Dicen que durante cuatro mil años, los habitantes de la vieja Europa (y parte de Asia) creyeron en el unicornio. En las tabernas, los navegantes (protagonistas de extrañas aventuras) contaban relatos a cambio de vino. Ellos situaban a este animal en los hielos árticos, primos mágicos de las ballenas Narvales, las que si bien eran reales y tenían un cuerno, nadie creía en ellas. En todas las aldeas era más lógico aceptar la existencia de un caballo “especial”, que la de una desconocida criatura marina. Los extranjeros de piel oscura y ojos almendrados hablaban de asnos, búfalos o pesadas bestias de mal carácter, cuyo cuerno molido permitía vivir doscientos años. Lo concreto es que hasta el siglo XVI, muchos seguían soñando con encontrar al unicornio. Los escoceses lo habían imaginado blanco y dorado, poseedor de una fortaleza superior al león de los ingleses. El animal solo se dejaba ver por quienes no lo buscaban. Quizás por su fama de tímido, nunca ocupó los primeros lugares en los cuentos de hadas. Los dragones, pegasos, águilas, leones y grifos eran las estrellas.
La canción de Silvio
En mi niñez no supe nada de unicornios. Este ser legendario llegó a mi vida gracias al álbum que Silvio Rodríguez lanzó en 1982. Su poético tema “Unicornio Azul” se transformó en símbolo ochentero de todo tipo de pérdida, desencuentros, penas de amor, sueños rotos, anhelos de democracia, infancia lejana y lugares imaginados. De todas las canciones del autor, la de esta criatura azul fue la más abierta a un diálogo interior. Inspiraba a escribir y a jugar con cristales de ilusiones quirománticas. Al igual que los clientes medievales de las tabernas, me veo bebiendo vino caliente en las peñas del barrio Bellavista, recorriendo el puerto de Valparaíso y trabajando en la radio “Estrella del Mar’” en la isla de Chiloé, puerta de entrada a la Patagonia austral.
Tenía veinticinco años y mi rol de adulta profesional se tejía en los albores de los 90’s. País por país, la democracia retornaría a Sudamérica. En aquel panorama, ignoraba que los bosques del sur no me darían acogida. Por el contrario, la rosa náutica me llevaría al norte, a los cielos color turquesa del desierto de Atacama, donde me casaría con mi primer marido.
Bailar salsa se pondría de moda y en todas las radios resonarían las “Burbujas de amor” de Juan Luis Guerra o el erótico “Ven y devórame otra vez” de Lalo Rodríguez. Recuerdo haber celebrado el cambio de siglo con “La vida es un carnaval” de la legendaria reina del “azúcar”, Celia Cruz. Muchos viajes, internet. El mundo se abría sin seres mágicos.
El jardín botánico de Miami
En el naciente “21”, los niños enloquecieron con la colección Pokemón japonesa, que incluía al unicornio entre sus figuras. Así, cuando llegué a los Estados Unidos a fines del 2008, los caballos de un cuerno se vendían en todas partes. Gracias a la televisión eran protagonistas de un abundante merchandising videos, películas, juguetes, ropa, mochilas, disfraces, cuadernos y zapatos. ¡Hasta combinaban sus colas con el color de cabello de las muñecas Barby! Como ocurre con todo lo que abunda, dejé de prestarles atención.
Por eso, al viajar a Miami para recibir un premio literario, fue una sorpresa encontrarme con un unicornio de tamaño natural en el Jardín Botánico de la ciudad. La gracia fue descubrirlo entre las plantas, iluminada su blancura por los rayos del sol. Es cierto que no estaba vivo, pero me hizo recordar las leyendas, la canción de Silvio y por ende, el cristal azul de las ilusiones quirománticas de los veinticinco años. Fue el despertar de una sensación olvidada.
Me vi detrás de una ventana de la radio, viendo llover en Chiloé, “aporreando” las teclas de una máquina de escribir e imaginando el futuro, que se presentaba tan extenso como los hielos árticos. El unicornio adornado de helechos y mariposas, fue la evidencia de que siempre nos estamos encontrando con lo que hemos sido. Al abrir la mente, los mensajes en botella, arrojados en el mar de nuestros momentos existenciales, retornan resignificados por el soplo de Dios. ¿Has encontrado a tu unicornio?