Hace poco falleció Manola
Robles, una de las periodistas chilenas más conocidas en la Radio Cooperativa. En
su homenaje, varios apelaron a la importancia de la radiofonía durante la
dictadura militar y su aporte como eje cultural e integrador de los países. Días
atrás, el mundo periodístico fue sacudido por los despidos masivos y el cierre
de las versiones impresas de La Cuarta y las revistas Paula y Más Deco. Broche
final a la continua desaparición de radios y medios impresos.
Desde los inicios de
internet, la agonía de los llamados “medios tradicionales” se aceleró en todo el mundo. El decline de la
radio ya había comenzado un par de décadas atrás, con el auge de la televisión,
los video-clubs, multi-salas de cine y el Tv-cable. En cuanto a los impresos, la
pérdida de interés en la lectura (libros, diarios y revistas) se reflejaba en
la entretención infantil, donde “la tele de dormitorio” y los nacientes video-games ocupaban el espacio
antes destinados a juegos y libros. De hecho, el miedo al silencio y la incapacidad
de concentración, marcharon a la par de una postmodernidad ruidosa, plena de pantallas
y celulares.
La agonía de medios
consolidados era algo inimaginable por los habitantes de los años 1935 a 1970.
Menos se pensaba que el fenómeno afectaría
a las salas de cine y a la gran reina indiscutible: la televisión abierta.
Noticias
de tinta y papel
A fines de los 30’s, las
radios, revistas y diarios dominaban el panorama noticioso, cultural y la diversión. El auge de las radioemisoras, con sus auditorios, concursos de
talentos, teatros y liderazgo en los gustos musicales, ya había afectado la
antigua costumbre familiar de comprar hasta cuatro periódicos al día. En Chile
(solo por mencionar un par de ejemplos), El Mercurio tenía su versión
vespertina llamada Las Últimas Noticias y si era necesario, generaba La Segunda
de las Últimas Noticias. Al existente diario La Hora, se sumó La Tercera de la
Hora, y luego, La Cuarta. En los grandes talleres, las prensas rotaban sin
descanso, mientras equipos de reporteros y fotógrafos salían a cubrir todo tipo
de frentes. Las “copuchas” noctámbulas, se recogían en bares, teatros, bambalinas
y hasta en la Morgue. El contar con un sólido equipo de “sabuesos noticiosos”
era un bien apetecido por todos los medios. Durante los años 50’s, radios y
periódicos poseían un numeroso personal. Exigían que más carreras universitarias
y técnicas reemplazaran el llamado “estilo bohemio” por uno profesional y de
calidad.
Las editoriales Zigzag y
Lord Cochrane no daban abasto con sus libros y revistas. El Peneca, Ritmo y
Mampato abarcaban el público juvenil, mientras que Ecran se mantenía como
favorita por los amantes del cine. Todas las publicaciones soñaban con el éxito
de su “maestra”, la Topace, un barómetro político que nunca pudo
ser sustituido. En 1967, Paula salía a circulación con temas feministas,
causando escándalo con reportajes a las pastillas anticonceptivas, problemas laborales
de la mujer y crónicas de humor anti-machista, firmadas por la desconocida
Isabel Allende.
Durante 1970, la Editorial
Quimantú promovió la venta de libros de bolsillo a bajos precios “para que el
pueblo no se quedara sin leer”. Entonces, era común que las personas comentaran
las mismas noticias, deportes, reportajes, novelas y películas en las
oficinas, fábricas, universidades, estadios, plazas y escuelas.
Sueños
universitarios
En 1980, cuando ingresé a la
Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile, el gremio vivía horas
oscuras. Había escasa libertad de prensa, reporteros desaparecidos y otros en
el exilio. Desde la catacumbas emergían revistas alternativas, donde era común
trabajar gratis o por un sueldo mínimo, con tal de informar lo que el régimen
ocultaba. Las radios, por su rapidez técnica, llevaban la delantera. Es ahí
donde emergieron voces como las de Manola Robles. Todavía era normal “enamorarse”
o sentirse acompañado por una simple voz. Ya no estaban en el aire las
tramas y el humor de “Hogar, dulce hogar”, “Residencial La Pichanga” y “La
Bandita de Firulete”, pero eran un recuerdo auditivo presente. Los romances de “Memorias
de un Espejo” y los horrores de “Lo que cuenta el viento” o “El doctor Mortis”
circulaban en las conversaciones dominicales. Comentarios periodísticos
como los de Luis Hernández Parker y Mario Gómez López eran muy escuchados.
Las radios Minería,
Agricultura, Chilena, Cooperativa, Nacional, Yungay y otras nuevas, como La Ciudad
y los Conquistadores, se peleaban por las voces de Petronio Romo, Sergio
Livingstone, Alodia Corral, Julio Martínez, Pedro y Santiago Pavlovic, Cecilia
Rovaretti, Carmen Puelma y muchísimos más. Algunos, se desempeñaban en
la televisión, pero a todos nos bastaba con imaginarlos.
Los
diarios, ejes tecnológicos
Curiosamente, los diarios
fueron los primeros en adaptarse a las nuevas tecnologías. A mediados de los 80’s,
El Mercurio ofrecía cursos de computación para atraer estudiantes a la práctica
profesional. De hecho, la tesis sobre computadoras en línea y su influencia en
el quehacer periodístico, de Colombia Ramírez, Mónica Rojas y Gonzalo Becerra,
se transformó en un “best-seller” universitario. El reemplazar a las máquinas de
escribir y dotar los talleres de impresoras Offset, era un gran salto a la
modernidad.
Por otro lado, El diario La
Tercera tuvo la osadía de cambiar sus instalaciones a un sector alejado del
centro urbano. Similares pasos tomó El Mercurio. Estos hechos provocaron
grandes polémicas. Se suponía que los medios debían estar lo más cerca del
corazón político, económico y cultural urbano. Con la nueva tecnología (sumado
el celular básico), el estar lejos ya no significaba llegar tarde a la hora de
cierre.
Desde los 90’s y hasta
inicios del siglo XXI, algunos diarios vivieron su último despegue, cubriendo
las telenovelas, los reality shows y los matinales televisivos. Así, en los veranos,
era común leer la chismografía del Festival de Viña del Mar en Las Últimas
Noticias y en La Cuarta.
Cuando
dejamos de leer
En ese mismo período, las
cifras de lectores disminuyeron dramáticamente. La televisión digital, los
canales internacionales, los sistemas “pay per view” y los DVD, afectaron el
interés por los libros. En las escuelas, las versiones resumidas fueron la
tónica. La radiofonía local fue fagocitada por grandes consorcios y los equipos
de periodistas se eliminaron. Previo a internet, alguna emisoras dieron la
batalla con programas en directo, como el Rumpi y su “Chacotero sentimental”,
los hits tropicales de Willy Sabor y la pulserita mágica de Omar Gárate. Pese a
todos los esfuerzos, desde el año 2007 la fuerza de la globalización digital
cambió el modelo comunicacional.
¿Qué lloramos hoy? Sospecho
que es la pérdida de costumbres, como el
escuchar y ver en grupo un mismo programa. Notamos la ausencia de kioscos con
diarios y revistas, las llamadas telefónicas a las radios, el ritmo más lento,
el hojear un libro junto a un café, comentar con los amigos, compartir
un almuerzo sin celulares. Hoy, la muerte de periodistas como Manola
Robles y el cierre de diarios impresos, nos aleja de una cultura, de una forma
de ser y de sentir. El futuro nos dirá si
fue para bien o para mal.
(María del Pilar Clemente
B.)