medios de comunicación. Revistas opositoras como La Bicicleta, Pluma y Pincel, Apsi, Mensaje y Hoy reporteaban todas las actividades que organizaban escritores, actores y artistas. Las performances urbanas del grupo C.A.D.A (Colectivo Acciones de Arte) eran muy comentadas. En 1981 lograron que seis avionetas sobrevolaran Santiago en formación militar y arrojaran miles de panfletos con la frase “¡Ay Sudamérica!”, asunto que se relacionó con una parodia pacífica del bombardeo al palacio de La Moneda por los Hawker Haunters. Desde sus talleres, los artistas proponían, hacían pensar y Gracia Barrios era una de ellas. Sus pinturas con rostros anónimos, rojos y negros, figuras borrosas y la mano con la palabra NO (destinada al Plebiscito de 1988) eran asuntos vigentes, comentados los lunes en las oficinas y universidades.

La muerte de esta gran creadora chilena ha dejado en evidencia hasta qué punto nos hemos olvidado de quienes gestaron la cultura entre 1950 a 1990. Incluso el barrio Bellavista, símbolo de aquel despertar, se está sumergiendo en el abandono, la destrucción y el olvido. (Por María del Pilar Clemente).

viernes, 15 de mayo de 2020

Derechos, deberes... ¿Cuál es el rumbo de los DDHH?


DERECHOS, DEBERES… ¿Cuál es el rumbo de los DDHH?

 

En 1948 ocurrió un hito histórico. En la recién fundada Organización de las Naciones Unidas (ONU) se firmó la Declaración Universal de los Derechos y Deberes del Hombre. Aunque después se eliminó la palabra “Deberes”, varios puntos del documento conservan aquel sentido. Son 30 artículos que recorren las necesidades  más sensibles de ser humano: la vida, libertades, trabajo, educación, vivienda, alimentación, salud, expresión y desarrollo como individuo. Fueron un consenso inspirado en los grandes valores que venían promoviendo filósofos, científicos e intelectuales desde la época grecolatina, reforzados en el siglo XVII. El ideal de una educación masiva como eje del progreso (Ilustración), justicia para todos y el “nunca más” a las guerras, horrores y masacres, generaron el concepto de DDHH. De allí, se derivó la  importancia de fiscalizar el monopolio de las fuerzas de orden que los ciudadanos delegan en los Estados. Habían caído monarquías, imperios y surgido nuevas naciones en el mapa. Latinoamérica y África iniciaban el ascenso desde el tercer mundo hacia estos valores universales.

La polémica de Sergio Micco

Bajo este marco, el encargado de la Oficina de DDHH en Chile, Sergio Micco, apareció en la prensa, destacando la falla de dicho organismo en inculcar en la juventud el concepto de derechos y deberes. De ahí estalló un debate entre los que estaban de acuerdo o en desacuerdo. Surgieron voces apelando que los derechos humanos son inalienables y que no están sujetos a deberes o a relativismos morales. El tema es interesante. Si bien la declaración de DDHH consolida en sus 30 artículos los derechos inalienables, también sugiere ciertos deberes. Así, el artículo 1, indica: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos, dotados como están de razón y conciencia, DEBEN comportarse fraternalmente los unos con los otros”. Además, el artículo 29-1, señala: “Toda persona tiene DEBERES respecto a la comunidad, puesto que solo en ella puede desarrollar libre y plenamente su personalidad”.

Se entiende que la puesta en marcha de tan elevados principios, requiere de ciertas exigencias mínimas de convivencia. Por ejemplo, en el Consultorio de Salud de Algarrobo, hay un cartel donde se advierte que a nadie le será negado el derecho a la atención…salvo que el paciente agreda al personal o rehúse ser atendido por algún facultativo.

En cuanto a educación (por muy gratis que sea), el estudiante está obligado a realizar tareas y pruebas para recibir tal derecho y avanzar al siguiente curso. No en vano en otros países se llaman “deberes escolares”. Si alguien desea postular a un beneficio estatal, el ciudadano debe llenar una forma y acreditar que lo necesita. El artículo 23-1, señala en su párrafo final: “La persona tiene derecho a los seguros de desempleo, enfermedad, invalidez, viudez, vejez y otros casos de pérdida de sus medios de subsistencia por circunstancias INDEPENDIENTES DE SU VOLUNTAD”.

Esta pequeña frase es clave. De no existir, cualquiera de nosotros (con un buen abogado) podría exigir al Estado que nos diera techo, trabajo y vivienda, sin hacer a cambio absolutamente nada. Solo por estar vivos y por tratarse de derechos inalienables.

¿Servilismo al poder?

No pocos acusaron a Micco de “servilismo al poder” o tener una visión política-partidaria en favor de Piñera. Coincido en que una misión clara para cualquier oficina de DDHH debiera ser AJENA a intereses y beneficios partidistas de TODO tipo. Felipe Portales, sociólogo y autor del libro “Los mitos de la democracia chilena”, reiteró en un comentario de El Mostrador, que los representantes de los DDHH solo tienen atribuciones jurídicas ante los abusos del Estado contra los ciudadanos. Así, los delitos o agresiones entre ciudadanos caerían en el marco de la justicia penal, laboral y civil locales. Hasta ahí, de acuerdo. Sin embargo, agregó que las opiniones de los representantes de DDHH no podrían referirse a temas de injerencia política o social fuera del axioma Estado-ciudadanos; Estado-versus otros Estados. En suma: ¿Tendrían los personeros de DDHH que usar anteojeras y no analizar y orientar el contexto político, social y económico que rodea el abuso de funcionarios del Estado? Todos sabemos que el opinar, no implica abrir un nuevo caso jurídico, sino que otorga un marco a la realidad. De hecho, en el portal de la ONU existen ensayos y documentos que abarcan espectros más amplios que la contabilidad de casos  mundiales.

Cuestionamiento al delito y al derecho  

Según Felipe Portales, el tema pasa por el ámbito conceptual o el espíritu de los derechos humanos. Dice: “Cuando se trata de una persona común que asesina a otra, es un delito gravísimo contra la vida, pero NO es una violación al derecho a la vida”. Así, SOLO los Estados provocarían la violación a un derecho. Las violaciones entre ciudadanos o de ciudadanos contra el Estado, serían simples delitos sin adjetivos, destinados a los tribunales locales. Efectivamente, la justicia de cada país acoge y castiga los delitos, sin embargo, los principios generales son los mismos, ya que caen en los llamados “valores universales”. Ahí se equivoca Portales. Matar o asesinar despoja del derecho a la vida, no obstante su relevancia jurídica vaya a tribunales internacionales y otros, a los nacionales. En suma, DDHH no está obligado a denunciar y acoger los temas civiles, laborales y penales de cada país, pero sí podría dar directrices, opinar sobre fenómenos como el femicidio, porque existe el valor universal del derecho a estar vivo (el más importante en la declaración de 1948). Esto nos lleva a una pregunta: ¿Qué sucedería si, en Chile por ejemplo, dos grupos de ciudadanos, premunidos de piedras y palos se atacaran a muerte en una calle e intervinieran las fuerzas policiales? Sabemos que el organismo se preocuparía de los abusos de las fuerzas de orden en contra de las dos pandillas o grupos. ¿Y si la pelea surgió por racismo o fanatismos religiosos, ¿no habría que elaborar algún informe y opinar sobre la amenazante realidad de los grupos racistas o fanáticos religiosos que atentan contra los derechos humanos? Repito: elaborar un informe no implica asumir la pega de los tribunales locales.  

Educar para el bien común

Al finalizar su artículo, Portales reflexiona que hace falta enseñar el tema de los DDHH en las escuelas. No menciona a la educación cívica. Ahí viene otro error. Es imposible educar en derechos humanos si no se abarca todo el espectro cívico de una sociedad. La Declaración Universal de DDHH es la pauta, un faro de luz, cuyos principios se incluyen en la mayoría de la Constituciones democráticas de cada país. Desde allí, se traducen en normativas destinadas a su cumplimiento, es decir, no basta con dar a conocer la existencia de estos derechos y su rol fiscalizador.  Los Estados no son entes abstractos. Quienes lo hacen funcionar son personas comunes y corrientes elegidas a través del voto, o son empleados, funcionarios en los distintos aparatos de orden y servicio público. Si los ciudadanos no entienden lo que es vivir en comunidad y que los valores inspiradores de los DDHH deben ejercerse en la vida diaria, es bien poco lo que se puede prevenir en corrupción, falta de ética y abusos del Estado.  Veamos el artículo 29-2:

“En el ejercicio de sus derechos y en el disfrute de sus libertades, toda persona estará solamente SUJETA a las limitaciones establecidas por la ley, con el único fin de asegurar el reconocimiento y el RESPETO de los derechos y libertades de los DEMÁS, y de satisfacer las JUSTAS EXIGENCIAS DE LA MORAL, del orden público y del bienestar general de una sociedad DEMOCRÁTICA. Una reflexión clave para reconstruirnos después de la pandemia.

(Por María del Pilar Clemente)

 

 

 

 

lunes, 4 de mayo de 2020

En memoria de Sonia Mardones de Wolleter, Arauco-Lota


EN   MEMORIA  DE  SONIA  MARDONES DE WOLLETER, la mejor amiga de mi mamá en Lota, Arauco.

 

Ayer, cuando la brisa dorada del otoño sacudía los bosques de Arauco, se marchó de este mundo, nuestra querida “tía Sonia”. Era de esos seres inolvidables que la amistad transforman en familia.

Corrían los años 60’s cuando mis padres se trasladaron desde Santiago a Lota. Mi papá había sido contratado por la entonces, Carbonífera Lota Schwager. Yo estaba recién nacida y mi hermana recién caminando. Llegamos a una de las casas pareadas en la calle Parque Luis. A través de esta vía, se accedía directamente a la faena del carbón, la maestranza, los trenes, oficinas y piques (los más profundos de Sudamérica). El mismo escenario, aunque en mejores condiciones, que el descrito por Baldomero Lillo a principios de siglo. En esa calle, vivían también los Wolleter Mardones y sus tres hijos Andrea, Jimena y Carlos Arturo (años después nacería Pía, la pollito). La amistad entre las dos mamás surgió con esa fuerza que da el verse todos los días y el compartir los asuntos escolares de los hijos.

Lluvias y aromas de chancaca

La jornada comenzaba con la sirena de los turnos, cuyas vibraciones parecían llorar con lágrimas de hollín. Los niños, llamados por la campana, nos íbamos a la escuela. Sonia y mi mamá se afanaban en los hogares y se juntaban a tejer chalecos, compartir recetas, organizar cumpleaños y obras de ayuda a los mineros en desgracia. Asistían a las reuniones escolares para hacer realidad las presentaciones artístico-culturales que se realizaban en el teatro de Lota, en el Club Social o en los jardines del bellísimo parque, donde caminaban libres los pavos reales.

La tía Sonia era delgada, trigueña, de risa a flor de labios y siempre dispuesta a acoger a los niños del barrio. El ventanal de su living solía convertirse en improvisado escenario para nuestros juegos infantiles. Durante los inviernos, cuando las lluvias reverdecían los bosques y el viento atormentaba los eucaliptos de la quebrada situada detrás de Parque Luis, Sonia deleitaba a todos con panqueques, picarones, queques con aroma a naranja y sopaipillas pasadas en chancaca (azúcar morena).

Para el año nuevo, se celebraba una cena con orquesta tropical en el Club. Sonia destacaba por su elegancia, siempre a tono con las camelias rojas y blancas que decoraban las mesas. Iniciado el verano, ambas familias partíamos en citronetas a paseos al río Las Cruces, las playas solitarias de Laraquete, la antigua central eléctrica de Chivilingo, el barrio Maule de Coronel, Talcahuano y los infaltables picnics en playa blanca. ¡Qué imborrables huellas nos dejaron el alma esas sencillas entretenciones!

El re-encuentro

Aunque la vida nos separó durante varios años cuando nos vinimos a Santiago, el reencuentro con Jimena a fines de los 80’s volvió a despertar los antiguos lazos. Allí estaba la tía Sonia, siempre dispuesta a enfrentar alegrías y problemas. Ya fuesen terremotos, nietos, el triste cierre del carbón en 1997 o la partida del tío Carlos en el 2009. Participó en el sueño de su esposo de vivir en un parcela en Arauco, plena de jardines (una forma de compensar el haber pasado toda su juventud bajo tierra). Comencé a ir a esa parcela desde el 2005, cuando la Pía vivió conmigo en Santiago. Allí, Sonia me refrescaba la memoria con anécdotas de Lota. Me regalaba detalles desconocidos de mi mamá, quien había fallecido en 1999. Cuando me casé, conoció también a Charlie, quien la llamaba “madre” y le preparaba asados y cócteles.

Sonia también me hablaba de sus vivencias en Mulchén, zona de campo y árboles frutales. Adoraba los encantos de Valparaíso. Una vez fuimos con ella y la Pía a recorrer esos cerros pintorescos y a comer mariscos. ¡Qué buenos tiempos!

El adiós

La última vez que nos vimos (2018) ya estaba enferma. La veo en la cocina, transformando los desayunos en cálidas reuniones familiares. Ayer supe la triste noticia de tu partida, querida tía Sonia. Te llevas contigo parte de mi infancia, el olor penetrante del carbón y de los helechos húmedos. Nos dejas, pero tengo la esperanza de reconocer tu sonrisa luminosa en el sol que besa la bahía de Arauco.  

(Por María del Pilar Clemente B.)

sábado, 2 de mayo de 2020

Vivir y morir en el mundo virtual


VIVIR Y  MORIR  EN EL MUNDO VIRTUAL

 

¿Quiénes somos en el mundo virtual? Dos hechos me hicieron reflexionar. Uno, el haber sido invitada a mi primera fiesta de cumpleaños a través de Zoom. La otra, el fallecimiento de un querido amigo de Barcelona. Alguien que jamás conocí en forma tangible. Me refiero a Fernando Laureano Miranda Artasánchez.

Es el cuarto amigo virtual que he visto partir. La presencia diaria en los muros, grupos o foros digitales hace que nos encariñemos con personas que (como nosotros) existen en otras ciudades, países y barrios. Todos hemos sido testigos de visitantes “desconocidos” que estudian, trabajan, están de novios, se casan, vemos nacer y crecer a sus hijos, aplaudimos a sus mascotas y lloramos sus pérdidas, conocemos a sus padres. ¡En fin! Nos constituimos en parte de sus éxitos, fracasos, enfermedades y dichas. A veces, algunos de ellos pasan a la categoría de “amigos reales” al poder conocerlos en algún encuentro o viaje.

Antes de internet, nuestra red de familiares y amistades era limitada. Dependía de la suerte de tener una familia grande, vivir en un barrio con niños/as de la misma edad, de un escuela acogedora, de veraneos, nuevos empleos, gremios y citas a ciegas. A veces, hasta esa limitada red se iba perdiendo al mudarnos a otra ciudad, divorcios, peleas familiares o fallecimientos. Llamar periódicamente por teléfono y escribir cartas eran la base para mantener un contacto lejano. ¡Ni hablemos de emigrar a otro país!

La muerte

A diferencia del ayer, los difuntos virtuales no desaparecen después del funeral. Si los parientes no cierran sus cuentas, sus muros quedan abiertos como un salón de visitas, una capilla ardiente donde se puede escribir condolencias, recuerdos y los infaltables saludos de cumpleaños, que el algoritmo seguirá anunciando cada año. Algunos optan por borrarlos de sus listas de amigos. Yo prefiero dejarlos ahí, como espíritus susurrantes. Así, puedo revisar sus posteos y captar esa cotidianidad congelada en el tiempo. Conmueve darse cuenta de que el “último relato” no son palabras para el bronce o una despedida. Es como si el dueño hubiese salido a almorzar y colgado el cartelito “Voy y vuelvo”. Entre diario de vida y agenda pública, nuestra forma de ser queda reflejada (casi para siempre) en el tramado virtual. Por eso, no son vanas las recomendaciones de cuidar lo que subimos a internet.

La vida

Me he encontrado también con la vitalidad. Por ejemplo, el primer grupo al que fui invitada (no arrastrada) fue “Diálogo” de Gonzalo Green. Recuerdo que durante los dos primeros meses todos los integrantes mantuvimos una enriquecedora relación de debates, temas profundos y noticias. El momento cumbre fueron las Fiestas Patrias. Sin proponerlo, improvisamos una ramada folclórica. En ese entonces (aprox. 2014) no se usaban tantas fotos, videos o stickers como ahora. Construimos el ambiente a través de las palabras. Sin sonido alguno y sentada frente al computador, asistí a una de las mejores fiestas dieciocheras de mi vida. Todos calzamos perfecto imaginando la decoración, las mesas, los platos típicos, los aromas, la música. Iniciamos un concurso de payas, hubo versos, estrofas de cuecas, brindis…¡En fin! Lo pasamos bomba sin vernos. ¡Qué fuerza tienen las palabras!. Todavía conservo la paya que escribí dedicada a los integrantes del grupo. Gonzalo promovió  la amistad, invitando a su casa en Santiago. En alguno de mis viajes a Chile logré llegar dos veces a estas reuniones en su hogar. Allí conocí “face to face” a varios de los Dialogantes. Desde su silla de ruedas, Gonzalo y su esposa María nos atendían a todos con una ejemplar fraternidad.

Crecer e iluminar

Como vivir no es un camino lineal, el grupo Diálogo pasó por varias etapas, nuevos miembros, alejamientos, bloqueos y hasta un “golpe de Estado” contra el administrador que había expulsado a Gonzalo. Cabe indicar que Fernando Laureano llegó también a ese grupo y siguió compartiendo sus vastos conocimientos de chileno-español en los muros de varios amigos. Participaba también en el universo medieval de un juego de roles. Como recordarán, previo al advenimiento de las redes sociales, estos juegos simuladores de sociedades fantásticas eran la gran atracción de internet. Los personajes o “avatares” cobraban vida en aquella “segunda realidad” y ponían en contacto a personas de diversos países. El tema era alucinante y provocaba polémicas en los medios de comunicación. ¿Terminarían los avatares dominando a sus jugadores?. Aunque las redes sociales opacaron aquel fenómeno, sigue contando con adeptos

El triste adiós

Almeja del Río, María Cristina Craig, Giacomo Marasso y Fernando Laureano Miranda fueron seres vivos, unos desconocidos (si los analizamos con los parámetros de la realidad tangible). Todavía los evoco y durante algunos años, sus muros me seguirán haciendo guiños de estrellas fugaces. La tecnología nos ha dado la oportunidad de iluminar, de crecer y dejar huellas en otros (los que ya no veremos más). ¡No la desaprovechemos!

(Por María del Pilar Clemente B.)