domingo, 3 de octubre de 2021

El espejo y el arrimo


















Durante los ocho años de  mi infancia en el sur de Chile, vivimos en dos casas, ambas en la misma calle. La que más recuerdo es aquella donde aprendí a caminar y a interpretar las primeras sorpresas del mundo. Mis padres dejaron atrás Santiago en 1962 para avecindarse en Lota, provincia de Arauco. Mi papá, Miguel Clemente, había sido contratado para trabajar en las históricas minas del carbón. Entonces, estaban en manos de la Compañía Carbonífera Lota Schwager. 


Parque Luis 397 fue aquella inolvidable dirección. Era un barrio de viviendas de fachada continua, cuya calle principal llevaba  a la faena minera, situada muy cerca del mar. Así, los sonidos laborales y el aroma a hollín eran parte de lo cotidiano. Las casas eran de un piso y de líneas simples, sin detalles estéticos. La puerta principal daba a la vereda y era de doble mampara. Durante la noche se cerraba, pero a lo largo del día, tímidos rayos de sol se filtraban por los vidrios opacos de la mampara. Pese a ello, el interior era bastante oscuro, salvo la galería vidriada que daba al patio trasero.  


El vestíbulo


Desde la puerta se accedía a un pequeño vestíbulo. Era un espacio mágico, encajonado entre la entrada y la salida del hogar. Amortiguaba el eco de los pasos y era la pausa para mirarse de reojo en el espejo de fierro forjado negro que combinaba con la mesita de arrimo y una lámpara en forma de farol. El estilo del forjado le daba un aire español a ese rincón. Sin duda, un tributo a mi padre, originario de Barcelona. Justamente, sobre el arrimo se colocaban las cartas que le enviaban su única hermana Carmen y mi abuelo Pedro. Allí dejaba él las suyas, para acordarse de llevarlas al correo. 


Había un plato de cerámica destinado a las cuentas, llaves, papeles con direcciones, conchitas recogidas en la playa y monedas, muchas monedas. Eran necesarias para comprar el diario local cuando el niño pasaba voceando el nombre: “¡El Suuur, el Sureeeeeee!”. También, para completar la suma o el cambio de los pescadores matinales, quienes tentaban con los frutos del mar que portaban en pesadas canastas: “¡Sierra fresca, caserita! ¡Cholgas y chuchitas ricas!”. A veces, era el lechero quien recorría los barrios sobre un carretón y caballo. 


En el arrimo quedaba la cajetilla de cigarrillos Liberty que mi mamá trataba infructuosamente de olvidar. 


Por mi edad y estatura, la luna del espejo me quedaba muy alta. Solo podía ver el farol y una acuarela de la pared opuesta. A veces, agitaba mi mano para que mis dedos se reflejaran. Cuando aprendí a leer los cuentos de hadas, sospeché que el espejo del arrimo era la puerta hacia algún reino encantado. No ocurría igual con el tosco espejo del botiquín ni tampoco, con el pequeño de luna redonda que usaba mi madre para maquillarse. Un día descubrí que caminar por la casa llevando enfocado el espejito hacia el cielo raso, producía la mareante sensación de desplazarse entre lámparas y molduras. 


Teatro imaginario


El vestíbulo se convertía en las bambalinas de un teatro imaginario, cuando mis padres salían muy elegantes para algún evento de la empresa. Las fiestas mineras siempre eran en grande, con mucha comida, mesas decoradas y orquesta. Desde el club social hasta el sindicato, las celebraciones anuales eran por lo alto. Como  se trataba de encuentros para adultos, mi hermana y yo nos contentábamos con observar a papá arreglándose la corbata en el espejo del arrimo y a mamá cambiándose algún collar de última hora o abasteciendo con la última caja de fósforos su cartera de moda. 

Alicia nos venía a cuidar y nos animaba a despedirnos  cuando atravesaban la mampara. A través de los vidrios, advinábamos los focos de la citroneta que se marchaba con su agudo motor rugiente.


El invierno y las lluvias eran largas, melancólicas. Si la tormenta era poderosa, la puerta principal se cerraba y desde la ventana del living, mirábamos sacudirse las copas de los eucaliptos de la quebrada. Entonces, la lámpara farol, fiel guardiana, mantenía iluminado el espejo y el arrimo. Alguien podría necesitar entrar o salir de urgencia. 


La Cruz de Mayo


Lo mejor ocurría con la procesión de la Cruz de Mayo. Para la ocasión, todas las puertas se mantenían abiertas, aunque cayera la noche. Sobre el arrimo se ponía la donación en dinero o especies para entregar a los devotos. Una vez, yo estaba enferma en cama y no quería perderme la procesión. Mi papá me envolvió en un chal y me tomó en brazos para que mirara desde las ventanas el avance de los cantos cada vez más cercanos. Mi hermana se asustaba cuando la solemne cruz decorada con flores y velas se reflejaba, cual enjambre de luciérnagas, en la mampara. El misterio se develaba cuando abríamos la puerta y allí estaba el grupo con el sacerdote, entre atractivo y amenazante. 


La segunda casa (en la que solo vivimos dos años) era más moderna y no tenía doble puerta ni vestíbulo. No sé donde mi madre ubicó el espejo, el arrimo y el farol allí. . No me fijé si estaban o no. Los objetos rutinarios a veces desparecen sin que uno se dé cuenta. En especial, cuando devienen cambios, mudanzas, viajes. Otros lugares, otras ciudades. Simplemente, se quedan escondidos en algún rincón de la memoria hasta que la nostalgia furtiva los vuelve a poner en primer plano. 













viernes, 9 de julio de 2021

¿Una Escultura para Representar a la Mujer Chilena?


La mujer chilena será representada por una escultura que acaba de ganar una convocatoria público-privada. Así, el colectivo conformado por las artistas Josefina Guilisasti, Cecilia Puga, Paula Velasco y Bárbara Barreda, dispondrán de seis meses para levantar su obra en el Parque de Los Reyes, en Santiago. Hasta ahí, todo bien. El problema es el objetivo del concurso: “Visibilizar el valioso aporte de las mujeres al desarrollo de nuestro país y mostrar su amplia diversidad”.


La mega-escultura de 9,5 metros de alto, 13,5 metros de largo y 8,5 metros de ancho abre la pregunta si realmente cumple con la finalidad solicitada. Con buena voluntad es posible imaginar que una red entretejida por tubos de acero tiene algo de tapiz femenino.  El diseño, que permite ingresar a su interior a los visitantes, se puede interpretar como la esencia de un útero o un frío abrazo cordillerano. Lo cierto es que el “valioso aporte” a la “diversidad” de nuestras coterráneas no se aprecia en la obra, aunque sin duda, refleja el trabajo colectivo de las autoras. Entonces, ¿Se trata de una celebración al gran esfuerzo creativo de las artistas o de una representación intimista y universal de la mujer chilena?.


No culpemos al jurado. Importantes artistas analizaron las cincuenta propuestas antes de tomar la decisión. Los organizadores son también prestigiosos: El Ministerio de la Mujer y Equidad de Género, el Ministerio de la Cultura, las Artes y el Patrimonio, la Confederación de la Producción y el Comercio (CPC), la Municipalidad de Santiago y el Capítulo Chileno del Museo Nacional de la Mujer en las Artes (NMWA). Hasta ahí todo bien. Lo que parece no funcionar es el “tema representativo”. Es decir, se presupone la idea de mujeres chilenas representadas y acogidas. ¿Se cumple dicho objetivo?. 

Como a los artistas plásticos  el tema no les “hace ruido”, invitamos a seis miembros del Comité de Mujeres Escritoras del PEN  Chile para saber si se sienten representadas desde las letras.


Opiniones desde las letras


Cristina Wormull


Cristina Wormull señala: “Discrepo con el concepto implícito para definir lo femenino. También, con que se deba realizar un homenaje a la mujer. Es similar a celebrar el Día de la Madre, ensalzando sus virtudes hasta el empalagamiento, en desmedro de sus otras cualidades, las que son opacadas ante una imagen de madre virginal y santa”.

Wormull agrega que a nadie se le ocurriría hacer una escultura en homenaje a los hombres de Chile. “El mero hecho de idear una escultura en honor del género femenino es un insulto, una mirada machista y paternalista de la mujer”. 

Para la escritora, el país está en deuda con destacadas féminas, como por ejemplo, la primera mujer médico de Chile y Sudamérica, Eloísa Díaz; Elena Caffarena y su aporte a la integración política y social de la mujer; María Luisa Bombal, tremenda escritora (quién además de no recibir el Premio Nacional de Literatura, fue muy ninguneada por sus colegas varones). Menciona también a Gladys Marín, Olga Poblete y a tantas otras.

“Realizar una obra artística en honor a la Mujer Chilena es lo mismo que el monumento al Roto Chileno, paternalismo y feudalismo”.


Virtuosismo, buena técnica, pero…


Yasmín Navarrete

Cecilia Almarza


Yasmín Navarrete, Física de profesión, poeta e integrante del Comité de Mujeres Escritoras, manifestó que la escultura ganadora puede ser un buen ejemplo de virtuosismo, técnica y materiales, pero el conjunto resulta abstracto y poco apegado a las raíces de lo femenino. Al respecto, explicó: “No me siento representada por la obra. Creo que un ingeniero podría apreciar mejor su calidad. Sin embargo, en cuanto al simbolismo de lo femenino, la calidez, afecto, fortaleza y lucha irrevocable, sólo los colores se acercan a dichas cualidades”. 


Para Navarrete, los organizadores desaprovecharon la oportunidad de la contingencia social respecto al género y al sentido de lo femenino: “Ya que será instalada en el Parque de los Reyes, se pudo contemplar mejor el contexto natural para conectar con la naturaleza, las raíces, lo cíclico y el misterio mismo de la vida, de la madre Tierra y de los espacios orgánicos, pero al menos, abre una discusión”.


La poeta Cecilia Almarza confiesa sentir escalofríos ante tan fría estructura metálica: “A esa red le falta alma. Parece chiste pero presenta una mirada demasiado neoliberal. Le falta tierra, hembra originaria, emoción, fuerza, fuego, en suma, le falta mujer. Como diría la escritora nicaragüense, Gioconda Belli, le falta cuidadanía”.  


Alejandra Faúndez, escritora y encargada de estudios de género, señala que la escultura le parece muy conceptual: “demasiado abstracta en un contexto en que las mujeres han dado muestras de mucha resiliencia y capacidad de gestión y luchas  en los hogares y en la calle. Pienso que el arte debería mostrar a la mujer en su contexto actual”. 


Alejandra Faúndez



Se alza hacia las nubes


Muy distinta es la opinión de Carmen Tornero: “Me parece notable esta enorme obra de arte confeccionada por manos femeninas. Me impresiona verla alzarse hacia las nubes en un material tejido en cálidos rojos. Una rigidez ablandada por las caricias de manos femeninas, reflejo de la firmeza y creatividad de nuestra escultoras”.

La escritora se califica poco erudita en artes plásticas, pero gran amante de la belleza y de la estética. Agrega: “Me complace esta mujer de erguida con la frente en alto. Ella no solo refleja a las féminas de nuestro país, sino que a las figuras del género  en cualquier parte del mundo. No importa si me representa o no. Eso es lo de menos. Lo importante será lo que sienta quien se detenga a admirarla”. 


María Violeta Güiraldes piensa parecido: “El monumento es bonito y la elección desde el punto de vista estético me parece bien. Reconozco que es una expresión muy moderna para que yo, que pertenezco a una generación más antigua, me sienta representada o vea en ella a una mujer. En todo caso, al leer el análisis que hicieron para preferirla, calza con mi forma de apreciar lo femenino”. 


Carmen Tornero

Violeta Güiraldes




Hombres y mujeres no son reflejados por igual


Blanca del Río, escritora y ex presidenta de PEN Chile, reflexiona sobre los homenajes artísticos otorgados a varones y mujeres en los espacios públicos chilenos. “Un catastro realizado por el Consejo de Monumentos Nacionales revela que de las 621 estatuas, bustos y placas conmemorativas, solo el 4,7% correspondes a mujeres (57% a hombres y 38% a batallas o eventos históricos). En el caso de Santiago, solo seis monumentos corresponden a Gabriela Mistral, nuestro Premio Nobel. Sin embargo, no son atractivos. Se tiende a presentarla  como una adusta profesora, vestida de gris o de negro, dedicada a los niños, aunque su obra es mucho más trascendente”. 


Del Río explica que la misma invisibilidad se da en los nombres de las calles. “El feminismo y la perspectiva de género han problematizado esta desigualdad en el espacio urbano a la hora de diseñar y construir las ciudades. Han intentado entregar una nueva mirada sobre las luchas y logros de las mujeres a través del espacio público  y digital”. 


En cuanto a la escultura ganadora, comenta que si bien el colectivo de artistas que la creó dice reflejar las tensiones o miedos exteriores ancestrales, frente al espacio interior protegido, que sería una nueva forma de habitar, lo cierto es que su diseño parece haber sido concebido para un museo o para un público selecto: “Me refiero a que no permite al ciudadano común ni a escolares o estudiantes, imaginar y visibilizar la participación de las mujeres en el desarrollo socio-económico, político y cultural de Chile. Tampoco trasciende su función de gestación-creación y maternidad  ni en su aporte creativo en el seno de su comunidad y en la literatura chilena”. 



Blanca Del Río


jueves, 10 de junio de 2021

Ahue Mahatu, mi corazón llora y canta


 

Isla de Pascua, 1961

 

-¡Llegó la Marcoyora!

La niña (a la que todos llamaban Clara Pao) trepó a una roca y observó el barco en el horizonte de circularidad infinita. No corrió hacia la caleta junto a los demás, aunque sentía curiosidad por conocer a la Marcoyora, la Margot cantora. Había escuchado a las madres narrar la historia de María Ignacia Paoa y de cómo la Marcoyora había logrado que danzara Sau Sau en un escenario gigante, de cortinas rojas y lámparas de cristal. Muy diferente al humilde galpón donde la Armada proyectaba películas que tenían el color de las noches de luna. Según las madres, gracias a la Marcoroya, los chilenos del “conti” habían apreciado el valor de los Rapa Nui. Aquel triunfo era una señal de que el futuro podía ser diferente a los tenebrosos tiempos de la “Compañía explotadora”. Clara Pao quiso saber más de esa época, pero los mayores le explicaron que los recuerdos dolorosos enfermaban a los Aku Aku y cuando las almas de los ancestros se enferman, los sueños salen malos.

Sobre la cubierta del Presidente Pinto, Margot mantenía la vista en los botes que se aproximaban para llevar a tierra a los viajeros. Después de siete días en alta mar, la niebla vestía a los volcanes dormidos con transparencias de novia. Deseó que Felipe Riroroco Teao estuviera en alguna de esas casitas de colores que se perfilaban en la bahía. Sabía que era imposible, porque el capitán le había contado que estaba cumpliendo tareas de marinero en el Chile austral. Margot había aprendido de los campesinos, que los deseos hacen que las cosas se vayan encadenando hasta ocurrir. Diez años atrás, cada eslabón se había unido para que conociera a Felipe en un hospital. Necesitaba alojamiento y ella se lo había dado. Así, a través de aquel marinero fornido y de corazón musical, había conocido antiguas canciones Rapa Nui. Gracias a Felipe, ella se encontraba ahora en aquel territorio insular, tan poco comprendido por muchos  chilenos que reducían el folclore a las empanadas, el rodeo y la cueca.

Por su edad, era la tercera vez que Clara Pao estaba presente en el arribo anual del buque. Como siempre, escuchó a los mayores hablar de los documentos. Clara Pao se preguntó porqué parecían ser tan importantes. Soñó que los documentos eran collares con poderes especiales. Quizás permitían volar o sanaban a los enfermos que estaban al otro lado de Hangaroa. Posiblemente, permitían ir a conocer el “conti”, pues era difícil salir de la isla. Todos sabían que Felipe Riroroco Teao se había inscrito en la Armada para atravesar el horizonte de circularidad infinita. Después, lo había seguido María Ignacia Paoa, por ser la reina del Sau Sau.  

Margot abordó el bote de los Pakarati, quienes  le había ofrecido hospitalidad. Cuando llegó a la orilla, todos querían abrazarla y darle algún regalo. En la atmósfera flotaba el delicioso aroma de los asados en piedra caliente. Las mujeres Pakarati la mimaron con jugos de fruta y arreglaron su cabellera con adornos de hojas de piña. Así comenzaron las celebraciones y el intercambio de conocimientos. Margot quería aprender, comprender cada baile, letra y canción. Entonces, vio a una niña de frágil apariencia, escondida detrás de un bananero. Le hizo señas para que se acercara y le preguntó su nombre. Cuando ella se lo dijo, agregó:

-Bien, Clara Pao. ¿Dime que te gusta hacer?

La niña lo pensó. No era buena para danzar, cocinar, tejer ni cantar. Al final, respondió:

-Me gusta contar sueños.

Todos aplaudieron. Margot la miró a los ojos e indagó:

-¿Y tú con qué sueñas?

-Con que los moais un día se van a levantar.

 Algunos rieron, otros creyeron. El corazón de Margot latió con esa misma mezcla de dolor y felicidad con que despidió a Felipe en el muelle de Valparaíso. Aquel día, a bordo del Presidente Pinto se encontraba una comitiva científica y académica destinada a acompañar al escritor de la loca geografía, Benjamín Subercaseaux en su misión de redactar un informe para el desarrollo de Isla de Pascua. Mirando a la niña soñadora, Margot evocó el optimismo que reinaba en aquel muelle, los guitarreos, las palmas al viento, la complicidad de Felipe Riroroco y del sargento de aviación Rapa Hango, enriqueciendo las tonadas con sus  ritmos polinésicos. Tuvo la certeza de que los deseos de esa delicada pequeña se irían encadenando hasta ocurrir. Un día, los gigantes caídos elevarían sus ojos pétreos al cielo y los isleños serían admirados en todo el mundo. El secreto se lo había enseñado Felipe: Mientras el corazón-mahatu, se llene de risa, lágrimas y canto, dejaremos una huella en esta vida.   

NOTA: Realidad-ficción inspirada en la folklorista Margot Loyola, ganador del segundo lugar en el concurso convocado por el Museo Violeta Parra, la Biblioteca Nacional y la Universidad Católica Cardenal Raúl Silva por los cien años de esta cantautora e investigadora de las tradiciones chilenas. 




miércoles, 21 de abril de 2021

Tiempos Paralelos en Los Andes


 

Era febrero y la pandemia era un mito al acecho. Estábamos en Chile con mi gringo y él deseaba aventurarse por los serpenteos curvos del Paso Los Libertadores. Disfrutaríamos un fin de semana en Mendoza. Sonaba el concierto de Aranjuez en la radio del Toyota y dejé que mis sentidos se calibraran con la música. Estábamos ingresando al  tramo más importante para mí: el comprendido entre la ciudad de Los Andes y Río Blanco. En 1970, esa ruta había sido parte de mi cotidiano infantil. Fue solo un año. Uno, pero bastó para que los nogales floridos de Saladillo me enseñaran los colores secretos de la montaña. Fue un año marcado por un destino fatal. Dejamos atrás la bahía llorosa de Arauco y nos asentamos en los dominios ancestrales del cóndor. Mi padre permutó los laberintos subterráneos de la Compañía Carbonífera Lota-Schwager por las vetas rojas de la Anaconda Copper Mining.

Poco a poco, los terrenos agrícolas se fueron angostando y el auto subió por la suave pendiente del principio. Habían más edificaciones, torres eléctricas y graffitis que en los 70’s, pero la grandiosidad escénica era la misma. Las sombras  cortadas a filo, los cactus trepando entre rocas y abajo, las espumas del río, saltando y formando meandros como si los siglos no existieran. Abrí la  ventanilla del Toyota y aspiré el aire seco de la tarde. Me vi junto a mi hermana en el bus escolar que nos llevaba todos los días desde Saladillo, el campamento, hasta la plaza de armas de Los Andes. De allí, las niñas caminábamos hasta el María Auxiliadora y los muchachos, hasta el Instituto Chacabuco.

Abajo, el viento acariciaba las plumas de las plantas acuáticas que bordeaban el río. Reconocí el perfume a hierba campestre y presentí el zumbido de los insectos. Al igual que ayer, noté el dibujo del ferrocarril Trasandino, la misma trocha por la que ingresaron mi padre y su primo. Los visualicé en un vagón barato, soñando con su futuro de inmigrantes en Chile. Ambos se enamoraron de la cordillera. La abuela Ángeles eran de los Pirineos. Murió en su pueblo natal, agotada por el hambre y la pulmonía, cuando buscaron refugio ante la guerra fratricida que azotaba Barcelona y al resto de España.  

El fantasma del tren me saludó en los faldeos desnudos. Me pareció ver a mi padre, joven y sonriente, incapaz de imaginar que retornaría por su pasos hacia este paisaje, que lo despediría de la vida. Tampoco sospechaba que al llegar a Santiago, alojaría en la misma pensión del Cerro Santa Lucía, donde mi mamá había llegado después de pelearse con mis abuelos. Allí se conocerían, allí nacería el amor y se irían al sur.

Al doblar una curva, nos topamos con el monumento al Salto del Soldado. En este hito de cemento (hoy, pintado de color turquesa), yo siempre buscaba al jinete en su caballo, describiendo un arco en el aire hasta alcanzar el borde opuesto.  Luego, venía la iglesia de piedra, los puentes (que ya no eran colgantes) y los caseríos de Río Blanco. Al pasar la Planta Eléctrica comprobé con asombro que el cartel de la antigua Hostería La Luna, seguía allí, oxidado, descolorido, ausente. Era el paseo dominical, el almuerzo y el desafío juvenil de zambullirse en las aguas de vertiente que colmaban aquella piscina colgante. La luna lucía clara a las cinco de la tarde, llamando a la noche con la demora de una mujer coqueta. Otra curva más y desaparecieron las bañistas del ayer.  

Otro cartel, moderno y verde, indicaba el desvío a Saladillo. Elevé la vista hacia el invisible camino minero, la espiral angosta donde el jeep que transportaba a mi papá y a otro ingeniero se despeñó al vacío, abrazado por la neblina de un invierno blanco. Los tiempos se unieron en uno solo. Abajo, mi papá ingresando feliz al país. En los faldeos, cantando zarzuelas antes de irse a trabajar y arriba, volando hacia el alma universal.

El desvío quedó atrás y seguimos hacia Los Libertadores. Un cóndor apareció en el cielo dibujando círculos. Me pregunté si los nogales de Saladillo seguirían floreciendo  o ya los habrían cortado.

(María del Pilar Clemente B.)  


martes, 9 de marzo de 2021

Jenni Rivera, Tragedia y Machismo

 

Esfuerzo, sobrevivencia, talento. Palabras que describen a la malograda cantante de rancheras, Jenni Rivera. Nacida en Long Beach, California, su vida fue una mezcla de éxitos profesionales y amores tormentosos, siempre bajo la amenaza de perder a sus cinco hijos. Madre soltera a los quince años, no tardó en convertirse en un ícono de la hembra Latina, capaz de sonreír y cantar, aunque el dolor carcoma el alma. Admirada por las mujeres, deseada por los hombres, falleció en diciembre del 2012 a los cuarenta y tres años. El desplome del avión privado que la conducía desde Monterrey a ciudad de México detuvo su corazón, pero la despertó en el mito popular. Hoy, la animita que recuerda el sitio el accidente, cuenta  con flores, juguetes y mariposas, símbolo de su transformación de víctima a triunfadora.

Como si sospechara su prematuro fin, la cantautora dedicó años a escribir su autobiografía titulada: “Inquebrantable: Mi historia, a mi manera”, la que fue publicada póstumamente en el 2013. El libro es la base de la serie realizada por Telemundo y que hoy circula en Netflix, “Mariposa de barrio”, canción donde ella resumió su áspero camino entre el dulzor y la amargura. 

Familia ejemplar, pero…

Los padres de Dolores Janney Rivera se criaron en México, en las zonas agrícolas de Sonora y Jalisco. Pedro Rivera tenía dieciséis años y Rosa Saavedra, quince cuando se casaron. En 1968 emigraron a California donde nació Jenni, la tercera de seis retoños. Pedro y Rosa unieron su talento musical y su capacidad de trabajar duro para instalar una tienda de discos y cassettes, la que evolucionó a “Cintas Acuario”. Al estudio llegaban los aspirantes a “reyes de la ranchera” para grabar sus “demos”. El servicio incluia la promoción en las radios, revistas y festivales hispanos en los Estados Unidos, además de la frontera y el norte mexicano.

Desde niña, Jenni demostró facilidad para cantar y componer. Sin embargo, una mala experiencia en un concurso infantil, le creó inseguridad. Así, sus talentosos hermanos Lupillo, Juan y Gustavo se lanzaron con gran éxito en el mercado Latino. Eran tiempos en que las rancheras competían armoniosamente con el furor de las salsas centroamericanas. Entre 1980 y el 2000, el negocio discográfico todavía era rentable, abundante de fans y compradores.   

El freno del machismo

A los quince años Jenni quedó embarazada. Fue presionada por su novio José Trinidad Marín, quien era un veinteañero poco educado y dominante. Pese a que ella no quería seguir en la relacion, su propia madre la obligó a irse a vivir a la casa del novio. Para Rosa, la llegada de un hijo obligaba al matrimonio. Desde 1984 hasta 1992 Jenni vivió una pesadilla con “Trini”. Los celos, la violencia doméstica y las apasionadas reconciliaciones estaban a la orden del día. Pese a su depresión, la joven se las arregló para trabajar, estudiar y diplomarse como administradora de empresas. Cuando intentó suicidarse, los Rivera la apoyaron para que dejara a su esposo. Libre y tranquila, logró certificarse como corredora de propiedades. Le fue bien  y pudo comprarse una casa modesta. Empeñado en subirle el ánimo, Pedro Rivera la impulsó a grabar un disco y a cantar en los festivales locales. Su estilo gustó, pues tenía carisma con el público. Lamentablemente, se topó con la barrera de los “machos rancheros”. Las féminas que deseaban cantar en vivo debían tener más belleza que voz. Sufrió humillaciones y fue tratada de “gorda”. Estuvo a punto de rendirse, pero sus hermanos se turnaron para protegerla y aplaudirla. 

Pese a los cuidados, una noche fue violada a la salida de uno de los clubes en los que cantaba. Ocurrió justo cuando “Trino” la amenazaba con quitarle a sus hijos. Según el ex marido, ser cantante era lo mismo que ser prostituta. Temerosa de que los tribunales le dieran la razón a José Trinidad, guardó silencio. Además, tenía miedo de que su segundo cónyuge, Juan López, la culpara de provocar el ataque sexual. Del tema habló por primera vez durante una entrevista que le hizo Don Francisco en Miami, en el 2001. Esa terrible experiencia inicia su libro de memorias.   

Dejó de cantar

1997 fue un pésimo año para su vida personal. En medio de las peleas con su primer esposo e infidelidades del segundo, su hermana Rosa y sus dos hijas le confesaron haber sido abusadas por José Trinidad. La denuncia policial fue ratificada por los médicos forenses. Esta cruda realidad dividió a la familia. Algunos miembros se negaban a creer en las niñas. El acusado se escapó a México y recién pudo ser encarcelado en el 2007 (le dieron 31 años).

Golpeada en lo más profundo, Jenni abandonó el canto cuando sus éxitos “La Chacalosa” y “Las Malandrinas” subían en popularidad hasta ser nominada al Premio Latin Grammy en el 2002. Ambas canciones (de las que ella era autora) buscaban empoderar a la mujer en un mundo masculino. Después de dos años, impulsada por los Rivera, retornó a los escenarios. Desde entonces, solo éxitos se sumaron en su carrera. Se casó por tercera vez, pero emocionalmente ya estaba herida. En el fondo, ninguna de sus parejas la aceptó como mujer fuerte y luchadora. Por eso, hasta su muerte, Jenni apoyó a organizaciones contra la violencia doméstica. Su hermana Rosa estudió leyes para defender a las mujeres del siglo XXI. Quedó en el legado de una soñadora. 

(María del Pilar Clemente B.)

 

 

 


martes, 2 de febrero de 2021

Voces y Diarios que Extrañaremos

 

Hace poco falleció Manola Robles, una de las periodistas chilenas más conocidas en la Radio Cooperativa. En su homenaje, varios apelaron a la importancia de la radiofonía durante la dictadura militar y su aporte como eje cultural e integrador de los países. Días atrás, el mundo periodístico fue sacudido por los despidos masivos y el cierre de las versiones impresas de La Cuarta y las revistas Paula y Más Deco. Broche final a la continua desaparición de radios y medios impresos. 

Desde los inicios de internet, la agonía de los llamados “medios tradicionales”  se aceleró en todo el mundo. El decline de la radio ya había comenzado un par de décadas atrás, con el auge de la televisión, los video-clubs, multi-salas de cine y el Tv-cable. En cuanto a los impresos, la pérdida de interés en la lectura (libros, diarios y revistas) se reflejaba en la entretención infantil, donde “la tele de dormitorio” y los  nacientes video-games ocupaban el espacio antes destinados a juegos y libros. De hecho, el miedo al silencio y la incapacidad de concentración, marcharon a la par de una postmodernidad ruidosa, plena de pantallas y celulares.

La agonía de medios consolidados era algo inimaginable por los habitantes de los años 1935 a 1970. Menos se pensaba que  el fenómeno afectaría a las salas de cine y a la gran reina indiscutible: la televisión abierta.

Noticias de tinta y papel

A fines de los 30’s, las radios, revistas y diarios dominaban el panorama noticioso, cultural y la diversión. El auge de las radioemisoras, con sus auditorios, concursos de talentos, teatros y liderazgo en los gustos musicales, ya había afectado la antigua costumbre familiar de comprar hasta cuatro periódicos al día. En Chile (solo por mencionar un par de ejemplos), El Mercurio tenía su versión vespertina llamada Las Últimas Noticias y si era necesario, generaba La Segunda de las Últimas Noticias. Al existente diario La Hora, se sumó La Tercera de la Hora, y luego, La Cuarta. En los grandes talleres, las prensas rotaban sin descanso, mientras equipos de reporteros y fotógrafos salían a cubrir todo tipo de frentes. Las “copuchas” noctámbulas, se recogían en bares, teatros, bambalinas y hasta en la Morgue. El contar con un sólido equipo de “sabuesos noticiosos” era un bien apetecido por todos los medios. Durante los años 50’s, radios y periódicos poseían un numeroso personal. Exigían que más carreras universitarias y técnicas reemplazaran el llamado “estilo bohemio” por uno profesional y de calidad.

Las editoriales Zigzag y Lord Cochrane no daban abasto con sus libros y revistas. El Peneca, Ritmo y Mampato abarcaban el público juvenil, mientras que Ecran se mantenía como favorita por los amantes del cine. Todas las publicaciones soñaban con el éxito de su “maestra”, la Topace, un barómetro político que nunca pudo ser sustituido. En 1967, Paula salía a circulación con temas feministas, causando escándalo con reportajes a las pastillas anticonceptivas, problemas laborales de la mujer y crónicas de humor anti-machista, firmadas por la desconocida Isabel Allende.

Durante 1970, la Editorial Quimantú promovió la venta de libros de bolsillo a bajos precios “para que el pueblo no se quedara sin leer”. Entonces, era común que las personas comentaran las mismas noticias, deportes, reportajes, novelas y películas en las oficinas, fábricas, universidades, estadios, plazas y escuelas.  

Sueños universitarios

En 1980, cuando ingresé a la Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile, el gremio vivía horas oscuras. Había escasa libertad de prensa, reporteros desaparecidos y otros en el exilio. Desde la catacumbas emergían revistas alternativas, donde era común trabajar gratis o por un sueldo mínimo, con tal de informar lo que el régimen ocultaba. Las radios, por su rapidez técnica, llevaban la delantera. Es ahí donde emergieron voces como las de Manola Robles. Todavía era normal “enamorarse” o sentirse acompañado por una simple voz. Ya no estaban en el aire las tramas y el humor de “Hogar, dulce hogar”, “Residencial La Pichanga” y “La Bandita de Firulete”, pero eran un recuerdo auditivo presente. Los romances de “Memorias de un Espejo” y los horrores de “Lo que cuenta el viento” o “El doctor Mortis” circulaban en las conversaciones dominicales. Comentarios periodísticos como los de Luis Hernández Parker y Mario Gómez López eran muy escuchados.

Las radios Minería, Agricultura, Chilena, Cooperativa, Nacional, Yungay y otras nuevas, como La Ciudad y los Conquistadores, se peleaban por las voces de Petronio Romo, Sergio Livingstone, Alodia Corral, Julio Martínez, Pedro y Santiago Pavlovic, Cecilia Rovaretti, Carmen Puelma y muchísimos más. Algunos, se desempeñaban en la televisión, pero a todos nos bastaba con imaginarlos.  

Los diarios, ejes tecnológicos

Curiosamente, los diarios fueron los primeros en adaptarse a las nuevas tecnologías. A mediados de los 80’s, El Mercurio ofrecía cursos de computación para atraer estudiantes a la práctica profesional. De hecho, la tesis sobre computadoras en línea y su influencia en el quehacer periodístico, de Colombia Ramírez, Mónica Rojas y Gonzalo Becerra, se transformó en un “best-seller” universitario. El reemplazar a las máquinas de escribir y dotar los talleres de impresoras Offset, era un gran salto a la modernidad.    

Por otro lado, El diario La Tercera tuvo la osadía de cambiar sus instalaciones a un sector alejado del centro urbano. Similares pasos tomó El Mercurio. Estos hechos provocaron grandes polémicas. Se suponía que los medios debían estar lo más cerca del corazón político, económico y cultural urbano. Con la nueva tecnología (sumado el celular básico), el estar lejos ya no significaba llegar tarde a la hora de cierre.   

Desde los 90’s y hasta inicios del siglo XXI, algunos diarios vivieron su último despegue, cubriendo las telenovelas, los reality shows y los matinales televisivos. Así, en los veranos, era común leer la chismografía del Festival de Viña del Mar en Las Últimas Noticias y en La Cuarta.

Cuando dejamos de leer

En ese mismo período, las cifras de lectores disminuyeron dramáticamente. La televisión digital, los canales internacionales, los sistemas “pay per view” y los DVD, afectaron el interés por los libros. En las escuelas, las versiones resumidas fueron la tónica. La radiofonía local fue fagocitada por grandes consorcios y los equipos de periodistas se eliminaron. Previo a internet, alguna emisoras dieron la batalla con programas en directo, como el Rumpi y su “Chacotero sentimental”, los hits tropicales de Willy Sabor y la pulserita mágica de Omar Gárate. Pese a todos los esfuerzos, desde el año 2007 la fuerza de la globalización digital cambió el modelo comunicacional.

¿Qué lloramos hoy? Sospecho que es la  pérdida de costumbres, como el escuchar y ver en grupo un mismo programa. Notamos la ausencia de kioscos con diarios y revistas, las llamadas telefónicas a las radios, el ritmo más lento, el hojear un libro junto a un café, comentar con los amigos, compartir un almuerzo sin celulares. Hoy, la muerte de periodistas como Manola Robles y el cierre de diarios impresos, nos aleja de una cultura, de una forma de ser y de sentir.  El futuro nos dirá si fue para bien o para mal.

(María del Pilar Clemente B.)


domingo, 3 de enero de 2021

¡Feliz Baño Nuevoooo!

 

Doy la bienvenida al 2021 con esta frase humorística de “Condorito”. En la legendaria historieta chilena, la expresión era un juego de palabras que celebraba un baño remodelado. Claro, eran tiempos donde pocos destinaban presupuesto familiar para embellecer el “rincón del pensador”. Lo recordé porque anoche tuve un raro sueño. Me encontraba en un edificio público  de estilo colonial (muros de cal blanca, arcos y tejas de greda). Era una soleada mañana y se estaba celebrando un evento vecinal. A juzgar por la alegría de quienes desayunaban en las mesas de mantel blanco, se trataba de algo muy positivo. En vez de sumarme al cafecito colectivo, caminé por un corredor hasta el baño, situado frente una pérgola de rosales trepadores. Era un sitio inmaculado, pródigo en espejos, grifos brillantes y mosaicos andaluces.  Como las culturas ancestrales sugieren poner atención a lo que soñamos durante los primeros días del año, me propuse indagar en sus posibles significados.

Suciedad y pureza

Los cuartos de baño reflejan nuestra faceta orgánica-animal, aquella que mencionamos con palabrotas y chistes de mal gusto. No es romántico imaginar al Príncipe Azul o a la Dulcinea  sentados en el retrete (palabra catalana que significa “lugar retirado”, al que se acudía para “abonar la tierra”). La mayoría prefiere hacer las necesidades corporales en soledad, aunque dicen que el ex presidente de los Estados Unidos, Lyndon B. Johnson (reemplazante del asesinado JF Kennedy) adoraba dictar notas o dar audiencias, mientras ocupaba el inodoro (¡¡Puf!!)

El baño es también símbolo de pureza e higiene. Resume el proceso de “civilizarnos” a través de duchas, afeitado, lociones, peinado y maquillaje. Centurias atrás, cualquier vasija bajo la cama era suficiente para “vaciar las tripas”. El contenido se arrojaba por la ventana o iba al huerto doméstico. Para lavarse, se utilizaban palanganas con agua o se visitaba el río cercano (el mismo donde se lavaba la ropa). Algunas familias acomodadas se remojaban en la tina una o dos veces al año (El día del casamiento era fijo, ya saben…). Hierbas aromáticas, pelucas y perfumes compensaban los malos olores. De hecho, se asociaba el exceso de aseo con enfermedades (¡¡Plop!!).

Solo desde fines del siglo XIX el cuarto de baño salió de lo público y se sumó a la arquitectura privada de las viviendas, hecho favorecido por la construcción de alcantarillados y servicios de agua potable. Pasó de ser la “casita” del patio (plena de moscas) a uno de los lugares favoritos en el imaginario popular. Hoy, suele ser escenario de tórridas pasiones, asesinatos y escondites en miles de películas y novelas. El “lavabo”, “toilette” o “restroom” es foco de fenómenos sociales, como las colas para ingresar al baño femenino y las ánimas penando en el de varones.  Es tema noticioso, en debates sobre uso de baños mixtos o delimitados por géneros. Los restaurantes juegan con creativos logos en las puertas para “Ladies” y “Gentlemen”. Confesiones, llantos y negocios pueden ocurrir entre azulejos y urinarios. Los eventos catastróficos y la pandemia han dejado en claro que el papel higiénico es tan esencial como los alimentos (ya nadie se conforma con trozos de diario u hojas de choclo). Sin duda,  el baño y la cocina son los lugares más ocupados en cualquier oficina, comercio u hogar.

Reflejo cultural

De ser un sitio innombrable, pasó a ser un destacado en la decoración y factor clave en la compra de casa o departamento. Caribeños y árabes coinciden en diseñar baños inspirados en fantasías: Mosaicos, espejos, juegos de agua,  enchapados en oro, vapores, saunas, hidromasajes e infinitos jabones, champú, cremas, lociones y perfumes. Un glamour al que pocos tienen acceso, aunque también se encuentra la aspiración opuesta. En escuelas y universidades suelen transformarse en “diarios populares”, plenos de grafitis, obscenidades, declaraciones de amor, consignas políticas e inodoros quebrados. Al respecto,  Jorge Toro, ex rector del Instituto Nacional, declaró que era muy triste invertir millones en remodelar los baños del colegio, puesto que los alumnos los destruían en menos de una semana. Argumentaban que no les gustaba su aspecto de shopping mall.

Bellos o feos, lo cierto es que nadie sueña con limpiar el baño, pero la vida se encarga de ponernos de rodillas a escobillar el “trono”. Castigo para unos, sacrificio para otros, en toda familia alguien hace el “trabajo sucio”. Al igual que nuestros pensamientos, es imposible disfrutar de una tina caliente si no desinfectamos antes.

¿Cómo está tu baño?

El estado anímico de los dueños de casa, la prosperidad y los ideales del bien común se reflejan en los baños. Quizás, ese fue el mensaje de mi sueño. El  2021 puede traer la semilla de algo positivo, un desayuno colectivo, sin máscaras y abundantes sonrisas. Agradezcamos los rayos solares que nos alumbran; agradezcamos un día más de vida. La incertidumbre nos ha golpeado con fuerza, pero aun podemos mirarnos al espejo, lavarnos la cara y mostrarnos tal como somos, sin disfraz.  ¡Pongamos la mesa para construir el 2021!.

(Por María del Pilar Clemente B.)