domingo, 7 de julio de 2024

EL CUMPLEAÑOS DE LA PEGGY


 La semana pasada mi hermana y yo estuvimos conectadas por un sueño casi similar. Aquí los pueden comparar:


Ángeles:


“Mi mamá pasaba a recogerme en auto para llevarme a una fiesta en una casa indefinida. Veía salir a la Peggy rumbo a la calle. Yo entraba a la reunión y preguntaba a todos por ella ¿Adónde había ido?. Nadie me contestaba. Desperté y recordé que tanto mi mamá como mi amiga habían muerto hace años”.


Pilar:


“Mi mamá pasaba a buscarme en el Citroen que yo tenía en Chile. Ella vestía la falda y blusa blanca con florecitas azules que le pusimos en su funeral. Me llevaba a una fiesta en El Mercurio, donde alguna vez trabajé. Me encontraba con una colega y ex compañera de universidad que falleció muy joven llamada Olga Araya. Lucía divertida y simpática. Cuando despertaba, me daba cuenta de que tanto ella como mi madre (del mismo nombre) estaban muertas.


Quedamos sorprendidas por la sincronía. ¿Qué podía significar? ¿Porqué ambas evocamos la fiesta de una amiga que, desde 1992 ya no estaba en este mundo? Repetimos al unísono: ¡Se acerca el cumpleaños de la Peggy!


Fiesta invernal


Su fecha era el 07 de julio, pleno invierno chileno. Durante el colegio y la universidad, ella era una de las pocas personas que festejaba a lo grande. Los días previos, siempre de lluvia y niebla, los amigos nos preguntábamos por teléfono: “¿Has sido invitado al cumpleaños de la Peggy?”. Era un evento social que nos impulsaba a dejar la estufa y la ropa en tonos oscuros. Desde las seis de la tarde comenzábamos a llegar a la casa amplia y acogedora, situada en la calle Las Luciérnagas de Providencia. Cuando estábamos todos, la anfitriona descendía por las escaleras del segundo piso ataviada de alguna novedosa tenida que destacaba su espigada figura. Nos saludaba como una actriz de cine. Aplaudíamos y nos reíamos. Más que su belleza, era su sonrisa e ingenio lo que nos cautivaba a todos. Entre animadas conversaciones, chistes y algún bailoteo, circulaban bandejas con bolitas de coco y chocolate, torta amor, tapaditos de queso caliente, pinchos de pollo y empanaditas de varios sabores. El brindis se hacía con refrescos juveniles, cerveza para los rugbistas (amigos de su hermano) y vino con frutillas para los adultos.


Compañera de colegio 


En 1971 mi mamá comenzó a trabajar en CODELCO-CHILE, cuya oficina central se encontraba cerca de La Moneda. Formaba parte de las secretarias y entre ellas hizo muchas amigas. Hilda Cáceres se convertiría en su confidente y en el apoyo a su nueva etapa de viuda. Era bajita, morena, de voz maravillosa. Pertenecía al grupo folclórico y al coro, por lo que fuimos varias veces a verla sobre el escenario. Los lazos fraternos se fortalecieron porque sus dos hijas estudiaban en el en el mismo colegio de monjas donde nosotras asistíamos. 

Grace, la mayor, era famosa en la secundaria por su talento de actriz y liderazgo. Tenía curvas generosas, cabello  aleonado y personalidad arrolladora. Fue idea de ella escandalizar a las monjitas con una versión escolar de “Cabaret”, el musical  de Liza Minnelli tan conocido en los 70’s. Por supuesto, ella interpretó el rol protagónico con baile y todo.

 

Peggy era más tranquila. Excelente alumna, se destacaba no solo por su inteligencia, sino que por su silueta de piernas largas y rasgos delicados. Su cabello le caía hasta la cintura, dándole un aire de  princesa Polinésica. Se convirtió en la mejor amiga de Ángeles, mi hermana. Aunque nos visitábamos en las casas, el momento más intenso del año eran las vacaciones de verano. Ambas familias arrendaban alguna cabaña costera en El Quisco, Algarrobo o Mirasol. Para nosotros, los hijos,  era todo un mes de alegría. Los grandes se turnaban en sus semanas libres. 

Previo a ese viaje, íbamos a la piscina del Estadio Sudamericano, que tenía convenio con CODELCO-Chile. Estrenábamos los vestidos playeros y los trajes de baño regalados en la Navidad. Coordinadas a través del teléfono fijo, tomábamos la misma locomoción, algo que nos llevaba poco más de una hora.  La zona de los clubes y Estadios se encontraba en los faldeos cordilleranos de Las Condes. Llegar allí era parte de la aventura estival.

Las vacaciones junto al mar eran sin televisión. Solían llegar invitados de Santiago o conocíamos juventud en la orilla o en los juegos mecánicos que eran parte del panorama vespertino: tiro al blanco, carrusel, trencito, la rueda de Chicago. En la noche, se comentaban películas, se hacían partidas de naipes, bingos o lotería. Solo para el Festival de Vińa, íbamos a algún lugar con televisión o comprábamos los diarios para enterarnos de los chismes.

No faltaba el paseo en lancha en Valparaíso y la caminata top por la avenida Perú de Viña del Mar. Entre las anécdotas, recuerdo a mi mamá protegiendo el refrigerador con un cucharón del ataque de los rugbistas hambrientos. Por su parte don Johnny, el papá de nuestra amiga, vigilaba a los muchachos, quienes  no le quitaban el ojo a mi hermana y a la Peggy, la rubia y la morena, esplendorosas en bikini.


Universidad y amores


Ángeles y Peggy ingresaron juntas a ingeniería química en la ex Universidad Técnica. Conservo una foto tomada en el jardín de las rosas, donde ella fue candidata a reina “mechona” (novata). Todo fue bien hasta que se enamoró de un príncipe azul muy exigente (y antipático). Hizo lo posible para agradarlo: se cambió a pedagogía, se vistió de aburrida señora joven, dejó de leer tanto. Duró casi tres años en un romance siempre al filo de la navaja. Finalmente, el cobarde se marchó a Estados Unidos y se casó con otra. Eso la dejó con el corazón destrozado. Hoy, esta conducta se habría calificado como falta de autoestima. Entonces, resultaba extraño pensarlo, porque a nuestra amiga nunca  le faltaron admiradores o propuestas para filmar comerciales. Su familia la adoraba. No me olvido de su hermano, quien a veces la pasaba a buscar al colegio. Su irrupción en el frontis del plantel, en motocicleta, bronceado, pelo largo y jeans ajustado, provocaba una gritería y silbidos femeninos desde las ventanas. La Peggy, orgullosa, se moría de la risa.

 

La depresión se tornó en un tumor cerebral. La mala noticia acabó con la vida de don Johnny. Aquel hombre alto, corpulento de aspecto fuerte, no fue capaz de imaginar un mundo sin su niñita menor. Cayó fulminado por un ataque cardíaco. Durante cinco años  Peggy luchó contra la enfermedad y la tristeza de tanta pérdida.  Con mi hermana la íbamos a visitar, aunque ya estábamos casados y  en otras ciudades de Chile. Falleció a los treinta y dos años, a pocos días de su cumpleaños. Sin duda, todos los 07 de Julio debe bajar por las escaleras del cielo, vestida con los colores de ángeles. Sonriente y traviesa debe comentar: “¡Hola chicos! ¿Listos para celebrar?”