Mi corazón se encoge con las
impactantes llamas que consumen el camino La Pólvora y cerro Rocuant en
Valparaíso. No es la primera vez. En el 2014, el siniestro afectó la misma zona,
pero en mayor escala. Hubo más de once mil damnificados y la pérdida de 2.500
viviendas. En aquella tragedia, Chile se conmovió tanto y ofreció tanta ayuda,
que los excesos de alimentos terminaron en el vertedero. Hoy, la solidaridad es
menor, quizás porque los afectados han “cometido el error” de aceptar el apoyo
económico del gobierno. Ante la consigna es “sacar a Piñera”, todo aquel que
tenga la desgracia de ser fotografiado cerca de su persona, cae en la lista
negra. Por otro lado, dirigentes estudiantiles exigen hogares dignos para las
víctimas en el plan, mientras las autoridades discuten entre quienes juran que
no aprobarán el retorno habitacional a esa zona de riesgo (donde es difícil
retirar la basura y combatir incendios) y el alcalde que hace eco de los
vecinos en sus intenciones de reconstruir allí (como lo hicieron la vez
anterior). Todo indica que en algún tiempo más, veremos las mismas escenas. Pronto,
las peligrosas chispas de los fuegos artificiales del Año Nuevo porteño iluminarán barrios en escombros, bosques en
cenizas, el comercio a medio funcionar por los saqueos y el patrimonio
turístico afectado. No resulta extraño que algunos cruceros hayan eliminado la
detención en el puerto por feo y riesgoso.
Un
mal comienzo
La (ex) Joya del Pacífico partió
en contradicción vital. Sus habitantes nativos (conocedores de la geografía y del
clima) lo llamaban “Alimapu”, que significa “tierras quemadas”. Sin embargo, la
leyenda consigna que el navegante Juan Saavedra lo bautizó “Villa del Paraíso”,
una estrategia de marketing dirigida a la corona para que financiara futuras
minas de oro. En 1730 un gran terremoto y tsunami destruyó el poblado. Los
incendios causados por el viento acabaron con todo el legado colonial. De
hecho, es el único puerto Latinoamericano que no conserva nada de aquella época
(no importa, ¿a quién le interesan los españoles?). La reconstrucción tuvo
breve duración. ¿Adivinen? En 1850 otro “voraz siniestro” convirtió en cenizas
cuarenta edificios céntricos. Superado el drama y organizado el primer cuerpo
de bomberos del país, la actividad naviera y militar le otorgó un estupendo
despertar. En ese tiempo fue apodado “Don Pancho” por la iglesia de San
Francisco, punto de referencia avistado por los barcos que llegaban de todas
partes. Valparaíso se transformó en ciudad pionera y cosmopolita (Santiago era
una alpargata a su lado). Fue la primera en tener agua potable, alumbrado
público, tranvías, fábricas y un diario importante (El Mercurio). En 1903, el
puerto brillaba con edificios señoriales que albergaban a ingleses, franceses,
alemanes e italianos. Nuevas plazas y jardines acogían a los paseantes. En los
cerros crecían coloridos barrios de autoconstrucción. Artistas y poetas se
daban cita en el lugar. Fue en sus muelles cuando los estibadores iniciaron las
huelgas obraras que prenderían por todo Chile. Sigan adivinando. Aquella famosa
protesta se inició con la quema de las oficinas navieras. Ante dicha realidad,
el escritor porteño Joaquín Edwards Bello inventó el apodo de “Incendiópolis”
para referirse a la ciudad.
La
caída de la época dorada
El terremoto de 1906 y la
inauguración del Canal de Panamá empujaron al puerto a una caída en picada. El
entonces presidente Pedro Montt no dudó en invertir grandes sumas estatales
para levantar la belleza de aquel puerto tan amado por los chilenos. Sin embargo, nunca recuperó su prosperidad, ni
siquiera cuando en 1990 se trasladó allí el Congreso Nacional (los honorables
no quisieron vivir allí). “Don Pancho” siguió atrayendo artistas, estudiantes y
turistas. En los años 60’s el fotógrafo Sergio Larraín inmortalizó escenas
portuarias, bares, calles, burdeles, desfiles navales, mercados y procesiones
religiosas en imágenes aplaudidas por el mundo. Lamentablemente, sus habitantes
se marcharon poco a poco, dando lugar a residentes de paso, incapaces de
valorar la ciudad. Nuevos sismos e incendios fueron diezmando el casco urbano. Nuevas
poblaciones se instalaron en lugares peligrosos y secos que avivaron los
incendios. En el 2003 la UNESCO declaró a Valparaíso patrimonio de la humanidad.
Complejas leyes de conservación y la falta de visión futura de las autoridades,
impidieron la recuperación de identidad. Por ejemplo, en el 2007, una explosión
de gas convirtió en ruinas el edificio Subercaseaux. En el 2016 ocurrió lo
mismo con el Ross Santa María (no importa, fueron construidos por ricachones).
La antigua iglesia de San Francisco ya ha sufrido tres incendios y a nadie le
interesa reconstruirla (no importa, pertenece a los curas).
Triste
futuro
Con la muy criolla actitud
del “no importa”, la otrora joya está perdiendo todas sus gemas. La sequía ha
agudizado el destino fatal que le pronosticaron sus habitantes prehispánicos.
Se suele comparar a Valparaíso con San Salvador de Bahía, dos puertos que
reaccionaron en forma diferente cuando se convirtieron en patrimonio universal.
Nuestro Pancho prefirió gastar los fondos en efímeros carnavales en vez de
infraestructura, seguridad, comercio y turismo. Hoy, algunas valientes
iniciativas (como los trolley-buses) se mantienen entre cenizas, grafittis y
basuras. El homologo de Brasil optó por el largo plazo. Hoy, su identidad
recuperada atrae a viajeros de todo el mundo. ¿Volverás a ser hermoso, mi
querido puerto?
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