Los rostros de Antonia Barra y Ámbar Cornejo nos sonríen confiados desde
las notas de prensa. Podrían ser nuestras hijas, sobrinas, nietas, hermanas o
amigas. Podrían estar vivas y tener un futuro. Pese a las distancias geográficas
y la realidad socioeconómica, ambas jóvenes fueron víctimas de alevosos crímenes.
Antonia (23) se quitó la vida después de haber sido violada y amenazada. Ámbar
(16), fue brutalmente asesinada por la pareja de su madre. Dos tragedias que
pudieron evitarse.
Manipuladores
sexuales
Antonia cayó en una eficaz táctica
de manipuladores sexuales. Se trata de presentarse en las redes sociales ( y en
persona) como “joven de excelente presencia y educación”. ¿Quién va a
desconfiar de las bebidas que te ofrece un simpático galán? Emborrachar o drogar a la “presa” es más
antiguo que el hilo negro. Sucede todos los días y se basa en hacer creer a la
víctima que el sexo fue consensual. Si la agredida se enoja, se le muestran
fotos comprometedoras, se manipulan sus emociones y se le aconseja “silencio”.
Algo parecido le ocurrió a
Natalee Holloway en el 2007. La adolescente norteamericana viajó junto a sus
compañeros de secundaria a la isla de Aruba. En una discoteca fue abordada por Joran
Van der Sloot, el apuesto hijo de una reconocida familia local. Confiada en que
nada malo puede ocurrir en un paraíso, la chica aceptó las copiosas bebidas y
no regresó al hotel con su grupo. Natalee desapareció y la policía de Aruba la culpó
(indirectamente) por su fatal e incógnito destino. Lo que de verdad ocurrió se
supo tres años más tarde, cuando Joran Van der Sloot repitió el mismo
comportamiento en Lima, con la peruana Stephany Flores. Cámaras de video lo
delataron en su rol de seductor, violador y además, asesino.
Las cámaras de video y
conversaciones grabadas en celulares también fueron claves en el caso de Antonia,
aunque a ella no le sirvieron de mucho. Cargaba con la vergüenza de lo
sucedido, se sentía sucia y culpable. ¿Quién creería su versión? ¡Ni siquiera
su ex novio fue capaz de confiar en ella! Prefirió quitarse la vida ante la
incapacidad de seguir luciendo “normal” frente a sus amigos y conocidos. Al
menos, aquellos testimonios presentados por sus padres, llevaron a Martín Pradenas
a prisión preventiva. ¿Actuará la justicia?
Femicidios
sociales
En el caso de Ámbar, al drama
disfuncional de sus padres se sumó el gravísimo error de la justicia chilena de
liberar en el 2016 a Hugo Bustamente, un hombre que había asesinado en el 2005
a su ex conviviente y al pequeño hijo de ésta. Como buen psicópata, se buscó
una nueva mujer a quien dominar. Entonces, la que sobró fue la hija de ésta, Ámbar.
Aunque no me gusta mucho el
término “Femicidio”, ya que considera que se mata a alguien solo por el hecho
de ser mujer, en ambos casos grafica el comportamiento de quienes hicieron la
vista gorda o estaban demasiado sumidos en sus individualismos como para
percibir los silenciosos gritos de ayuda. Por ejemplo, todavía perdura la
creencia que la violencia doméstica es “privada” y que solo en la televisión
una pareja agresiva puede llegar al asesinato (o esconde el secreto de ya serlo).
Es femicidio juzgar a una
adolescente ebria, drogada o ligera de ropas por “buscarse su desgracia”. Lo
mismo que el despecho o los celos machistas, que niegan la realidad de una
violación. Lo es todo aquel “buen compadre” que no se atreve a “pararle el
carro” al amigo que anda en malas intenciones en una fiesta. Ni la madre de Ámbar
pudo evitarle a su hija el riesgo de venir a la casa. ¡Pongamos atención!
¡Miremos alrededor! ¿Cuántas mujeres (y más de algún varón) cercano está
sufriendo abusos o padece una sospechosa depresión? ¿Seguiremos simulando no
ver la agresividad de alguna pareja o en nuestros hijos, nietos o hermanos?
Antonia y Ámbar comparten la
“A” de ángeles. No porque hayan sido santas o de “intachable conducta”. Fueron
ciegas ante el peligro. Confiaron en el ser humano. Quizás, creyeron que todo
varón es un caballero. Una simple conversación profunda puede marcar la
diferencia. ¿Cuántas tienen que morir para darnos cuenta de que clamaban por
ayuda?
(María del Pilar Clemente
B.)