domingo, 23 de agosto de 2020

¡Larga vida a la palabra POTO!

 

Censurada por décadas, foco de risas, inspiradora de chistes picantes y suave reemplazo al rudo “culo” español, pocos se han preocupado por sus orígenes. De uso común en Chile, Argentina, Bolivia, Perú y Ecuador es la ÚNICA sobreviviente de la antigua cultura Mochica peruana. Significa “posaderas o nalgas” y aunque debió ser la menos “elegante” de su lenguaje, se filtró entre los quechuas (Incas) para describir jocosamente los cántaros de base ancha (poto grande). Servía perfecto para resaltar el parecido de la cerámica con la silueta femenina. Al igual que hoy, los varones apreciaban los traseros generosos (con fines de fertilidad, claro está). A los españoles, sin duda, les hizo gracia aquella exótica palabra que calzaba con el vocablo catalán “pot” (olla de barro) y el latín “pottus” (potaje o sopa en cazuela de barro). ¿Y bien? ¿Cuál es la gracia del “poto”? Bueno, además de indicar la parte donde “la espalda pierde su casto nombre”, es embajadora de uno de los imperios más importantes (y menos conocidos) de Sudamérica.

Grandeza y fragilidad

Los Mochica o Moches dominaron por 600 años la costa norte del Perú (siglos VII-XIII D.C.). Sus  ingenieros convirtieron el desierto en un vergel gracias a los canales de regadío, construyeron pirámides con adobes (Huacas), desarrollaron complicadas jerarquías sociales y una artesanía espectacular: vasijas con formas (casi reales) de humanos y animales, murales de colores, joyería, técnicas de pesca con canastas de totoras y más. Fueron avezados militares y comerciantes. Solo fallaron en un “pequeño” detalle”: Su gusto desmedido por los sacrificios humanos. Cifraban su éxito en contentar a los dioses. Prisioneros de guerra, ciudadanos seleccionados, vírgenes, ancianos y niños, eran involuntarios protagonistas de crudos rituales que se realizaban siguiendo el calendario, las necesidades, miedos, sequías, enfermedades, augurios o “ejemplos educativos” para la población. Según dicen, era un espectáculo pródigo en sangre, tripas y descuartizados. ¡Hasta los Mayas habrían vomitado!. La tumba del Señor de Sipán (descubierta en 1987) es todo un muestrario cultural de los gestores de la palabra “poto”.

Se vinieron abajo por un brusco cambio climático (hoy se sabe que fue el fenómeno del Niño en su peor magnitud). Las lluvias rompieron el frágil equilibrio ecológico que mantenía su prosperidad. Las inundaciones destruyeron el sistema de regadío, se perdieron las cosechas, se derrumbaron las casas de adobe y luego, vino la sequía. Fueron diezmados por las epidemias y el hambre. Los que sobrevivieron se mataron unos a otros, disputando los escasos recursos (y las cuotas de poder). Fueron aniquilados por los guerreros Huari, quienes trajeron la cultura Tiahuanaco. Posteriormente, los Incas llegaron al territorio. Los hijos del sol duraron breves cien años, aunque generaron más publicidad por su caída ante los conquistadores europeos y los turísticos misterios de Machu Picchu.

No escondas el “poto”

Cuando dices  “no le quite el poto a la jeringa”, “vives en el poto del mundo” o “no quiero usar anteojos poto’ e botella”, rindes tributo a esos trágicos ancestros. Puedes balancear la “colita” argentina, el “derriere” francés, las académicas “nalgas” o los anatómicos “glúteos”, sin embargo, volver la mirada hacia el desplome Mochica ayudaría a comprender el eficiente uso del agua y a poner atención a las fallas sociales y del clima. Las teorías conspirativas, los sacrificios rituales y las cacerías de brujas no son las mejores herramientas para construir el futuro de los Sudamericanos del siglo XXI. ¿Aprenderemos la lección? “Poto, poto, poto…Lo dije ¿y qué?” (Yerko Puchento).

(Por María del Pilar Clemente B.)

 

 

viernes, 7 de agosto de 2020

ANTONIA y ÁMBAR con "A" de ángeles

Los rostros de Antonia Barra y Ámbar Cornejo nos sonríen confiados desde las notas de prensa. Podrían ser nuestras hijas, sobrinas, nietas, hermanas o amigas. Podrían estar vivas y tener un futuro. Pese a las distancias geográficas y la realidad socioeconómica, ambas jóvenes fueron víctimas de alevosos crímenes. Antonia (23) se quitó la vida después de haber sido violada y amenazada. Ámbar (16), fue brutalmente asesinada por la pareja de su madre. Dos tragedias que pudieron evitarse.  

Manipuladores sexuales

Antonia cayó en una eficaz táctica de manipuladores sexuales. Se trata de presentarse en las redes sociales ( y en persona) como “joven de excelente presencia y educación”. ¿Quién va a desconfiar de las bebidas que te ofrece un simpático galán?  Emborrachar o drogar a la “presa” es más antiguo que el hilo negro. Sucede todos los días y se basa en hacer creer a la víctima que el sexo fue consensual. Si la agredida se enoja, se le muestran fotos comprometedoras, se manipulan sus emociones y se le aconseja “silencio”.

Algo parecido le ocurrió a Natalee Holloway en el 2007. La adolescente norteamericana viajó junto a sus compañeros de secundaria a la isla de Aruba. En una discoteca fue abordada por Joran Van der Sloot, el apuesto hijo de una reconocida familia local. Confiada en que nada malo puede ocurrir en un paraíso, la chica aceptó las copiosas bebidas y no regresó al hotel con su grupo. Natalee desapareció y la policía de Aruba la culpó (indirectamente) por su fatal e incógnito destino. Lo que de verdad ocurrió se supo tres años más tarde, cuando Joran Van der Sloot repitió el mismo comportamiento en Lima, con la peruana Stephany Flores. Cámaras de video lo delataron en su rol de seductor, violador y además, asesino.

Las cámaras de video y conversaciones grabadas en celulares también fueron claves en el caso de Antonia, aunque a ella no le sirvieron de mucho. Cargaba con la vergüenza de lo sucedido, se sentía sucia y culpable. ¿Quién creería su versión? ¡Ni siquiera su ex novio fue capaz de confiar en ella! Prefirió quitarse la vida ante la incapacidad de seguir luciendo “normal” frente a sus amigos y conocidos. Al menos, aquellos testimonios presentados por sus padres, llevaron a Martín Pradenas a prisión preventiva. ¿Actuará la justicia?

Femicidios sociales

En el caso de Ámbar, al drama disfuncional de sus padres se sumó el gravísimo error de la justicia chilena de liberar en el 2016 a Hugo Bustamente, un hombre que había asesinado en el 2005 a su ex conviviente y al pequeño hijo de ésta. Como buen psicópata, se buscó una nueva mujer a quien dominar. Entonces, la que sobró fue la hija de ésta, Ámbar.

Aunque no me gusta mucho el término “Femicidio”, ya que considera que se mata a alguien solo por el hecho de ser mujer, en ambos casos grafica el comportamiento de quienes hicieron la vista gorda o estaban demasiado sumidos en sus individualismos como para percibir los silenciosos gritos de ayuda. Por ejemplo, todavía perdura la creencia que la violencia doméstica es “privada” y que solo en la televisión una pareja agresiva puede llegar al asesinato (o esconde el secreto de ya serlo).

Es femicidio juzgar a una adolescente ebria, drogada o ligera de ropas por “buscarse su desgracia”. Lo mismo que el despecho o los celos machistas, que niegan la realidad de una violación. Lo es todo aquel “buen compadre” que no se atreve a “pararle el carro” al amigo que anda en malas intenciones en una fiesta. Ni la madre de Ámbar pudo evitarle a su hija el riesgo de venir a la casa. ¡Pongamos atención! ¡Miremos alrededor! ¿Cuántas mujeres (y más de algún varón) cercano está sufriendo abusos o padece una sospechosa depresión? ¿Seguiremos simulando no ver la agresividad de alguna pareja o en nuestros hijos, nietos o hermanos?  

Antonia y Ámbar comparten la “A” de ángeles. No porque hayan sido santas o de “intachable conducta”. Fueron ciegas ante el peligro. Confiaron en el ser humano. Quizás, creyeron que todo varón es un caballero. Una simple conversación profunda puede marcar la diferencia. ¿Cuántas tienen que morir para darnos cuenta de que clamaban por ayuda?

(María del Pilar Clemente B.)

sábado, 1 de agosto de 2020

¿PROFECÍAS? De un incendio imaginario... a otro muy real


Hoy, todos aseguran recordar alguna profecía sobre la pandemia. Otros, hablan de ciclos que se repiten. Lo cierto es que existen deslices entre la ficción y la realidad. De hecho, el hundimiento del Titanic (1912) fue “telegrafiado al universo” en 1898 por Morgan Robertson en su novela “The Wreck of the Titan or Futility” (El hundimiento del Titán o la superficialidad), en la que imaginaba el choque de un lujoso transatlántico con un iceberg en su viaje inaugural. Era una suerte de “castigo” a la frivolidad humana. Las similitudes entre la tragedia de papel y la real son escalofriantes.  Algo similar ocurrió con la película “The towering Inferno” (1974) y la Torre Santa María en Santiago, Chile. Recuerdo haber asistido al cine Santa Lucía (famoso por sus efectos “sensurround” que hacían gritar al público). Entonces, los temas sobre tiburones y desastres (“La aventura del Poseidón”, “Terremoto”) estaban de moda. Tuve que esperar a cumplir los 14 años para ser admitida como “espectadora madura”. La trama era simple. En San Francisco se inauguraba la torre de cristal más alta del mundo (138 pisos). Por abaratar costos, unos cables eléctricos de pésima calidad prendían llamas en el piso 81. Dos guapetones, Paul Newman y Steve McQueen, encarnaban al honesto arquitecto y al valiente bombero que arriesgaban su vida para salvar a las celebridades que festejaban en las alturas.
 
  Símbolo de la modernidad
 
La película todavía estaba en cartelera (duraban años en las salas) cuando se inició la construcción del edificio más alto de Santiago. Fue publicitada como una “copia” de las Torres Gemelas de Manhattan (aunque solo tendría 33 pisos). Los santiaguinos no la vieron con buenos ojos. Acostumbrados a los terremotos, los debates se centraron en la seguridad sísmica. Desde 1972, el “rascacielos oficial” de la ciudad había sido el Santiago-Centro (25 pisos) al que se le adjudicaba el falso mito de “estar inclinado como la torre de Pisa”. En enero de 1981 la empresa Alemparte, Barreda y Asociados dio por finalizada la obra. Se proyectaba una espectacular inauguración. Entonces, yo acababa de finalizar mi primer año en la Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile. En marzo, el inicio académico venía con desagradables sorpresas. En 1980 el régimen de Pinochet había firmado la nueva ley de universidades. Permitía el ingreso de establecimientos privados, el cobro de mensualidad (hasta ese momento era arancel diferenciado) y el desmantelamiento de los campus en la Ues públicas. Nadie nos envió carta ni avisos. Junto a mis compañeros deambulamos por diversas partes hasta descubrir que habíamos sido trasladados a un incómodo y horrible “cubo de departamentos”. Digeríamos ese trago amargo, cuando comenzó el incendio en la Torre Santa María.
 
Se desata el drama
 
El incendio fue uno de los primeros en ser televisados desde sus inicios. Los estudiantes de los últimos cursos tuvieron el derecho a llevarse las pocas cámaras viejas que tenía la escuela para ir a fotografiar. Cundía la incredulidad. Adentro, habían equipos de trabajadores que instalaban las alfombras y cortinas para las oficinas. Nadie se percató que usaban un pegamento muy inflamable. Las llamas estallaron en el piso doce, por un cigarrillo mal apagado. Todas los cuerpos de bomberos de la ciudad asistieron a un rescate casi imposible. Por un lado, las piletas y jardines impedían el acceso, las escaleras no daban el largo y el helipuerto de la terraza no pudo ser utilizado (materiales acumulados). Hubo once muertos. Varios se lanzaron al vacío y otros fallecieron en los ascensores. La gente comentaba que la película se había hecho realidad y que la torre estaba “maldita”.
 
1981, año “Non grato”
 
La desgracia llegó acompañada. Se desató una nueva crisis económica mundial, los psicópatas de Viña del Mar (los ex carabineros Jorge Sagredo y Carlos Top Collins) siguieron asesinado parejas hasta 1982, salieron al mercado las flamantes AFP (polémicos fondos de jubilación) y en el ámbito internacional, Ronald Reagan (USA), el Papa Juan Pablo II y el presidente de Egipto, Anuar el Sadat fueron baleados (el egipcio falleció). Nos endulzaron el ánimo con el merengue dorado del príncipe Carlos y la tímida Lady D desfilando hacia el altar. En la Escuela, el video y álbum “Alturas de Machu Picchu” (Los Jaivas), nos acarició con su vuelo de paz y esperanza. La torre siniestrada dejó lecciones de seguridad, no obstante, su fama de “mala suerte” y de estar habitada por fantasmas, nunca cambió. Después de varios problemas, recién en el 2017 se construyó su gemela, con el nombre de Nueva Santa María. ¿Habrán impulsado estas accidentadas “copias” las malas vibras del futuro 9/11/? Nunca se sabe, todo es circular. (María del Pilar Clemente B)