domingo, 13 de septiembre de 2020

El 9/11 y una Delirante Fantasía de Amor

 

Alicia Esteve Head era alumna de un Máster de Negocios en Barcelona, cuando vio en la televisión el escalofriante ataque a las Torres Gemelas. Conmovida, abrió una  website en inglés para solidarizar con los afectados. Por esos rompecabezas del destino, la joven (bajo el pseudónimo de Tania Head) se convirtió en la anfitriona de las noticias, lazos de unión, búsqueda de desaparecidos, mensajes y el principal foco de reunión para los sobrevivientes y familiares. Fue entonces, cuando los usuarios del portal le preguntaron quién era ella y su relación con el 9/11. ¿Qué respondió?

La tentación de ser protagonista

Alicia debió dudar. En el 2001 se vivía en internet el auge de los juegos de alter ego en segundas realidades. Ella era hija única, sufría ansiedad, sobrepeso y una autoestima baja. Compensaba sus carencias emocionales con éxitos académicos. Sufría por no tener amigos ni ser popular. ¿Para qué defraudar a sus admiradores norteamericanos?. Inventó una pequeña “mentira blanca”. Dijo ser la prometida de David X, un ejecutivo soltero fallecido en la Torre Norte. Las condolencias y simpatías aumentaron; también las preguntas. ¿Qué hacía Tania el 9/11?

Crece la “bola de nieve”

La “mentirita” creció. Relató que ella y David se habían conocido en España, que estaban muy enamorados y que la semana de la tragedia ella se encontraba en Manhattan, concretando los detalles de la boda. Agregó que la mañana fatal, ella estaba en la Torre Sur, en la entrevista laboral de una prestigiosa firma. Su actitud ante el dolor hizo que su website fuese la voz oficial de los sobrevivientes. Se llamó Trade Center Survivor Network y formaron la primera agrupación oficial. Alicia declinó la presidencia, pero como secretaria construyó una excelente relación con las autoridades, donantes y sobrevivientes. Se cubrió las espaldas, contando a sus compañeros de universidad que había viajado a New York durante la semana del 9/11 y que su novio americano había muerto allí. Un relato casual, destinado a quienes hallaran su portal y reconocieran sus fotos.

El sabor de la felicidad

Agradecidos, los asociados le consiguieron un empleo en New York y la ayudaron en la adaptación a su nuevo país. La depresiva joven saboreaba un sueño maravilloso: ¡Era amada y valorada por todos!. Durante tres años, la española siguió inventando  detalles. Llegó a ser la única sobreviviente que se había encontrado (en su escape de la Torre Sur) con numerosas víctimas. Ella había recibido el anillo de un hombre que le pidió entregarlo a su esposa. También, dijo haber sido ayudada en el hall por el bombero-mártir más famoso de todos. Como prueba, ella mostraba una cicatriz que tenía en el brazo, producto de un accidente automovilístico en Barcelona.


El cuento de hadas se desmigaja


Los primeros en sospechar fueron los padres de David X.  Después de muchas negaciones, la “sobreviviente estrella” aceptó ir a la casa de sus “suegros”. Se puso nerviosa porque los datos no calzaban. David jamás había estado en España, donde según ella, se habían conocido. Inventó a última hora, que se habían visto por primera vez en unos cursos de negocios en Harvard y Stanford. Los padres del joven se quedaron con la impresión de que Tania era una triste enamorada sin suerte, ya que David les había presentado a su novia real días antes del 9/11. No dudaron eso sí, del resto de la historia. Desde esa visita, Alicia apeló a problemas psicológicos para no tener que enfrentar a los familiares de las víctimas. Incluso, dijo haber perdido el anillo mencionado, cuando la esposa del fallecido quiso recuperarlo. Varios de los sobrevivientes sufrían el síndrome post traumático, por eso, no encontraron muy extraña la conducta de su líder.

“La mujer que no estuvo aquí”

Con la estrategia del “bajo perfil” Tania Head duró seis años en la directiva de la organización. Su gran desplome ocurrió cuando Angelo J. Guglielmo Jr. quiso filmar un documental, entrevistando a los seis más importantes testigos del 9/11. La española figuraba en el primer lugar con su novelesca historia. Aunque ella se negó, apelando al síndrome post traumático, el comunicador quiso incluir, al menos, su biografía. Así, se contactó con los padres de David X, quienes le manifestaron su opinión sobre la falsedad de la relación amorosa. Guglielmo descubrió que Tania era un pseudónimo y que no figuraba en los archivos de Harvard ni Stanford, como tampoco, había ingresado a los Estados Unidos durante la semana de la tragedia. En Barcelona, contactó a testigos que acreditaban lo del viaje y del novio americano, pero muchos otros, la habían visto en la ciudad los días 10 y 11 de Septiembre.

La verdad estalló como una bomba. Guglielmo cambió el guion y junto a la periodista Robin Gaby Fisher transformó su investigación en un libro y en el documental titulado: “The woman who wasn’t there: The true story of an incredible deception” (La mujer que no estuvo allí: La verdadera historia de una increíble decepción). La revelación provocó el cierre del sitio web y conmoción en la prensa. Tania Head envió un último email, señalando su  frustración ante los miembros que habían creído en las "mentiras del periodista". Anunció que se suicidaría, hecho que no ocurrió. Debido al gran trabajo que había realizado, no le hicieron cargos ni juicios. Simplemente, desapareció de la vista pública. Fue vista un par de veces con su madre en New York y se sabe que sigue en España con otro nombre.  En el libro, diversos psicólogos estiman que Alicia tal vez sufría de histrionismo o de un trastorno delirante que la hacían confundir la fantasía con la realidad.  Alicia Esteve jamás quiso contar su versión de los hechos.

(María del Pilar Clemente B.)

 


martes, 8 de septiembre de 2020

Caballos, Crueldad y un Viejo Libro

 

¡Me impresioné!. Una muy querida Millennial me contó que uno de los libros que marcó su adolescencia fue “Black Beauty”, de Ana Sewell. Se trata de una dramática novela del siglo XIX, traducida al español como “Azabache” (Piedra negra e intensa), cuyo tema es la autobiografía de una yegua. Aquel sensible punto de vista la había inclinado hacia el veganismo y al amor a los animales. No es común que un viejo libro publicado en 1877 cale hondo en el alma de los tecnológicos jóvenes actuales. ¡Como para relinchar de admiración!

Pañuelos y llanto

Corrían los años 70’s y recién nos habíamos venido desde Los Andes a Santiago. Mi mamá era una viuda de treinta y cuatro años, luchando por alimentar a sus dos hijas. Durante las vacaciones del colegio, ella trataba de enriquecernos la vida a través de la literatura. Así, en diversas Navidades llegaron a nuestras manos varios títulos. Uno de ellos era “Azabache”. Venía acompañado por la colección de cuentos de Hans Christian Andersen (los verdaderos, no los “maquillados” y descafeinados). Recuerdo también un bonito libro ilustrado de Charles Dickens, coterráneo y contemporáneo de Ana Sewell. Junto a mi hermana nos quedamos cortas de pañuelos (todavía de tela) para secar el océano de nuestras lágrimas. Dickens y la Sewell no escatiman palabras para describir la pobreza, el egoísmo, la desigualdad y la contaminación de aquel Londres industrial del siglo XIX. Imposible olvidar la espantosa escena de una niña mendiga muriendo de frío, mientras observa por la ventana a una familia reunida en torno a una opulenta mesa navideña. Terrible y realista es también la descripción de la yegua Azabache, frente a la agonía de un caballito azotado hasta la muerte por no levantarse y arrastrar una carga superior a su peso.

Primera denuncia ante la crueldad

Ana Sewell fue una niña tímida, criada en una familia protestante de Inglaterra. Leía mucho y ayudaba a su madre a escribir libros de crecimiento espiritual. A los catorce años su vida cambió. Sufrió una caída donde se quebró ambos tobillos. Nunca pudo volver a ser la misma y debió usar siempre muletas. Además, el clima húmedo no favorecía su salud. Esta desventaja la hizo muy cercana a los caballos, ya que poseía un carruaje individual en el que se movilizaba a todas partes. Se demoró seis años en escribir su única novela, “Black Beauty”. No estaba destinada  a los niños, sino que a los adultos que trabajaban con caballos. Como todos sabemos, en la época de la autora, estos animales eran el motor de las actividades humanas. Servían en las granjas, en el transporte de carga y pasajeros del “novedoso” ferrocarril. Figuraban en las calles, en el hipódromo, la policía, las fuerzas armadas y en los hogares que podían darse el lujo de mantenerlos para la diversión o cacería. Un caballo de “vida acomodada”, podía pasar de la noche a la mañana a las peores condiciones. Cualquier enfermedad, el dislocarse una pata, la vejez, significaba la pérdida de su valor y eran regalados o vendidos por unas pocas monedas a dueños inescrupulosos, quienes los explotaban hasta matarlos. La autora dejó muy en claro que su anhelo era despertar la bondad y el trato humanitario hacia estos nobles seres. Aunque la Sewell falleció de tuberculosis a los cinco meses de publicar su obra, el libro generó consciencia y terminó con el uso del  “engallador”, una especie de collar que obligaba al animal a mantener el cuello en alto. Esto les otorgaba una silueta elegante, pero era una dolorosa tortura que les impedía reaccionar al peligro. Así, muchos accidentes de carruajes ocurrían por dicha causa. Hasta “Black Beauty”, las masas consideraban a los animales como máquinas para sacar provecho con un mínimo de alimentos y cuidados.

Más amor, más humanidad

Hoy, que todavía se ven animales abusados y golpeados, como los malogrados perros Cholito y Weichafe (Chile), es importante difundir en los niños la novela “Azabache”. Cierto, no es una historia de Walt Disney, pero enseña esa realidad fría, que tanto se necesita. Mantener a los chicos en burbujas de cristal, lejos de los dolores y fracasos, no los ayudarán a comprender a otros ni a ser mejores personas. “Black Beauty” vino a mi memoria en el 2018, cuando en Pichilemu falleció en un accidente la activista y amante de los animales, Sol Jara Pizarro. Por esas ironías del destino, su vehículo colapsó ante un caballo extraviado en la carretera. Un pobre equino desatendido por su dueño. Esa madrugada de niebla, la mujer y el animal se hermanaron en una muerte evitable. Por eso, me volvió la esperanza cuando Karina Puvogel me comentó lo importante que había sido para ella leer “Azabache” durante su adolescencia. Hagamos que el legado de Ana Sewell (iniciado en 1877), siga vigente en las nuevas generaciones. ¡Bravo!

(María del Pilar Clemente B.)