Censurada por décadas, foco
de risas, inspiradora de chistes picantes y suave reemplazo al rudo “culo”
español, pocos se han preocupado por sus orígenes. De uso común en Chile,
Argentina, Bolivia, Perú y Ecuador es la ÚNICA sobreviviente de la antigua
cultura Mochica peruana. Significa “posaderas o nalgas” y aunque debió ser la
menos “elegante” de su lenguaje, se filtró entre los quechuas (Incas) para
describir jocosamente los cántaros de base ancha (poto grande). Servía perfecto
para resaltar el parecido de la cerámica con la silueta femenina. Al igual que
hoy, los varones apreciaban los traseros generosos (con fines de fertilidad,
claro está). A los españoles, sin duda, les hizo gracia aquella exótica palabra
que calzaba con el vocablo catalán “pot” (olla de barro) y el latín “pottus”
(potaje o sopa en cazuela de barro). ¿Y bien? ¿Cuál es la gracia del “poto”? Bueno,
además de indicar la parte donde “la espalda pierde su casto nombre”, es embajadora
de uno de los imperios más importantes (y menos conocidos) de Sudamérica.
Grandeza
y fragilidad
Los Mochica o Moches
dominaron por 600 años la costa norte del Perú (siglos VII-XIII D.C.). Sus ingenieros convirtieron el desierto en un
vergel gracias a los canales de regadío, construyeron pirámides con adobes
(Huacas), desarrollaron complicadas jerarquías sociales y una artesanía
espectacular: vasijas con formas (casi reales) de humanos y animales, murales
de colores, joyería, técnicas de pesca con canastas de totoras y más. Fueron avezados militares y comerciantes. Solo fallaron en
un “pequeño” detalle”: Su gusto desmedido por los sacrificios humanos. Cifraban
su éxito en contentar a los dioses. Prisioneros de guerra, ciudadanos seleccionados,
vírgenes, ancianos y niños, eran involuntarios protagonistas de crudos rituales que se realizaban siguiendo el calendario, las necesidades,
miedos, sequías, enfermedades, augurios o “ejemplos educativos” para la población. Según dicen, era un espectáculo pródigo en sangre, tripas y
descuartizados. ¡Hasta los Mayas habrían vomitado!. La tumba del Señor de Sipán
(descubierta en 1987) es todo un muestrario cultural de los gestores de la
palabra “poto”.
Se vinieron abajo por un
brusco cambio climático (hoy se sabe que fue el fenómeno del Niño en su peor
magnitud). Las lluvias rompieron el frágil equilibrio ecológico que mantenía su
prosperidad. Las inundaciones destruyeron el sistema de regadío, se perdieron
las cosechas, se derrumbaron las casas de adobe y luego, vino la sequía. Fueron
diezmados por las epidemias y el hambre. Los que sobrevivieron se mataron unos
a otros, disputando los escasos recursos (y las cuotas de poder). Fueron
aniquilados por los guerreros Huari, quienes trajeron la cultura Tiahuanaco.
Posteriormente, los Incas llegaron al territorio. Los hijos del sol duraron breves cien años,
aunque generaron más publicidad por su caída ante los conquistadores europeos y
los turísticos misterios de Machu Picchu.
No
escondas el “poto”
Cuando dices “no le quite el poto a la jeringa”, “vives en
el poto del mundo” o “no quiero usar anteojos poto’ e botella”, rindes tributo
a esos trágicos ancestros. Puedes balancear la “colita” argentina, el “derriere”
francés, las académicas “nalgas” o los anatómicos “glúteos”, sin embargo, volver
la mirada hacia el desplome Mochica ayudaría a comprender el eficiente uso del
agua y a poner atención a las fallas sociales y del clima. Las teorías
conspirativas, los sacrificios rituales y las cacerías de brujas no son las mejores
herramientas para construir el futuro de los Sudamericanos del siglo XXI.
¿Aprenderemos la lección? “Poto, poto, poto…Lo dije ¿y qué?” (Yerko Puchento).
(Por María del Pilar
Clemente B.)