sábado, 2 de mayo de 2020

Vivir y morir en el mundo virtual


VIVIR Y  MORIR  EN EL MUNDO VIRTUAL

 

¿Quiénes somos en el mundo virtual? Dos hechos me hicieron reflexionar. Uno, el haber sido invitada a mi primera fiesta de cumpleaños a través de Zoom. La otra, el fallecimiento de un querido amigo de Barcelona. Alguien que jamás conocí en forma tangible. Me refiero a Fernando Laureano Miranda Artasánchez.

Es el cuarto amigo virtual que he visto partir. La presencia diaria en los muros, grupos o foros digitales hace que nos encariñemos con personas que (como nosotros) existen en otras ciudades, países y barrios. Todos hemos sido testigos de visitantes “desconocidos” que estudian, trabajan, están de novios, se casan, vemos nacer y crecer a sus hijos, aplaudimos a sus mascotas y lloramos sus pérdidas, conocemos a sus padres. ¡En fin! Nos constituimos en parte de sus éxitos, fracasos, enfermedades y dichas. A veces, algunos de ellos pasan a la categoría de “amigos reales” al poder conocerlos en algún encuentro o viaje.

Antes de internet, nuestra red de familiares y amistades era limitada. Dependía de la suerte de tener una familia grande, vivir en un barrio con niños/as de la misma edad, de un escuela acogedora, de veraneos, nuevos empleos, gremios y citas a ciegas. A veces, hasta esa limitada red se iba perdiendo al mudarnos a otra ciudad, divorcios, peleas familiares o fallecimientos. Llamar periódicamente por teléfono y escribir cartas eran la base para mantener un contacto lejano. ¡Ni hablemos de emigrar a otro país!

La muerte

A diferencia del ayer, los difuntos virtuales no desaparecen después del funeral. Si los parientes no cierran sus cuentas, sus muros quedan abiertos como un salón de visitas, una capilla ardiente donde se puede escribir condolencias, recuerdos y los infaltables saludos de cumpleaños, que el algoritmo seguirá anunciando cada año. Algunos optan por borrarlos de sus listas de amigos. Yo prefiero dejarlos ahí, como espíritus susurrantes. Así, puedo revisar sus posteos y captar esa cotidianidad congelada en el tiempo. Conmueve darse cuenta de que el “último relato” no son palabras para el bronce o una despedida. Es como si el dueño hubiese salido a almorzar y colgado el cartelito “Voy y vuelvo”. Entre diario de vida y agenda pública, nuestra forma de ser queda reflejada (casi para siempre) en el tramado virtual. Por eso, no son vanas las recomendaciones de cuidar lo que subimos a internet.

La vida

Me he encontrado también con la vitalidad. Por ejemplo, el primer grupo al que fui invitada (no arrastrada) fue “Diálogo” de Gonzalo Green. Recuerdo que durante los dos primeros meses todos los integrantes mantuvimos una enriquecedora relación de debates, temas profundos y noticias. El momento cumbre fueron las Fiestas Patrias. Sin proponerlo, improvisamos una ramada folclórica. En ese entonces (aprox. 2014) no se usaban tantas fotos, videos o stickers como ahora. Construimos el ambiente a través de las palabras. Sin sonido alguno y sentada frente al computador, asistí a una de las mejores fiestas dieciocheras de mi vida. Todos calzamos perfecto imaginando la decoración, las mesas, los platos típicos, los aromas, la música. Iniciamos un concurso de payas, hubo versos, estrofas de cuecas, brindis…¡En fin! Lo pasamos bomba sin vernos. ¡Qué fuerza tienen las palabras!. Todavía conservo la paya que escribí dedicada a los integrantes del grupo. Gonzalo promovió  la amistad, invitando a su casa en Santiago. En alguno de mis viajes a Chile logré llegar dos veces a estas reuniones en su hogar. Allí conocí “face to face” a varios de los Dialogantes. Desde su silla de ruedas, Gonzalo y su esposa María nos atendían a todos con una ejemplar fraternidad.

Crecer e iluminar

Como vivir no es un camino lineal, el grupo Diálogo pasó por varias etapas, nuevos miembros, alejamientos, bloqueos y hasta un “golpe de Estado” contra el administrador que había expulsado a Gonzalo. Cabe indicar que Fernando Laureano llegó también a ese grupo y siguió compartiendo sus vastos conocimientos de chileno-español en los muros de varios amigos. Participaba también en el universo medieval de un juego de roles. Como recordarán, previo al advenimiento de las redes sociales, estos juegos simuladores de sociedades fantásticas eran la gran atracción de internet. Los personajes o “avatares” cobraban vida en aquella “segunda realidad” y ponían en contacto a personas de diversos países. El tema era alucinante y provocaba polémicas en los medios de comunicación. ¿Terminarían los avatares dominando a sus jugadores?. Aunque las redes sociales opacaron aquel fenómeno, sigue contando con adeptos

El triste adiós

Almeja del Río, María Cristina Craig, Giacomo Marasso y Fernando Laureano Miranda fueron seres vivos, unos desconocidos (si los analizamos con los parámetros de la realidad tangible). Todavía los evoco y durante algunos años, sus muros me seguirán haciendo guiños de estrellas fugaces. La tecnología nos ha dado la oportunidad de iluminar, de crecer y dejar huellas en otros (los que ya no veremos más). ¡No la desaprovechemos!

(Por María del Pilar Clemente B.)

 

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