lunes, 4 de mayo de 2020

En memoria de Sonia Mardones de Wolleter, Arauco-Lota


EN   MEMORIA  DE  SONIA  MARDONES DE WOLLETER, la mejor amiga de mi mamá en Lota, Arauco.

 

Ayer, cuando la brisa dorada del otoño sacudía los bosques de Arauco, se marchó de este mundo, nuestra querida “tía Sonia”. Era de esos seres inolvidables que la amistad transforman en familia.

Corrían los años 60’s cuando mis padres se trasladaron desde Santiago a Lota. Mi papá había sido contratado por la entonces, Carbonífera Lota Schwager. Yo estaba recién nacida y mi hermana recién caminando. Llegamos a una de las casas pareadas en la calle Parque Luis. A través de esta vía, se accedía directamente a la faena del carbón, la maestranza, los trenes, oficinas y piques (los más profundos de Sudamérica). El mismo escenario, aunque en mejores condiciones, que el descrito por Baldomero Lillo a principios de siglo. En esa calle, vivían también los Wolleter Mardones y sus tres hijos Andrea, Jimena y Carlos Arturo (años después nacería Pía, la pollito). La amistad entre las dos mamás surgió con esa fuerza que da el verse todos los días y el compartir los asuntos escolares de los hijos.

Lluvias y aromas de chancaca

La jornada comenzaba con la sirena de los turnos, cuyas vibraciones parecían llorar con lágrimas de hollín. Los niños, llamados por la campana, nos íbamos a la escuela. Sonia y mi mamá se afanaban en los hogares y se juntaban a tejer chalecos, compartir recetas, organizar cumpleaños y obras de ayuda a los mineros en desgracia. Asistían a las reuniones escolares para hacer realidad las presentaciones artístico-culturales que se realizaban en el teatro de Lota, en el Club Social o en los jardines del bellísimo parque, donde caminaban libres los pavos reales.

La tía Sonia era delgada, trigueña, de risa a flor de labios y siempre dispuesta a acoger a los niños del barrio. El ventanal de su living solía convertirse en improvisado escenario para nuestros juegos infantiles. Durante los inviernos, cuando las lluvias reverdecían los bosques y el viento atormentaba los eucaliptos de la quebrada situada detrás de Parque Luis, Sonia deleitaba a todos con panqueques, picarones, queques con aroma a naranja y sopaipillas pasadas en chancaca (azúcar morena).

Para el año nuevo, se celebraba una cena con orquesta tropical en el Club. Sonia destacaba por su elegancia, siempre a tono con las camelias rojas y blancas que decoraban las mesas. Iniciado el verano, ambas familias partíamos en citronetas a paseos al río Las Cruces, las playas solitarias de Laraquete, la antigua central eléctrica de Chivilingo, el barrio Maule de Coronel, Talcahuano y los infaltables picnics en playa blanca. ¡Qué imborrables huellas nos dejaron el alma esas sencillas entretenciones!

El re-encuentro

Aunque la vida nos separó durante varios años cuando nos vinimos a Santiago, el reencuentro con Jimena a fines de los 80’s volvió a despertar los antiguos lazos. Allí estaba la tía Sonia, siempre dispuesta a enfrentar alegrías y problemas. Ya fuesen terremotos, nietos, el triste cierre del carbón en 1997 o la partida del tío Carlos en el 2009. Participó en el sueño de su esposo de vivir en un parcela en Arauco, plena de jardines (una forma de compensar el haber pasado toda su juventud bajo tierra). Comencé a ir a esa parcela desde el 2005, cuando la Pía vivió conmigo en Santiago. Allí, Sonia me refrescaba la memoria con anécdotas de Lota. Me regalaba detalles desconocidos de mi mamá, quien había fallecido en 1999. Cuando me casé, conoció también a Charlie, quien la llamaba “madre” y le preparaba asados y cócteles.

Sonia también me hablaba de sus vivencias en Mulchén, zona de campo y árboles frutales. Adoraba los encantos de Valparaíso. Una vez fuimos con ella y la Pía a recorrer esos cerros pintorescos y a comer mariscos. ¡Qué buenos tiempos!

El adiós

La última vez que nos vimos (2018) ya estaba enferma. La veo en la cocina, transformando los desayunos en cálidas reuniones familiares. Ayer supe la triste noticia de tu partida, querida tía Sonia. Te llevas contigo parte de mi infancia, el olor penetrante del carbón y de los helechos húmedos. Nos dejas, pero tengo la esperanza de reconocer tu sonrisa luminosa en el sol que besa la bahía de Arauco.  

(Por María del Pilar Clemente B.)

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