VIVIR
Y MORIR EN EL MUNDO VIRTUAL
¿Quiénes somos en el mundo
virtual? Dos hechos me hicieron reflexionar. Uno, el haber sido invitada a mi
primera fiesta de cumpleaños a través de Zoom. La otra, el fallecimiento de un
querido amigo de Barcelona. Alguien que jamás conocí en forma tangible. Me
refiero a Fernando Laureano Miranda Artasánchez.
Es el cuarto amigo virtual que
he visto partir. La presencia diaria en los muros, grupos o foros digitales
hace que nos encariñemos con personas que (como nosotros) existen en otras
ciudades, países y barrios. Todos hemos sido testigos de visitantes “desconocidos”
que estudian, trabajan, están de novios, se casan, vemos nacer y crecer a sus
hijos, aplaudimos a sus mascotas y lloramos sus pérdidas, conocemos a sus
padres. ¡En fin! Nos constituimos en parte de sus éxitos, fracasos, enfermedades
y dichas. A veces, algunos de ellos pasan a la categoría de “amigos reales” al
poder conocerlos en algún encuentro o viaje.
Antes de internet, nuestra
red de familiares y amistades era limitada. Dependía de la suerte de tener una
familia grande, vivir en un barrio con niños/as de la misma edad, de un escuela
acogedora, de veraneos, nuevos empleos, gremios y citas a ciegas. A veces,
hasta esa limitada red se iba perdiendo al mudarnos a otra ciudad, divorcios,
peleas familiares o fallecimientos. Llamar periódicamente por teléfono y
escribir cartas eran la base para mantener un contacto lejano. ¡Ni hablemos de
emigrar a otro país!
La muerte
A diferencia del ayer, los
difuntos virtuales no desaparecen después del funeral. Si los parientes no
cierran sus cuentas, sus muros quedan abiertos como un salón de visitas, una
capilla ardiente donde se puede escribir condolencias, recuerdos y los
infaltables saludos de cumpleaños, que el algoritmo seguirá anunciando cada
año. Algunos optan por borrarlos de sus listas de amigos. Yo prefiero dejarlos
ahí, como espíritus susurrantes. Así, puedo revisar sus posteos y captar esa
cotidianidad congelada en el tiempo. Conmueve darse cuenta de que el “último
relato” no son palabras para el bronce o una despedida. Es como si el dueño
hubiese salido a almorzar y colgado el cartelito “Voy y vuelvo”. Entre diario
de vida y agenda pública, nuestra forma de ser queda reflejada (casi para
siempre) en el tramado virtual. Por eso, no son vanas las recomendaciones de
cuidar lo que subimos a internet.
La vida
Me he encontrado también con
la vitalidad. Por ejemplo, el primer grupo al que fui invitada (no arrastrada)
fue “Diálogo” de Gonzalo Green. Recuerdo que durante los dos primeros meses
todos los integrantes mantuvimos una enriquecedora relación de debates, temas
profundos y noticias. El momento cumbre fueron las Fiestas Patrias. Sin
proponerlo, improvisamos una ramada folclórica. En ese entonces (aprox. 2014)
no se usaban tantas fotos, videos o stickers como ahora. Construimos el
ambiente a través de las palabras. Sin sonido alguno y sentada frente al
computador, asistí a una de las mejores fiestas dieciocheras de mi vida. Todos
calzamos perfecto imaginando la decoración, las mesas, los platos típicos, los
aromas, la música. Iniciamos un concurso de payas, hubo versos, estrofas de
cuecas, brindis…¡En fin! Lo pasamos bomba sin vernos. ¡Qué fuerza tienen las
palabras!. Todavía conservo la paya que escribí dedicada a los integrantes del
grupo. Gonzalo promovió la amistad,
invitando a su casa en Santiago. En alguno de mis viajes a Chile logré llegar
dos veces a estas reuniones en su hogar. Allí conocí “face to face” a varios de
los Dialogantes. Desde su silla de ruedas, Gonzalo y su esposa María nos atendían
a todos con una ejemplar fraternidad.
Crecer e iluminar
Como vivir no es un camino
lineal, el grupo Diálogo pasó por varias etapas, nuevos miembros, alejamientos,
bloqueos y hasta un “golpe de Estado” contra el administrador que había
expulsado a Gonzalo. Cabe indicar que Fernando Laureano llegó también a ese
grupo y siguió compartiendo sus vastos conocimientos de chileno-español en los
muros de varios amigos. Participaba también en el universo medieval de un juego
de roles. Como recordarán, previo al advenimiento de las redes sociales, estos
juegos simuladores de sociedades fantásticas eran la gran atracción de
internet. Los personajes o “avatares” cobraban vida en aquella “segunda realidad”
y ponían en contacto a personas de diversos países. El tema era alucinante y
provocaba polémicas en los medios de comunicación. ¿Terminarían los avatares
dominando a sus jugadores?. Aunque las redes sociales opacaron aquel fenómeno, sigue
contando con adeptos
El triste adiós
Almeja del Río, María
Cristina Craig, Giacomo Marasso y Fernando Laureano Miranda fueron seres vivos,
unos desconocidos (si los analizamos con los parámetros de la realidad tangible).
Todavía los evoco y durante algunos años, sus muros me seguirán haciendo guiños
de estrellas fugaces. La tecnología nos ha dado la oportunidad de iluminar, de
crecer y dejar huellas en otros (los que ya no veremos más). ¡No la
desaprovechemos!
(Por María del Pilar
Clemente B.)
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