martes, 2 de febrero de 2021

Voces y Diarios que Extrañaremos

 

Hace poco falleció Manola Robles, una de las periodistas chilenas más conocidas en la Radio Cooperativa. En su homenaje, varios apelaron a la importancia de la radiofonía durante la dictadura militar y su aporte como eje cultural e integrador de los países. Días atrás, el mundo periodístico fue sacudido por los despidos masivos y el cierre de las versiones impresas de La Cuarta y las revistas Paula y Más Deco. Broche final a la continua desaparición de radios y medios impresos. 

Desde los inicios de internet, la agonía de los llamados “medios tradicionales”  se aceleró en todo el mundo. El decline de la radio ya había comenzado un par de décadas atrás, con el auge de la televisión, los video-clubs, multi-salas de cine y el Tv-cable. En cuanto a los impresos, la pérdida de interés en la lectura (libros, diarios y revistas) se reflejaba en la entretención infantil, donde “la tele de dormitorio” y los  nacientes video-games ocupaban el espacio antes destinados a juegos y libros. De hecho, el miedo al silencio y la incapacidad de concentración, marcharon a la par de una postmodernidad ruidosa, plena de pantallas y celulares.

La agonía de medios consolidados era algo inimaginable por los habitantes de los años 1935 a 1970. Menos se pensaba que  el fenómeno afectaría a las salas de cine y a la gran reina indiscutible: la televisión abierta.

Noticias de tinta y papel

A fines de los 30’s, las radios, revistas y diarios dominaban el panorama noticioso, cultural y la diversión. El auge de las radioemisoras, con sus auditorios, concursos de talentos, teatros y liderazgo en los gustos musicales, ya había afectado la antigua costumbre familiar de comprar hasta cuatro periódicos al día. En Chile (solo por mencionar un par de ejemplos), El Mercurio tenía su versión vespertina llamada Las Últimas Noticias y si era necesario, generaba La Segunda de las Últimas Noticias. Al existente diario La Hora, se sumó La Tercera de la Hora, y luego, La Cuarta. En los grandes talleres, las prensas rotaban sin descanso, mientras equipos de reporteros y fotógrafos salían a cubrir todo tipo de frentes. Las “copuchas” noctámbulas, se recogían en bares, teatros, bambalinas y hasta en la Morgue. El contar con un sólido equipo de “sabuesos noticiosos” era un bien apetecido por todos los medios. Durante los años 50’s, radios y periódicos poseían un numeroso personal. Exigían que más carreras universitarias y técnicas reemplazaran el llamado “estilo bohemio” por uno profesional y de calidad.

Las editoriales Zigzag y Lord Cochrane no daban abasto con sus libros y revistas. El Peneca, Ritmo y Mampato abarcaban el público juvenil, mientras que Ecran se mantenía como favorita por los amantes del cine. Todas las publicaciones soñaban con el éxito de su “maestra”, la Topace, un barómetro político que nunca pudo ser sustituido. En 1967, Paula salía a circulación con temas feministas, causando escándalo con reportajes a las pastillas anticonceptivas, problemas laborales de la mujer y crónicas de humor anti-machista, firmadas por la desconocida Isabel Allende.

Durante 1970, la Editorial Quimantú promovió la venta de libros de bolsillo a bajos precios “para que el pueblo no se quedara sin leer”. Entonces, era común que las personas comentaran las mismas noticias, deportes, reportajes, novelas y películas en las oficinas, fábricas, universidades, estadios, plazas y escuelas.  

Sueños universitarios

En 1980, cuando ingresé a la Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile, el gremio vivía horas oscuras. Había escasa libertad de prensa, reporteros desaparecidos y otros en el exilio. Desde la catacumbas emergían revistas alternativas, donde era común trabajar gratis o por un sueldo mínimo, con tal de informar lo que el régimen ocultaba. Las radios, por su rapidez técnica, llevaban la delantera. Es ahí donde emergieron voces como las de Manola Robles. Todavía era normal “enamorarse” o sentirse acompañado por una simple voz. Ya no estaban en el aire las tramas y el humor de “Hogar, dulce hogar”, “Residencial La Pichanga” y “La Bandita de Firulete”, pero eran un recuerdo auditivo presente. Los romances de “Memorias de un Espejo” y los horrores de “Lo que cuenta el viento” o “El doctor Mortis” circulaban en las conversaciones dominicales. Comentarios periodísticos como los de Luis Hernández Parker y Mario Gómez López eran muy escuchados.

Las radios Minería, Agricultura, Chilena, Cooperativa, Nacional, Yungay y otras nuevas, como La Ciudad y los Conquistadores, se peleaban por las voces de Petronio Romo, Sergio Livingstone, Alodia Corral, Julio Martínez, Pedro y Santiago Pavlovic, Cecilia Rovaretti, Carmen Puelma y muchísimos más. Algunos, se desempeñaban en la televisión, pero a todos nos bastaba con imaginarlos.  

Los diarios, ejes tecnológicos

Curiosamente, los diarios fueron los primeros en adaptarse a las nuevas tecnologías. A mediados de los 80’s, El Mercurio ofrecía cursos de computación para atraer estudiantes a la práctica profesional. De hecho, la tesis sobre computadoras en línea y su influencia en el quehacer periodístico, de Colombia Ramírez, Mónica Rojas y Gonzalo Becerra, se transformó en un “best-seller” universitario. El reemplazar a las máquinas de escribir y dotar los talleres de impresoras Offset, era un gran salto a la modernidad.    

Por otro lado, El diario La Tercera tuvo la osadía de cambiar sus instalaciones a un sector alejado del centro urbano. Similares pasos tomó El Mercurio. Estos hechos provocaron grandes polémicas. Se suponía que los medios debían estar lo más cerca del corazón político, económico y cultural urbano. Con la nueva tecnología (sumado el celular básico), el estar lejos ya no significaba llegar tarde a la hora de cierre.   

Desde los 90’s y hasta inicios del siglo XXI, algunos diarios vivieron su último despegue, cubriendo las telenovelas, los reality shows y los matinales televisivos. Así, en los veranos, era común leer la chismografía del Festival de Viña del Mar en Las Últimas Noticias y en La Cuarta.

Cuando dejamos de leer

En ese mismo período, las cifras de lectores disminuyeron dramáticamente. La televisión digital, los canales internacionales, los sistemas “pay per view” y los DVD, afectaron el interés por los libros. En las escuelas, las versiones resumidas fueron la tónica. La radiofonía local fue fagocitada por grandes consorcios y los equipos de periodistas se eliminaron. Previo a internet, alguna emisoras dieron la batalla con programas en directo, como el Rumpi y su “Chacotero sentimental”, los hits tropicales de Willy Sabor y la pulserita mágica de Omar Gárate. Pese a todos los esfuerzos, desde el año 2007 la fuerza de la globalización digital cambió el modelo comunicacional.

¿Qué lloramos hoy? Sospecho que es la  pérdida de costumbres, como el escuchar y ver en grupo un mismo programa. Notamos la ausencia de kioscos con diarios y revistas, las llamadas telefónicas a las radios, el ritmo más lento, el hojear un libro junto a un café, comentar con los amigos, compartir un almuerzo sin celulares. Hoy, la muerte de periodistas como Manola Robles y el cierre de diarios impresos, nos aleja de una cultura, de una forma de ser y de sentir.  El futuro nos dirá si fue para bien o para mal.

(María del Pilar Clemente B.)