domingo, 23 de agosto de 2020

¡Larga vida a la palabra POTO!

 

Censurada por décadas, foco de risas, inspiradora de chistes picantes y suave reemplazo al rudo “culo” español, pocos se han preocupado por sus orígenes. De uso común en Chile, Argentina, Bolivia, Perú y Ecuador es la ÚNICA sobreviviente de la antigua cultura Mochica peruana. Significa “posaderas o nalgas” y aunque debió ser la menos “elegante” de su lenguaje, se filtró entre los quechuas (Incas) para describir jocosamente los cántaros de base ancha (poto grande). Servía perfecto para resaltar el parecido de la cerámica con la silueta femenina. Al igual que hoy, los varones apreciaban los traseros generosos (con fines de fertilidad, claro está). A los españoles, sin duda, les hizo gracia aquella exótica palabra que calzaba con el vocablo catalán “pot” (olla de barro) y el latín “pottus” (potaje o sopa en cazuela de barro). ¿Y bien? ¿Cuál es la gracia del “poto”? Bueno, además de indicar la parte donde “la espalda pierde su casto nombre”, es embajadora de uno de los imperios más importantes (y menos conocidos) de Sudamérica.

Grandeza y fragilidad

Los Mochica o Moches dominaron por 600 años la costa norte del Perú (siglos VII-XIII D.C.). Sus  ingenieros convirtieron el desierto en un vergel gracias a los canales de regadío, construyeron pirámides con adobes (Huacas), desarrollaron complicadas jerarquías sociales y una artesanía espectacular: vasijas con formas (casi reales) de humanos y animales, murales de colores, joyería, técnicas de pesca con canastas de totoras y más. Fueron avezados militares y comerciantes. Solo fallaron en un “pequeño” detalle”: Su gusto desmedido por los sacrificios humanos. Cifraban su éxito en contentar a los dioses. Prisioneros de guerra, ciudadanos seleccionados, vírgenes, ancianos y niños, eran involuntarios protagonistas de crudos rituales que se realizaban siguiendo el calendario, las necesidades, miedos, sequías, enfermedades, augurios o “ejemplos educativos” para la población. Según dicen, era un espectáculo pródigo en sangre, tripas y descuartizados. ¡Hasta los Mayas habrían vomitado!. La tumba del Señor de Sipán (descubierta en 1987) es todo un muestrario cultural de los gestores de la palabra “poto”.

Se vinieron abajo por un brusco cambio climático (hoy se sabe que fue el fenómeno del Niño en su peor magnitud). Las lluvias rompieron el frágil equilibrio ecológico que mantenía su prosperidad. Las inundaciones destruyeron el sistema de regadío, se perdieron las cosechas, se derrumbaron las casas de adobe y luego, vino la sequía. Fueron diezmados por las epidemias y el hambre. Los que sobrevivieron se mataron unos a otros, disputando los escasos recursos (y las cuotas de poder). Fueron aniquilados por los guerreros Huari, quienes trajeron la cultura Tiahuanaco. Posteriormente, los Incas llegaron al territorio. Los hijos del sol duraron breves cien años, aunque generaron más publicidad por su caída ante los conquistadores europeos y los turísticos misterios de Machu Picchu.

No escondas el “poto”

Cuando dices  “no le quite el poto a la jeringa”, “vives en el poto del mundo” o “no quiero usar anteojos poto’ e botella”, rindes tributo a esos trágicos ancestros. Puedes balancear la “colita” argentina, el “derriere” francés, las académicas “nalgas” o los anatómicos “glúteos”, sin embargo, volver la mirada hacia el desplome Mochica ayudaría a comprender el eficiente uso del agua y a poner atención a las fallas sociales y del clima. Las teorías conspirativas, los sacrificios rituales y las cacerías de brujas no son las mejores herramientas para construir el futuro de los Sudamericanos del siglo XXI. ¿Aprenderemos la lección? “Poto, poto, poto…Lo dije ¿y qué?” (Yerko Puchento).

(Por María del Pilar Clemente B.)

 

 

viernes, 7 de agosto de 2020

ANTONIA y ÁMBAR con "A" de ángeles

Los rostros de Antonia Barra y Ámbar Cornejo nos sonríen confiados desde las notas de prensa. Podrían ser nuestras hijas, sobrinas, nietas, hermanas o amigas. Podrían estar vivas y tener un futuro. Pese a las distancias geográficas y la realidad socioeconómica, ambas jóvenes fueron víctimas de alevosos crímenes. Antonia (23) se quitó la vida después de haber sido violada y amenazada. Ámbar (16), fue brutalmente asesinada por la pareja de su madre. Dos tragedias que pudieron evitarse.  

Manipuladores sexuales

Antonia cayó en una eficaz táctica de manipuladores sexuales. Se trata de presentarse en las redes sociales ( y en persona) como “joven de excelente presencia y educación”. ¿Quién va a desconfiar de las bebidas que te ofrece un simpático galán?  Emborrachar o drogar a la “presa” es más antiguo que el hilo negro. Sucede todos los días y se basa en hacer creer a la víctima que el sexo fue consensual. Si la agredida se enoja, se le muestran fotos comprometedoras, se manipulan sus emociones y se le aconseja “silencio”.

Algo parecido le ocurrió a Natalee Holloway en el 2007. La adolescente norteamericana viajó junto a sus compañeros de secundaria a la isla de Aruba. En una discoteca fue abordada por Joran Van der Sloot, el apuesto hijo de una reconocida familia local. Confiada en que nada malo puede ocurrir en un paraíso, la chica aceptó las copiosas bebidas y no regresó al hotel con su grupo. Natalee desapareció y la policía de Aruba la culpó (indirectamente) por su fatal e incógnito destino. Lo que de verdad ocurrió se supo tres años más tarde, cuando Joran Van der Sloot repitió el mismo comportamiento en Lima, con la peruana Stephany Flores. Cámaras de video lo delataron en su rol de seductor, violador y además, asesino.

Las cámaras de video y conversaciones grabadas en celulares también fueron claves en el caso de Antonia, aunque a ella no le sirvieron de mucho. Cargaba con la vergüenza de lo sucedido, se sentía sucia y culpable. ¿Quién creería su versión? ¡Ni siquiera su ex novio fue capaz de confiar en ella! Prefirió quitarse la vida ante la incapacidad de seguir luciendo “normal” frente a sus amigos y conocidos. Al menos, aquellos testimonios presentados por sus padres, llevaron a Martín Pradenas a prisión preventiva. ¿Actuará la justicia?

Femicidios sociales

En el caso de Ámbar, al drama disfuncional de sus padres se sumó el gravísimo error de la justicia chilena de liberar en el 2016 a Hugo Bustamente, un hombre que había asesinado en el 2005 a su ex conviviente y al pequeño hijo de ésta. Como buen psicópata, se buscó una nueva mujer a quien dominar. Entonces, la que sobró fue la hija de ésta, Ámbar.

Aunque no me gusta mucho el término “Femicidio”, ya que considera que se mata a alguien solo por el hecho de ser mujer, en ambos casos grafica el comportamiento de quienes hicieron la vista gorda o estaban demasiado sumidos en sus individualismos como para percibir los silenciosos gritos de ayuda. Por ejemplo, todavía perdura la creencia que la violencia doméstica es “privada” y que solo en la televisión una pareja agresiva puede llegar al asesinato (o esconde el secreto de ya serlo).

Es femicidio juzgar a una adolescente ebria, drogada o ligera de ropas por “buscarse su desgracia”. Lo mismo que el despecho o los celos machistas, que niegan la realidad de una violación. Lo es todo aquel “buen compadre” que no se atreve a “pararle el carro” al amigo que anda en malas intenciones en una fiesta. Ni la madre de Ámbar pudo evitarle a su hija el riesgo de venir a la casa. ¡Pongamos atención! ¡Miremos alrededor! ¿Cuántas mujeres (y más de algún varón) cercano está sufriendo abusos o padece una sospechosa depresión? ¿Seguiremos simulando no ver la agresividad de alguna pareja o en nuestros hijos, nietos o hermanos?  

Antonia y Ámbar comparten la “A” de ángeles. No porque hayan sido santas o de “intachable conducta”. Fueron ciegas ante el peligro. Confiaron en el ser humano. Quizás, creyeron que todo varón es un caballero. Una simple conversación profunda puede marcar la diferencia. ¿Cuántas tienen que morir para darnos cuenta de que clamaban por ayuda?

(María del Pilar Clemente B.)

sábado, 1 de agosto de 2020

¿PROFECÍAS? De un incendio imaginario... a otro muy real


Hoy, todos aseguran recordar alguna profecía sobre la pandemia. Otros, hablan de ciclos que se repiten. Lo cierto es que existen deslices entre la ficción y la realidad. De hecho, el hundimiento del Titanic (1912) fue “telegrafiado al universo” en 1898 por Morgan Robertson en su novela “The Wreck of the Titan or Futility” (El hundimiento del Titán o la superficialidad), en la que imaginaba el choque de un lujoso transatlántico con un iceberg en su viaje inaugural. Era una suerte de “castigo” a la frivolidad humana. Las similitudes entre la tragedia de papel y la real son escalofriantes.  Algo similar ocurrió con la película “The towering Inferno” (1974) y la Torre Santa María en Santiago, Chile. Recuerdo haber asistido al cine Santa Lucía (famoso por sus efectos “sensurround” que hacían gritar al público). Entonces, los temas sobre tiburones y desastres (“La aventura del Poseidón”, “Terremoto”) estaban de moda. Tuve que esperar a cumplir los 14 años para ser admitida como “espectadora madura”. La trama era simple. En San Francisco se inauguraba la torre de cristal más alta del mundo (138 pisos). Por abaratar costos, unos cables eléctricos de pésima calidad prendían llamas en el piso 81. Dos guapetones, Paul Newman y Steve McQueen, encarnaban al honesto arquitecto y al valiente bombero que arriesgaban su vida para salvar a las celebridades que festejaban en las alturas.
 
  Símbolo de la modernidad
 
La película todavía estaba en cartelera (duraban años en las salas) cuando se inició la construcción del edificio más alto de Santiago. Fue publicitada como una “copia” de las Torres Gemelas de Manhattan (aunque solo tendría 33 pisos). Los santiaguinos no la vieron con buenos ojos. Acostumbrados a los terremotos, los debates se centraron en la seguridad sísmica. Desde 1972, el “rascacielos oficial” de la ciudad había sido el Santiago-Centro (25 pisos) al que se le adjudicaba el falso mito de “estar inclinado como la torre de Pisa”. En enero de 1981 la empresa Alemparte, Barreda y Asociados dio por finalizada la obra. Se proyectaba una espectacular inauguración. Entonces, yo acababa de finalizar mi primer año en la Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile. En marzo, el inicio académico venía con desagradables sorpresas. En 1980 el régimen de Pinochet había firmado la nueva ley de universidades. Permitía el ingreso de establecimientos privados, el cobro de mensualidad (hasta ese momento era arancel diferenciado) y el desmantelamiento de los campus en la Ues públicas. Nadie nos envió carta ni avisos. Junto a mis compañeros deambulamos por diversas partes hasta descubrir que habíamos sido trasladados a un incómodo y horrible “cubo de departamentos”. Digeríamos ese trago amargo, cuando comenzó el incendio en la Torre Santa María.
 
Se desata el drama
 
El incendio fue uno de los primeros en ser televisados desde sus inicios. Los estudiantes de los últimos cursos tuvieron el derecho a llevarse las pocas cámaras viejas que tenía la escuela para ir a fotografiar. Cundía la incredulidad. Adentro, habían equipos de trabajadores que instalaban las alfombras y cortinas para las oficinas. Nadie se percató que usaban un pegamento muy inflamable. Las llamas estallaron en el piso doce, por un cigarrillo mal apagado. Todas los cuerpos de bomberos de la ciudad asistieron a un rescate casi imposible. Por un lado, las piletas y jardines impedían el acceso, las escaleras no daban el largo y el helipuerto de la terraza no pudo ser utilizado (materiales acumulados). Hubo once muertos. Varios se lanzaron al vacío y otros fallecieron en los ascensores. La gente comentaba que la película se había hecho realidad y que la torre estaba “maldita”.
 
1981, año “Non grato”
 
La desgracia llegó acompañada. Se desató una nueva crisis económica mundial, los psicópatas de Viña del Mar (los ex carabineros Jorge Sagredo y Carlos Top Collins) siguieron asesinado parejas hasta 1982, salieron al mercado las flamantes AFP (polémicos fondos de jubilación) y en el ámbito internacional, Ronald Reagan (USA), el Papa Juan Pablo II y el presidente de Egipto, Anuar el Sadat fueron baleados (el egipcio falleció). Nos endulzaron el ánimo con el merengue dorado del príncipe Carlos y la tímida Lady D desfilando hacia el altar. En la Escuela, el video y álbum “Alturas de Machu Picchu” (Los Jaivas), nos acarició con su vuelo de paz y esperanza. La torre siniestrada dejó lecciones de seguridad, no obstante, su fama de “mala suerte” y de estar habitada por fantasmas, nunca cambió. Después de varios problemas, recién en el 2017 se construyó su gemela, con el nombre de Nueva Santa María. ¿Habrán impulsado estas accidentadas “copias” las malas vibras del futuro 9/11/? Nunca se sabe, todo es circular. (María del Pilar Clemente B)

viernes, 31 de julio de 2020

¿Quién Quiere Ser "Perridente"?

 
En medio de esta pandemia mundial, el oficio de Primer Mandatario de la Nación (con mayúsculas) ha ido en caída libre. No reluce entre las profesiones más codiciadas por la juventud. Solo el salario parece incentivar a los que saben que nunca ganarán esa cifra en el sector privado. Hoy, la mayoría de los actuales mandatarios presentan cifras rojas en el apoyo popular. El caso de Sebastián Piñera (Chile) es más duro, ya que venía tropezando desde Octubre del año pasado. En pocos meses, hasta su coalición le ha dado la espalda. ¿Renunciará? Revisando la prensa, se vislumbra otro “problemita”. No hay valientes que quieran asumir gustosos su reemplazo durante la pandemia. Es casi equivalente a inmolarse a lo Bonzo (salvo que se pueda hacer bajar del cielo a un ángel con vacunas y dinero a granel). En épocas de gloria, todos quieren el poder. Durante las vacas flacas, todos arrancan. En el video-programa “La Cosa Nostra”, tres intelectuales criollos le consultaron a Izkia Sitches (líder del Colegio Médico), si Piñera “pasaría agosto”. Ella aseguró que el solitario gobernante llegará hasta el final de su período. Argumentó que el establishment impedirá su renuncia, pero que en caso de ocurrir, ningún rival o amigo estaría dispuesto a reemplazarlo. La misma Izkia (pese a tener un alto porcentaje de apoyo en las encuestas), negó enfáticamente el deseo ocupar el espinoso sillón. En la tele, la ex presidenta Michelle Bachelet, respondió a la misma pregunta con un: “Sobre mi cadáver”. No sorprende. Recibir los estragos sociales y económicos del coronavirus equivale a recibir un escorpión venenoso en las manos. Aunque no lo digan, resulta más simple esperar a que la picadura mortal termine de infectar a quien actualmente gobierna. ¿Y tú? ¿Lo serías? La carencia de aspirantes nos lleva a reflexionar sobre qué estamos enseñando en nuestros hogares sobre democracia y asuntos cívicos. Que en los colegios no se eduque al respecto, no implica que evadamos dicha tarea. Varios años atrás, cuando mi sobrina era niñita, traté de despertar en ella la ambición de llegar a ser la primera mujer en el palacio presidencial (Todavía no era electa la Bachelet). Recodé relatos de parientes que habían estudiado en Liceos emblemáticos en épocas previas a 1973. Según decían, la educación cívica era tan importante que se simulaban candidatos y elecciones en las aulas. Además, se iba a votar en tenida elegante y los abuelos incentivaban a los niños a participar en asuntos cívicos. Los padres de mi sobrinita no tardaron en demoler toda aspiración de ella hacia el servicio público. La explicación fue (y sigue siendo) que “solo los ladrones y mediocres” llegan allí. Entonces, si nos hemos pasado décadas repitiendo lo mismo, no es rato que nuestras palabras se hayan hecho realidad. Si los mejores ciudadanos se han marginado, es obvio que los peores están ocupando la representación popular. Si no incentivamos a los niños con ideas positivas sobre la participación democrática, es fácil que ante problemas complejos cunda el pánico. ¿Quiere usted un presidente o un “perridente”?. ¿Existirá algún niño soñando con ser presidente de la República? ¡Guau, guau! (Por María del Pilar Clemente B).

jueves, 18 de junio de 2020

Los Vestigios Cotidianos de Oreste Plath

 

Oreste Plath fue un gozador de cada minuto, un investigador incansable del folclore popular, de las tradiciones, las costumbres, el lenguaje y todos esos detalles que forman el alma de una comunidad, pueblo o nación. “El Santiago que se fue, apuntes de la memoria” fue su libro póstumo, publicado en 1997, al año de su fallecimiento.  Es un testamento y testimonio a la vez. Cada capítulo rescata edificios, restaurantes, teatros, barrios y personajes que alguna vez habitaron la geografía del gran Santiago de Chile.

Solemos hacernos la ilusión de que los hitos citadinos nos acompañarán durante generaciones. Lo cierto es que toda constructo humano depende de catástrofes naturales, guerras y los llamados históricos que convierten en cenizas lo antes venerado. Lo que ayer nos parecía eterno; al siguiente día ya no está. El incansable Oreste tuvo ojo para captar la escasa importancia que en Chile se da al valor patrimonial cultural y natural. La actual desacralización y desplome de monumentos ha puesto el tema en el tapete, sin embargo, los destrozos, demoliciones, incendios intencionales, uso indiscriminado de aguas y tala de bosques nativos se arrastra desde muchas décadas atrás. Ya la sociedad post-Independencia se apresuró en reemplazar la arquitectura colonial por el “nuevo estilo francés”. ¡Hasta el legendario puente de Cal y Canto no sobrevivió a la picota! Pese a las guerras y los horrores, en muchos países duele  deshacerse de la memoria. De hecho, la consideran parte del turismo.

Paseando por lo que ya no está

Rincones donde los poetas y estudiantes de los años ‘30s, pasaban su tiempo, viejos periodistas autodidactas, La Piojera, Confitería Torres, El Bosco, la pérgola de las flores, El Goyesca, el portal Fernández Concha, la Alameda de las Delicias, los tranvías, la Quinta Rosedal, el Hotel Crillón y nombres de personajes como Tito Mundt, Joaquín Edwards Bello, Marta Brunet, Teresa Wilms Montt, Romeo Murga, la viuda de Vicente Blasco Ibáñez, Miguel Fernández Solar, Pablo de Rokha, Andrés Silva y toda una cohorte de fantasmas, me hacen evocar una ciudad en escala humana, donde sus habitantes confluían en similares espacios públicos. Épocas en las que el antiguo centro era el polo económico-político y recreacional de la capital. ¿Cuándo los santiaguinos dejaron de sentirse una comunidad? ¿Alguna vez lo fueron? Preguntas que se asoman al releer las páginas de este libro. Recuerdo que lo compré para apoyar mi gusto por descubrir lugares especiales de Santiago. Por largo tiempo tomé el desafío de subir a un microbús con alguna vaga referencia y sorprenderme con el encanto de alguna calle, boliche, plaza o monumento. Lamento que no existieran entonces las redes sociales para haber dejado constancia de mis “descubrimientos”.

El poder de la anécdota

En todos los libros, Oreste Plath cumplió con el rol de registrar lo que su insaciable curiosidad iba captando: juegos infantiles a los que nadie daba importancia, “picadas” culinarias, anécdotas de famosos (y no tanto) dramas de tinta roja, fiestas tradicionales, las animitas, el lenguaje de la calle, la identidad de los campos y ciudades. Tomó notas de todo. Quizás sabía o intuía que la memoria se afirma en la fragilidad de ser replicada por las nuevas generaciones. Por eso, el libro estremece, pues valora lo que nos parece tan cotidiano. Algo que esta pandemia y los estallidos sociales en varias partes del mundo nos han cuestionado: ¿Cuánto dura todo? ¿Qué es la “normalidad”? ¿Qué nuevas tradiciones y costumbres están por nacer?

  

 

 

viernes, 29 de mayo de 2020

Gracia Barrios y una época que se nos fue


GRACIAS   BARRIOS  Y UNA ÉPOCA QUE SE NOS VA

 

Me entero del fallecimiento, a los 92 años, de la pintora chilena Gracias Barrios. Su triste partida me hace reflexionar que hace años el debate artístico se ha ido enmudeciendo en Chile. Alguien podría mencionar la performance “Hambre” ( Delight Lab) pero pertenece a lo efímero-tecnológico. Gracia Barrios apunta a lo trascendente.

Un día de 1986 fui a entrevistar a Gracia. Yo llevaba tres años en El Mercurio y todavía lucía como recién titulada. Ella, junto a su esposo y artista José Balmes, acababan de regresar del exilio en Francia. No recuerdo exacto donde exponía, pero bien pudo ser la Casa Larga de la también retornada Carmen Waugh (ese año comenzaron a regresar muchos exiliados a Chile). Su historia tenía aires de romanticismo épico. Ella, hija del famoso escritor Eduardo Barrios, autor del libro que todos leíamos en el colegio “El niño que enloqueció de amor”. José, hijo de una familia Catalana y Republicana que escapó de la Guerra Civil española en el buque Winnipeg, gestión de salvamento realizada por el poeta Pablo Neruda en 1939. Ambos artistas se conocieron y amaron durante su gestión en el Grupo Signo, una vanguardia del abstracto conceptual que tuvo un abrupto fin con el Golpe de Estado de 1973. De aquella larga entrevista, solo me publicaron un breve párrafo destinado a ilustrar sus interesantes pinturas y grabados en la revista “Vivienda y Decoración”.  Pese a lo breve, seguí realizando entrevistas largas para aprender sobre la emergente actividad que estaban tomando las galerías de arte en Santiago. Recuerdo la de Ennio Bucci, Gema Swinburn, el nuevo Instituto Cultural de las Condes, el Museo de Bellas Artes, el Instituto Chileno Francés, el Goethe Institut y la Galería El Cerro. Muchas de los encuentros ocurrían en Bellavista, barrio que renacía de sus cenizas y que brillaba en cafés, restaurantes, músicos callejeros, velas, guirnaldas luminosas, talleres de joyería, artesanía fina, ropa de diseñadores, teatro callejero, una remodelada Plaza Camilo Mori (con su casona rosada), la avenida Perú y el funicular del Cerro San Cristóbal. Parecía una primavera ante el recién finalizado toque de queda y el aislamiento cultural.  

Las voces disientes

En aquella época, solía hacer coincidir las “notas a los artistas” con las tardes de viernes para aprovechar que el taxi mercurial me “bajara” de la lejanísima Santa María de Manquehue hasta el centro de Santiago. Así, después de una reconfortante conversación sobre arte, me iba a juntar con mis amigas a Bellavista. Entrevisté (entre otros) a José Balmes, Conchita Balmes (la hija de José y Gracia), Carmen Aldunate, Gonzalo Cienfuegos, Francisco Brugnoli, Mario Irarrázaval, Bernardita Zegers, Mario Toral, Bororo, Samy Benmayor y al “regio” Nemesio Antúnez en su Taller 99. Este último, retornaría en los 90’s a la televisión con el programa “Ojo con el arte” y sería nombrado director del Museo de Bellas Artes, lugar que se convertiría en epicentro noticioso por sus estupendas exposiciones internacionales, audacias artísticas y una cafetería estilo París.

Viene a mi memoria Roser Bru (otra catalana del Winnipeg), muy amiga de los Balmes. Ella me mostró sus sandías y animitas que rescataban el alma popular chilena. En 1974 tuvo la audacia de montar una controversial exhibición de grabados en la galería de Carmen Waugh, dedicada a Miguel de Unamuno y la Guerra Civil Española. Abundaban los textos en contra de Franco, los que podían leerse en contra de Pinochet. Después de esto, tuvieron que salir de Chile.  

El arte daba que hablar

En la década del 80’s el arte provocaba polémica en los medios de comunicación. Revistas opositoras como La Bicicleta, Pluma y Pincel, Apsi, Mensaje y Hoy reporteaban todas las actividades que organizaban escritores, actores y artistas. Las performances urbanas del grupo C.A.D.A (Colectivo Acciones de Arte) eran muy comentadas. En 1981 lograron que seis avionetas sobrevolaran Santiago en formación militar y arrojaran miles de panfletos con la frase “¡Ay Sudamérica!”, asunto que se relacionó con una parodia pacífica del bombardeo al palacio de La Moneda por los Hawker Haunters. Desde sus talleres, los artistas proponían, hacían pensar y Gracia Barrios era una de ellas. Sus pinturas con rostros anónimos, rojos y negros, figuras borrosas y la mano con la palabra NO (destinada al Plebiscito de 1988) eran asuntos vigentes, comentados los lunes en las oficinas y universidades.

La muerte de esta gran creadora chilena ha dejado en evidencia hasta qué punto nos hemos olvidado de quienes gestaron la cultura entre 1950 a 1990. Incluso el barrio Bellavista, símbolo de aquel despertar, se está sumergiendo en el abandono, la destrucción y el olvido. (Por María del Pilar Clemente).

viernes, 15 de mayo de 2020

Derechos, deberes... ¿Cuál es el rumbo de los DDHH?


DERECHOS, DEBERES… ¿Cuál es el rumbo de los DDHH?

 

En 1948 ocurrió un hito histórico. En la recién fundada Organización de las Naciones Unidas (ONU) se firmó la Declaración Universal de los Derechos y Deberes del Hombre. Aunque después se eliminó la palabra “Deberes”, varios puntos del documento conservan aquel sentido. Son 30 artículos que recorren las necesidades  más sensibles de ser humano: la vida, libertades, trabajo, educación, vivienda, alimentación, salud, expresión y desarrollo como individuo. Fueron un consenso inspirado en los grandes valores que venían promoviendo filósofos, científicos e intelectuales desde la época grecolatina, reforzados en el siglo XVII. El ideal de una educación masiva como eje del progreso (Ilustración), justicia para todos y el “nunca más” a las guerras, horrores y masacres, generaron el concepto de DDHH. De allí, se derivó la  importancia de fiscalizar el monopolio de las fuerzas de orden que los ciudadanos delegan en los Estados. Habían caído monarquías, imperios y surgido nuevas naciones en el mapa. Latinoamérica y África iniciaban el ascenso desde el tercer mundo hacia estos valores universales.

La polémica de Sergio Micco

Bajo este marco, el encargado de la Oficina de DDHH en Chile, Sergio Micco, apareció en la prensa, destacando la falla de dicho organismo en inculcar en la juventud el concepto de derechos y deberes. De ahí estalló un debate entre los que estaban de acuerdo o en desacuerdo. Surgieron voces apelando que los derechos humanos son inalienables y que no están sujetos a deberes o a relativismos morales. El tema es interesante. Si bien la declaración de DDHH consolida en sus 30 artículos los derechos inalienables, también sugiere ciertos deberes. Así, el artículo 1, indica: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos, dotados como están de razón y conciencia, DEBEN comportarse fraternalmente los unos con los otros”. Además, el artículo 29-1, señala: “Toda persona tiene DEBERES respecto a la comunidad, puesto que solo en ella puede desarrollar libre y plenamente su personalidad”.

Se entiende que la puesta en marcha de tan elevados principios, requiere de ciertas exigencias mínimas de convivencia. Por ejemplo, en el Consultorio de Salud de Algarrobo, hay un cartel donde se advierte que a nadie le será negado el derecho a la atención…salvo que el paciente agreda al personal o rehúse ser atendido por algún facultativo.

En cuanto a educación (por muy gratis que sea), el estudiante está obligado a realizar tareas y pruebas para recibir tal derecho y avanzar al siguiente curso. No en vano en otros países se llaman “deberes escolares”. Si alguien desea postular a un beneficio estatal, el ciudadano debe llenar una forma y acreditar que lo necesita. El artículo 23-1, señala en su párrafo final: “La persona tiene derecho a los seguros de desempleo, enfermedad, invalidez, viudez, vejez y otros casos de pérdida de sus medios de subsistencia por circunstancias INDEPENDIENTES DE SU VOLUNTAD”.

Esta pequeña frase es clave. De no existir, cualquiera de nosotros (con un buen abogado) podría exigir al Estado que nos diera techo, trabajo y vivienda, sin hacer a cambio absolutamente nada. Solo por estar vivos y por tratarse de derechos inalienables.

¿Servilismo al poder?

No pocos acusaron a Micco de “servilismo al poder” o tener una visión política-partidaria en favor de Piñera. Coincido en que una misión clara para cualquier oficina de DDHH debiera ser AJENA a intereses y beneficios partidistas de TODO tipo. Felipe Portales, sociólogo y autor del libro “Los mitos de la democracia chilena”, reiteró en un comentario de El Mostrador, que los representantes de los DDHH solo tienen atribuciones jurídicas ante los abusos del Estado contra los ciudadanos. Así, los delitos o agresiones entre ciudadanos caerían en el marco de la justicia penal, laboral y civil locales. Hasta ahí, de acuerdo. Sin embargo, agregó que las opiniones de los representantes de DDHH no podrían referirse a temas de injerencia política o social fuera del axioma Estado-ciudadanos; Estado-versus otros Estados. En suma: ¿Tendrían los personeros de DDHH que usar anteojeras y no analizar y orientar el contexto político, social y económico que rodea el abuso de funcionarios del Estado? Todos sabemos que el opinar, no implica abrir un nuevo caso jurídico, sino que otorga un marco a la realidad. De hecho, en el portal de la ONU existen ensayos y documentos que abarcan espectros más amplios que la contabilidad de casos  mundiales.

Cuestionamiento al delito y al derecho  

Según Felipe Portales, el tema pasa por el ámbito conceptual o el espíritu de los derechos humanos. Dice: “Cuando se trata de una persona común que asesina a otra, es un delito gravísimo contra la vida, pero NO es una violación al derecho a la vida”. Así, SOLO los Estados provocarían la violación a un derecho. Las violaciones entre ciudadanos o de ciudadanos contra el Estado, serían simples delitos sin adjetivos, destinados a los tribunales locales. Efectivamente, la justicia de cada país acoge y castiga los delitos, sin embargo, los principios generales son los mismos, ya que caen en los llamados “valores universales”. Ahí se equivoca Portales. Matar o asesinar despoja del derecho a la vida, no obstante su relevancia jurídica vaya a tribunales internacionales y otros, a los nacionales. En suma, DDHH no está obligado a denunciar y acoger los temas civiles, laborales y penales de cada país, pero sí podría dar directrices, opinar sobre fenómenos como el femicidio, porque existe el valor universal del derecho a estar vivo (el más importante en la declaración de 1948). Esto nos lleva a una pregunta: ¿Qué sucedería si, en Chile por ejemplo, dos grupos de ciudadanos, premunidos de piedras y palos se atacaran a muerte en una calle e intervinieran las fuerzas policiales? Sabemos que el organismo se preocuparía de los abusos de las fuerzas de orden en contra de las dos pandillas o grupos. ¿Y si la pelea surgió por racismo o fanatismos religiosos, ¿no habría que elaborar algún informe y opinar sobre la amenazante realidad de los grupos racistas o fanáticos religiosos que atentan contra los derechos humanos? Repito: elaborar un informe no implica asumir la pega de los tribunales locales.  

Educar para el bien común

Al finalizar su artículo, Portales reflexiona que hace falta enseñar el tema de los DDHH en las escuelas. No menciona a la educación cívica. Ahí viene otro error. Es imposible educar en derechos humanos si no se abarca todo el espectro cívico de una sociedad. La Declaración Universal de DDHH es la pauta, un faro de luz, cuyos principios se incluyen en la mayoría de la Constituciones democráticas de cada país. Desde allí, se traducen en normativas destinadas a su cumplimiento, es decir, no basta con dar a conocer la existencia de estos derechos y su rol fiscalizador.  Los Estados no son entes abstractos. Quienes lo hacen funcionar son personas comunes y corrientes elegidas a través del voto, o son empleados, funcionarios en los distintos aparatos de orden y servicio público. Si los ciudadanos no entienden lo que es vivir en comunidad y que los valores inspiradores de los DDHH deben ejercerse en la vida diaria, es bien poco lo que se puede prevenir en corrupción, falta de ética y abusos del Estado.  Veamos el artículo 29-2:

“En el ejercicio de sus derechos y en el disfrute de sus libertades, toda persona estará solamente SUJETA a las limitaciones establecidas por la ley, con el único fin de asegurar el reconocimiento y el RESPETO de los derechos y libertades de los DEMÁS, y de satisfacer las JUSTAS EXIGENCIAS DE LA MORAL, del orden público y del bienestar general de una sociedad DEMOCRÁTICA. Una reflexión clave para reconstruirnos después de la pandemia.

(Por María del Pilar Clemente)