viernes, 2 de octubre de 2020

Esas Inolvidables "Locas Bajitas"

 




Conocí a Mafalda en 1979. Era mi último año de colegio. A la incertidumbre propia del futuro (clásica para todos quienes finalizan la vida escolar), se sumaba el nebuloso porvenir de Chile. En esta atmósfera llegó a mis manos uno de los libro-historietas de Quino. Mafalda, con su deslenguada ironía de piba argentina, me alejó para siempre de las revistas cómics que solía comprar en el kiosco de la esquina: El ingenuo Pato Donald, la pre-feminista Pequeña Lulú (luchando contra el Club de Toby), la romántica Susy, el criollo Condorito y los paquetes con TBEO que me enviaban los tíos de España. No sabía entonces que Joaquín Salvador Lavado (Quino) había congelado  la imaginaria vida de Mafalda un 25 de junio de 1973. En suma, el personaje se había quedado en sus nueve años justo cuando las dictaduras comenzaban a masificarse en Latinoamérica y Africa, cuando la Guerra Fría vivía su momento más candente, Richard Nixon recién había caído, el conflicto de Vietnam estaba por terminar y los hippies esperaban la Era de Acuario.  Aquel año de 1979, Mafalda me mostró con sus verdades ácidas, los grandes problemas (y la esperanza) de la modernidad, aunque su último chiste lo había dicho años atrás. 

Epoca de papel, radio y TV

Con Mafalda evoco mis peripecias universitarias y el recorrido por barrios que, parodiando al cantor-poeta Mauricio Redolés, eran bellamente frágiles, con niños jugando al fútbol, volantines en el cielo, cantores callejeros, aroma a chocolate y naranjas. Plenos de  “esa alegría de la  utopía que nos negó este siglo”. 

Escuchábamos a Joan Manuel Serrat, escribíamos a máquina, intercambiábamos libros y cassettes censurados. Recuerdo que me pedían prestado mi álbum de Los Beatles, una “joyita” que me compré al quedar seleccionada en la Escuela de Periodismo. A cambio, yo solicitaba revistas de Mafalda o las francesas de “Asterix y Obelix”. Recuperar los préstamos eran algo difícil, pues en esos tiempos de diarios, revistas y papel, no se podía bloquear a quienes nos ofendían. Las protestas en la avenida Alameda iban en aumento, algunos compañeros de universidad terminaban en la cárcel. Otros, mucho peor. La oficina de la Iglesia Católica, Vicaría de la Solidaridad, se convirtió en defensora de los derechos humanos.(¡Qué increíble parece ahora!). Aprovechando el recurso de rescatar marcas o permisos de medios que ya no existían, aparecieron varias revistas de oposición. Una de ellas fue el tabloide Fortín Mapocho. 

Diminuta Libertad… y Gus


En el Fortín Mapocho, una viñeta firmada por un tal “Gus”, comenzó a ganar popularidad. Era Margarita, una colegiala de rostro indefinido, que jugaba con las palabras noticiosas y hacía reír evadiendo la censura. El dibujo de una vaca, acompañado por la enigmática frase “Y va…er” , se transformó en ícono de la resistencia en contra de Pinochet. Se cantaba en todas partes, conjurando  para que su caída no pareciese tan lejana como las esperanzas de Mafalda. 

Algunos comparaban a Margarita con la versión chilena de la piba argentina. Gustavo Donoso, su creador, optaba sabiamente por el anonimato. En esa década del 80 es imposible no mencionar a estas niñitas de ficción, que flotaban en una atmósfera compuesta por gases lacrimógenos, el cierre del ferrocarril a Valparaíso ( y de la Estación Mapocho), cine-arte, aparente prosperidad económica y policía secreta. Leer a Mafalda era un rito, en especial camino a a Isla Negra, donde la casa náutica de Pablo Neruda permanecía cerrada. Sus chistes eran (y son), un espejo crítico del mundo cotidiano. Su mamá limpiando eternamente la casa, reclamando por los precios y añorando haber sido profesional. El papá, un oficinista estirando el salario y proyectando sus diminutos sueños en su citroneta. Guille, el hermanito que creía en la magia, en contraste con la machista Susanita. El pobre Monolito, hijo del almacenero, siempre castigado por sus mal desempeño escolar. Felipe, el lector voraz de historietas, incapaz de entender  que la vida no se parece a la de los súper héroes. La más inquietante (además de Mafalda) era Libertad.  Una pequeñita de frágil aspecto y agudo ingenio. En medio de las empanadas y el vino caliente de las peñas folclóricas ochentenas, nos recordaba lo esquiva y lo fácil de perder que es  la libertad.

Hemos perdido a Quino, el creador de un personaje señero. Y aunque las épocas pasan y todo nos parece tan lejano, las voces de esos niños de barrio nos seguirán dando lecciones para construir un mundo mejor. 

(María del Pilar Clemente Briones)


 



domingo, 13 de septiembre de 2020

El 9/11 y una Delirante Fantasía de Amor

 

Alicia Esteve Head era alumna de un Máster de Negocios en Barcelona, cuando vio en la televisión el escalofriante ataque a las Torres Gemelas. Conmovida, abrió una  website en inglés para solidarizar con los afectados. Por esos rompecabezas del destino, la joven (bajo el pseudónimo de Tania Head) se convirtió en la anfitriona de las noticias, lazos de unión, búsqueda de desaparecidos, mensajes y el principal foco de reunión para los sobrevivientes y familiares. Fue entonces, cuando los usuarios del portal le preguntaron quién era ella y su relación con el 9/11. ¿Qué respondió?

La tentación de ser protagonista

Alicia debió dudar. En el 2001 se vivía en internet el auge de los juegos de alter ego en segundas realidades. Ella era hija única, sufría ansiedad, sobrepeso y una autoestima baja. Compensaba sus carencias emocionales con éxitos académicos. Sufría por no tener amigos ni ser popular. ¿Para qué defraudar a sus admiradores norteamericanos?. Inventó una pequeña “mentira blanca”. Dijo ser la prometida de David X, un ejecutivo soltero fallecido en la Torre Norte. Las condolencias y simpatías aumentaron; también las preguntas. ¿Qué hacía Tania el 9/11?

Crece la “bola de nieve”

La “mentirita” creció. Relató que ella y David se habían conocido en España, que estaban muy enamorados y que la semana de la tragedia ella se encontraba en Manhattan, concretando los detalles de la boda. Agregó que la mañana fatal, ella estaba en la Torre Sur, en la entrevista laboral de una prestigiosa firma. Su actitud ante el dolor hizo que su website fuese la voz oficial de los sobrevivientes. Se llamó Trade Center Survivor Network y formaron la primera agrupación oficial. Alicia declinó la presidencia, pero como secretaria construyó una excelente relación con las autoridades, donantes y sobrevivientes. Se cubrió las espaldas, contando a sus compañeros de universidad que había viajado a New York durante la semana del 9/11 y que su novio americano había muerto allí. Un relato casual, destinado a quienes hallaran su portal y reconocieran sus fotos.

El sabor de la felicidad

Agradecidos, los asociados le consiguieron un empleo en New York y la ayudaron en la adaptación a su nuevo país. La depresiva joven saboreaba un sueño maravilloso: ¡Era amada y valorada por todos!. Durante tres años, la española siguió inventando  detalles. Llegó a ser la única sobreviviente que se había encontrado (en su escape de la Torre Sur) con numerosas víctimas. Ella había recibido el anillo de un hombre que le pidió entregarlo a su esposa. También, dijo haber sido ayudada en el hall por el bombero-mártir más famoso de todos. Como prueba, ella mostraba una cicatriz que tenía en el brazo, producto de un accidente automovilístico en Barcelona.


El cuento de hadas se desmigaja


Los primeros en sospechar fueron los padres de David X.  Después de muchas negaciones, la “sobreviviente estrella” aceptó ir a la casa de sus “suegros”. Se puso nerviosa porque los datos no calzaban. David jamás había estado en España, donde según ella, se habían conocido. Inventó a última hora, que se habían visto por primera vez en unos cursos de negocios en Harvard y Stanford. Los padres del joven se quedaron con la impresión de que Tania era una triste enamorada sin suerte, ya que David les había presentado a su novia real días antes del 9/11. No dudaron eso sí, del resto de la historia. Desde esa visita, Alicia apeló a problemas psicológicos para no tener que enfrentar a los familiares de las víctimas. Incluso, dijo haber perdido el anillo mencionado, cuando la esposa del fallecido quiso recuperarlo. Varios de los sobrevivientes sufrían el síndrome post traumático, por eso, no encontraron muy extraña la conducta de su líder.

“La mujer que no estuvo aquí”

Con la estrategia del “bajo perfil” Tania Head duró seis años en la directiva de la organización. Su gran desplome ocurrió cuando Angelo J. Guglielmo Jr. quiso filmar un documental, entrevistando a los seis más importantes testigos del 9/11. La española figuraba en el primer lugar con su novelesca historia. Aunque ella se negó, apelando al síndrome post traumático, el comunicador quiso incluir, al menos, su biografía. Así, se contactó con los padres de David X, quienes le manifestaron su opinión sobre la falsedad de la relación amorosa. Guglielmo descubrió que Tania era un pseudónimo y que no figuraba en los archivos de Harvard ni Stanford, como tampoco, había ingresado a los Estados Unidos durante la semana de la tragedia. En Barcelona, contactó a testigos que acreditaban lo del viaje y del novio americano, pero muchos otros, la habían visto en la ciudad los días 10 y 11 de Septiembre.

La verdad estalló como una bomba. Guglielmo cambió el guion y junto a la periodista Robin Gaby Fisher transformó su investigación en un libro y en el documental titulado: “The woman who wasn’t there: The true story of an incredible deception” (La mujer que no estuvo allí: La verdadera historia de una increíble decepción). La revelación provocó el cierre del sitio web y conmoción en la prensa. Tania Head envió un último email, señalando su  frustración ante los miembros que habían creído en las "mentiras del periodista". Anunció que se suicidaría, hecho que no ocurrió. Debido al gran trabajo que había realizado, no le hicieron cargos ni juicios. Simplemente, desapareció de la vista pública. Fue vista un par de veces con su madre en New York y se sabe que sigue en España con otro nombre.  En el libro, diversos psicólogos estiman que Alicia tal vez sufría de histrionismo o de un trastorno delirante que la hacían confundir la fantasía con la realidad.  Alicia Esteve jamás quiso contar su versión de los hechos.

(María del Pilar Clemente B.)

 


martes, 8 de septiembre de 2020

Caballos, Crueldad y un Viejo Libro

 

¡Me impresioné!. Una muy querida Millennial me contó que uno de los libros que marcó su adolescencia fue “Black Beauty”, de Ana Sewell. Se trata de una dramática novela del siglo XIX, traducida al español como “Azabache” (Piedra negra e intensa), cuyo tema es la autobiografía de una yegua. Aquel sensible punto de vista la había inclinado hacia el veganismo y al amor a los animales. No es común que un viejo libro publicado en 1877 cale hondo en el alma de los tecnológicos jóvenes actuales. ¡Como para relinchar de admiración!

Pañuelos y llanto

Corrían los años 70’s y recién nos habíamos venido desde Los Andes a Santiago. Mi mamá era una viuda de treinta y cuatro años, luchando por alimentar a sus dos hijas. Durante las vacaciones del colegio, ella trataba de enriquecernos la vida a través de la literatura. Así, en diversas Navidades llegaron a nuestras manos varios títulos. Uno de ellos era “Azabache”. Venía acompañado por la colección de cuentos de Hans Christian Andersen (los verdaderos, no los “maquillados” y descafeinados). Recuerdo también un bonito libro ilustrado de Charles Dickens, coterráneo y contemporáneo de Ana Sewell. Junto a mi hermana nos quedamos cortas de pañuelos (todavía de tela) para secar el océano de nuestras lágrimas. Dickens y la Sewell no escatiman palabras para describir la pobreza, el egoísmo, la desigualdad y la contaminación de aquel Londres industrial del siglo XIX. Imposible olvidar la espantosa escena de una niña mendiga muriendo de frío, mientras observa por la ventana a una familia reunida en torno a una opulenta mesa navideña. Terrible y realista es también la descripción de la yegua Azabache, frente a la agonía de un caballito azotado hasta la muerte por no levantarse y arrastrar una carga superior a su peso.

Primera denuncia ante la crueldad

Ana Sewell fue una niña tímida, criada en una familia protestante de Inglaterra. Leía mucho y ayudaba a su madre a escribir libros de crecimiento espiritual. A los catorce años su vida cambió. Sufrió una caída donde se quebró ambos tobillos. Nunca pudo volver a ser la misma y debió usar siempre muletas. Además, el clima húmedo no favorecía su salud. Esta desventaja la hizo muy cercana a los caballos, ya que poseía un carruaje individual en el que se movilizaba a todas partes. Se demoró seis años en escribir su única novela, “Black Beauty”. No estaba destinada  a los niños, sino que a los adultos que trabajaban con caballos. Como todos sabemos, en la época de la autora, estos animales eran el motor de las actividades humanas. Servían en las granjas, en el transporte de carga y pasajeros del “novedoso” ferrocarril. Figuraban en las calles, en el hipódromo, la policía, las fuerzas armadas y en los hogares que podían darse el lujo de mantenerlos para la diversión o cacería. Un caballo de “vida acomodada”, podía pasar de la noche a la mañana a las peores condiciones. Cualquier enfermedad, el dislocarse una pata, la vejez, significaba la pérdida de su valor y eran regalados o vendidos por unas pocas monedas a dueños inescrupulosos, quienes los explotaban hasta matarlos. La autora dejó muy en claro que su anhelo era despertar la bondad y el trato humanitario hacia estos nobles seres. Aunque la Sewell falleció de tuberculosis a los cinco meses de publicar su obra, el libro generó consciencia y terminó con el uso del  “engallador”, una especie de collar que obligaba al animal a mantener el cuello en alto. Esto les otorgaba una silueta elegante, pero era una dolorosa tortura que les impedía reaccionar al peligro. Así, muchos accidentes de carruajes ocurrían por dicha causa. Hasta “Black Beauty”, las masas consideraban a los animales como máquinas para sacar provecho con un mínimo de alimentos y cuidados.

Más amor, más humanidad

Hoy, que todavía se ven animales abusados y golpeados, como los malogrados perros Cholito y Weichafe (Chile), es importante difundir en los niños la novela “Azabache”. Cierto, no es una historia de Walt Disney, pero enseña esa realidad fría, que tanto se necesita. Mantener a los chicos en burbujas de cristal, lejos de los dolores y fracasos, no los ayudarán a comprender a otros ni a ser mejores personas. “Black Beauty” vino a mi memoria en el 2018, cuando en Pichilemu falleció en un accidente la activista y amante de los animales, Sol Jara Pizarro. Por esas ironías del destino, su vehículo colapsó ante un caballo extraviado en la carretera. Un pobre equino desatendido por su dueño. Esa madrugada de niebla, la mujer y el animal se hermanaron en una muerte evitable. Por eso, me volvió la esperanza cuando Karina Puvogel me comentó lo importante que había sido para ella leer “Azabache” durante su adolescencia. Hagamos que el legado de Ana Sewell (iniciado en 1877), siga vigente en las nuevas generaciones. ¡Bravo!

(María del Pilar Clemente B.)


domingo, 23 de agosto de 2020

¡Larga vida a la palabra POTO!

 

Censurada por décadas, foco de risas, inspiradora de chistes picantes y suave reemplazo al rudo “culo” español, pocos se han preocupado por sus orígenes. De uso común en Chile, Argentina, Bolivia, Perú y Ecuador es la ÚNICA sobreviviente de la antigua cultura Mochica peruana. Significa “posaderas o nalgas” y aunque debió ser la menos “elegante” de su lenguaje, se filtró entre los quechuas (Incas) para describir jocosamente los cántaros de base ancha (poto grande). Servía perfecto para resaltar el parecido de la cerámica con la silueta femenina. Al igual que hoy, los varones apreciaban los traseros generosos (con fines de fertilidad, claro está). A los españoles, sin duda, les hizo gracia aquella exótica palabra que calzaba con el vocablo catalán “pot” (olla de barro) y el latín “pottus” (potaje o sopa en cazuela de barro). ¿Y bien? ¿Cuál es la gracia del “poto”? Bueno, además de indicar la parte donde “la espalda pierde su casto nombre”, es embajadora de uno de los imperios más importantes (y menos conocidos) de Sudamérica.

Grandeza y fragilidad

Los Mochica o Moches dominaron por 600 años la costa norte del Perú (siglos VII-XIII D.C.). Sus  ingenieros convirtieron el desierto en un vergel gracias a los canales de regadío, construyeron pirámides con adobes (Huacas), desarrollaron complicadas jerarquías sociales y una artesanía espectacular: vasijas con formas (casi reales) de humanos y animales, murales de colores, joyería, técnicas de pesca con canastas de totoras y más. Fueron avezados militares y comerciantes. Solo fallaron en un “pequeño” detalle”: Su gusto desmedido por los sacrificios humanos. Cifraban su éxito en contentar a los dioses. Prisioneros de guerra, ciudadanos seleccionados, vírgenes, ancianos y niños, eran involuntarios protagonistas de crudos rituales que se realizaban siguiendo el calendario, las necesidades, miedos, sequías, enfermedades, augurios o “ejemplos educativos” para la población. Según dicen, era un espectáculo pródigo en sangre, tripas y descuartizados. ¡Hasta los Mayas habrían vomitado!. La tumba del Señor de Sipán (descubierta en 1987) es todo un muestrario cultural de los gestores de la palabra “poto”.

Se vinieron abajo por un brusco cambio climático (hoy se sabe que fue el fenómeno del Niño en su peor magnitud). Las lluvias rompieron el frágil equilibrio ecológico que mantenía su prosperidad. Las inundaciones destruyeron el sistema de regadío, se perdieron las cosechas, se derrumbaron las casas de adobe y luego, vino la sequía. Fueron diezmados por las epidemias y el hambre. Los que sobrevivieron se mataron unos a otros, disputando los escasos recursos (y las cuotas de poder). Fueron aniquilados por los guerreros Huari, quienes trajeron la cultura Tiahuanaco. Posteriormente, los Incas llegaron al territorio. Los hijos del sol duraron breves cien años, aunque generaron más publicidad por su caída ante los conquistadores europeos y los turísticos misterios de Machu Picchu.

No escondas el “poto”

Cuando dices  “no le quite el poto a la jeringa”, “vives en el poto del mundo” o “no quiero usar anteojos poto’ e botella”, rindes tributo a esos trágicos ancestros. Puedes balancear la “colita” argentina, el “derriere” francés, las académicas “nalgas” o los anatómicos “glúteos”, sin embargo, volver la mirada hacia el desplome Mochica ayudaría a comprender el eficiente uso del agua y a poner atención a las fallas sociales y del clima. Las teorías conspirativas, los sacrificios rituales y las cacerías de brujas no son las mejores herramientas para construir el futuro de los Sudamericanos del siglo XXI. ¿Aprenderemos la lección? “Poto, poto, poto…Lo dije ¿y qué?” (Yerko Puchento).

(Por María del Pilar Clemente B.)

 

 

viernes, 7 de agosto de 2020

ANTONIA y ÁMBAR con "A" de ángeles

Los rostros de Antonia Barra y Ámbar Cornejo nos sonríen confiados desde las notas de prensa. Podrían ser nuestras hijas, sobrinas, nietas, hermanas o amigas. Podrían estar vivas y tener un futuro. Pese a las distancias geográficas y la realidad socioeconómica, ambas jóvenes fueron víctimas de alevosos crímenes. Antonia (23) se quitó la vida después de haber sido violada y amenazada. Ámbar (16), fue brutalmente asesinada por la pareja de su madre. Dos tragedias que pudieron evitarse.  

Manipuladores sexuales

Antonia cayó en una eficaz táctica de manipuladores sexuales. Se trata de presentarse en las redes sociales ( y en persona) como “joven de excelente presencia y educación”. ¿Quién va a desconfiar de las bebidas que te ofrece un simpático galán?  Emborrachar o drogar a la “presa” es más antiguo que el hilo negro. Sucede todos los días y se basa en hacer creer a la víctima que el sexo fue consensual. Si la agredida se enoja, se le muestran fotos comprometedoras, se manipulan sus emociones y se le aconseja “silencio”.

Algo parecido le ocurrió a Natalee Holloway en el 2007. La adolescente norteamericana viajó junto a sus compañeros de secundaria a la isla de Aruba. En una discoteca fue abordada por Joran Van der Sloot, el apuesto hijo de una reconocida familia local. Confiada en que nada malo puede ocurrir en un paraíso, la chica aceptó las copiosas bebidas y no regresó al hotel con su grupo. Natalee desapareció y la policía de Aruba la culpó (indirectamente) por su fatal e incógnito destino. Lo que de verdad ocurrió se supo tres años más tarde, cuando Joran Van der Sloot repitió el mismo comportamiento en Lima, con la peruana Stephany Flores. Cámaras de video lo delataron en su rol de seductor, violador y además, asesino.

Las cámaras de video y conversaciones grabadas en celulares también fueron claves en el caso de Antonia, aunque a ella no le sirvieron de mucho. Cargaba con la vergüenza de lo sucedido, se sentía sucia y culpable. ¿Quién creería su versión? ¡Ni siquiera su ex novio fue capaz de confiar en ella! Prefirió quitarse la vida ante la incapacidad de seguir luciendo “normal” frente a sus amigos y conocidos. Al menos, aquellos testimonios presentados por sus padres, llevaron a Martín Pradenas a prisión preventiva. ¿Actuará la justicia?

Femicidios sociales

En el caso de Ámbar, al drama disfuncional de sus padres se sumó el gravísimo error de la justicia chilena de liberar en el 2016 a Hugo Bustamente, un hombre que había asesinado en el 2005 a su ex conviviente y al pequeño hijo de ésta. Como buen psicópata, se buscó una nueva mujer a quien dominar. Entonces, la que sobró fue la hija de ésta, Ámbar.

Aunque no me gusta mucho el término “Femicidio”, ya que considera que se mata a alguien solo por el hecho de ser mujer, en ambos casos grafica el comportamiento de quienes hicieron la vista gorda o estaban demasiado sumidos en sus individualismos como para percibir los silenciosos gritos de ayuda. Por ejemplo, todavía perdura la creencia que la violencia doméstica es “privada” y que solo en la televisión una pareja agresiva puede llegar al asesinato (o esconde el secreto de ya serlo).

Es femicidio juzgar a una adolescente ebria, drogada o ligera de ropas por “buscarse su desgracia”. Lo mismo que el despecho o los celos machistas, que niegan la realidad de una violación. Lo es todo aquel “buen compadre” que no se atreve a “pararle el carro” al amigo que anda en malas intenciones en una fiesta. Ni la madre de Ámbar pudo evitarle a su hija el riesgo de venir a la casa. ¡Pongamos atención! ¡Miremos alrededor! ¿Cuántas mujeres (y más de algún varón) cercano está sufriendo abusos o padece una sospechosa depresión? ¿Seguiremos simulando no ver la agresividad de alguna pareja o en nuestros hijos, nietos o hermanos?  

Antonia y Ámbar comparten la “A” de ángeles. No porque hayan sido santas o de “intachable conducta”. Fueron ciegas ante el peligro. Confiaron en el ser humano. Quizás, creyeron que todo varón es un caballero. Una simple conversación profunda puede marcar la diferencia. ¿Cuántas tienen que morir para darnos cuenta de que clamaban por ayuda?

(María del Pilar Clemente B.)

sábado, 1 de agosto de 2020

¿PROFECÍAS? De un incendio imaginario... a otro muy real


Hoy, todos aseguran recordar alguna profecía sobre la pandemia. Otros, hablan de ciclos que se repiten. Lo cierto es que existen deslices entre la ficción y la realidad. De hecho, el hundimiento del Titanic (1912) fue “telegrafiado al universo” en 1898 por Morgan Robertson en su novela “The Wreck of the Titan or Futility” (El hundimiento del Titán o la superficialidad), en la que imaginaba el choque de un lujoso transatlántico con un iceberg en su viaje inaugural. Era una suerte de “castigo” a la frivolidad humana. Las similitudes entre la tragedia de papel y la real son escalofriantes.  Algo similar ocurrió con la película “The towering Inferno” (1974) y la Torre Santa María en Santiago, Chile. Recuerdo haber asistido al cine Santa Lucía (famoso por sus efectos “sensurround” que hacían gritar al público). Entonces, los temas sobre tiburones y desastres (“La aventura del Poseidón”, “Terremoto”) estaban de moda. Tuve que esperar a cumplir los 14 años para ser admitida como “espectadora madura”. La trama era simple. En San Francisco se inauguraba la torre de cristal más alta del mundo (138 pisos). Por abaratar costos, unos cables eléctricos de pésima calidad prendían llamas en el piso 81. Dos guapetones, Paul Newman y Steve McQueen, encarnaban al honesto arquitecto y al valiente bombero que arriesgaban su vida para salvar a las celebridades que festejaban en las alturas.
 
  Símbolo de la modernidad
 
La película todavía estaba en cartelera (duraban años en las salas) cuando se inició la construcción del edificio más alto de Santiago. Fue publicitada como una “copia” de las Torres Gemelas de Manhattan (aunque solo tendría 33 pisos). Los santiaguinos no la vieron con buenos ojos. Acostumbrados a los terremotos, los debates se centraron en la seguridad sísmica. Desde 1972, el “rascacielos oficial” de la ciudad había sido el Santiago-Centro (25 pisos) al que se le adjudicaba el falso mito de “estar inclinado como la torre de Pisa”. En enero de 1981 la empresa Alemparte, Barreda y Asociados dio por finalizada la obra. Se proyectaba una espectacular inauguración. Entonces, yo acababa de finalizar mi primer año en la Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile. En marzo, el inicio académico venía con desagradables sorpresas. En 1980 el régimen de Pinochet había firmado la nueva ley de universidades. Permitía el ingreso de establecimientos privados, el cobro de mensualidad (hasta ese momento era arancel diferenciado) y el desmantelamiento de los campus en la Ues públicas. Nadie nos envió carta ni avisos. Junto a mis compañeros deambulamos por diversas partes hasta descubrir que habíamos sido trasladados a un incómodo y horrible “cubo de departamentos”. Digeríamos ese trago amargo, cuando comenzó el incendio en la Torre Santa María.
 
Se desata el drama
 
El incendio fue uno de los primeros en ser televisados desde sus inicios. Los estudiantes de los últimos cursos tuvieron el derecho a llevarse las pocas cámaras viejas que tenía la escuela para ir a fotografiar. Cundía la incredulidad. Adentro, habían equipos de trabajadores que instalaban las alfombras y cortinas para las oficinas. Nadie se percató que usaban un pegamento muy inflamable. Las llamas estallaron en el piso doce, por un cigarrillo mal apagado. Todas los cuerpos de bomberos de la ciudad asistieron a un rescate casi imposible. Por un lado, las piletas y jardines impedían el acceso, las escaleras no daban el largo y el helipuerto de la terraza no pudo ser utilizado (materiales acumulados). Hubo once muertos. Varios se lanzaron al vacío y otros fallecieron en los ascensores. La gente comentaba que la película se había hecho realidad y que la torre estaba “maldita”.
 
1981, año “Non grato”
 
La desgracia llegó acompañada. Se desató una nueva crisis económica mundial, los psicópatas de Viña del Mar (los ex carabineros Jorge Sagredo y Carlos Top Collins) siguieron asesinado parejas hasta 1982, salieron al mercado las flamantes AFP (polémicos fondos de jubilación) y en el ámbito internacional, Ronald Reagan (USA), el Papa Juan Pablo II y el presidente de Egipto, Anuar el Sadat fueron baleados (el egipcio falleció). Nos endulzaron el ánimo con el merengue dorado del príncipe Carlos y la tímida Lady D desfilando hacia el altar. En la Escuela, el video y álbum “Alturas de Machu Picchu” (Los Jaivas), nos acarició con su vuelo de paz y esperanza. La torre siniestrada dejó lecciones de seguridad, no obstante, su fama de “mala suerte” y de estar habitada por fantasmas, nunca cambió. Después de varios problemas, recién en el 2017 se construyó su gemela, con el nombre de Nueva Santa María. ¿Habrán impulsado estas accidentadas “copias” las malas vibras del futuro 9/11/? Nunca se sabe, todo es circular. (María del Pilar Clemente B)

viernes, 31 de julio de 2020

¿Quién Quiere Ser "Perridente"?

 
En medio de esta pandemia mundial, el oficio de Primer Mandatario de la Nación (con mayúsculas) ha ido en caída libre. No reluce entre las profesiones más codiciadas por la juventud. Solo el salario parece incentivar a los que saben que nunca ganarán esa cifra en el sector privado. Hoy, la mayoría de los actuales mandatarios presentan cifras rojas en el apoyo popular. El caso de Sebastián Piñera (Chile) es más duro, ya que venía tropezando desde Octubre del año pasado. En pocos meses, hasta su coalición le ha dado la espalda. ¿Renunciará? Revisando la prensa, se vislumbra otro “problemita”. No hay valientes que quieran asumir gustosos su reemplazo durante la pandemia. Es casi equivalente a inmolarse a lo Bonzo (salvo que se pueda hacer bajar del cielo a un ángel con vacunas y dinero a granel). En épocas de gloria, todos quieren el poder. Durante las vacas flacas, todos arrancan. En el video-programa “La Cosa Nostra”, tres intelectuales criollos le consultaron a Izkia Sitches (líder del Colegio Médico), si Piñera “pasaría agosto”. Ella aseguró que el solitario gobernante llegará hasta el final de su período. Argumentó que el establishment impedirá su renuncia, pero que en caso de ocurrir, ningún rival o amigo estaría dispuesto a reemplazarlo. La misma Izkia (pese a tener un alto porcentaje de apoyo en las encuestas), negó enfáticamente el deseo ocupar el espinoso sillón. En la tele, la ex presidenta Michelle Bachelet, respondió a la misma pregunta con un: “Sobre mi cadáver”. No sorprende. Recibir los estragos sociales y económicos del coronavirus equivale a recibir un escorpión venenoso en las manos. Aunque no lo digan, resulta más simple esperar a que la picadura mortal termine de infectar a quien actualmente gobierna. ¿Y tú? ¿Lo serías? La carencia de aspirantes nos lleva a reflexionar sobre qué estamos enseñando en nuestros hogares sobre democracia y asuntos cívicos. Que en los colegios no se eduque al respecto, no implica que evadamos dicha tarea. Varios años atrás, cuando mi sobrina era niñita, traté de despertar en ella la ambición de llegar a ser la primera mujer en el palacio presidencial (Todavía no era electa la Bachelet). Recodé relatos de parientes que habían estudiado en Liceos emblemáticos en épocas previas a 1973. Según decían, la educación cívica era tan importante que se simulaban candidatos y elecciones en las aulas. Además, se iba a votar en tenida elegante y los abuelos incentivaban a los niños a participar en asuntos cívicos. Los padres de mi sobrinita no tardaron en demoler toda aspiración de ella hacia el servicio público. La explicación fue (y sigue siendo) que “solo los ladrones y mediocres” llegan allí. Entonces, si nos hemos pasado décadas repitiendo lo mismo, no es rato que nuestras palabras se hayan hecho realidad. Si los mejores ciudadanos se han marginado, es obvio que los peores están ocupando la representación popular. Si no incentivamos a los niños con ideas positivas sobre la participación democrática, es fácil que ante problemas complejos cunda el pánico. ¿Quiere usted un presidente o un “perridente”?. ¿Existirá algún niño soñando con ser presidente de la República? ¡Guau, guau! (Por María del Pilar Clemente B).