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miércoles, 13 de julio de 2022

El Puente de Ninguna Parte

 


 El Lehigh Canal Park en Pensilvania es un lugar donde la naturaleza se une con las actividades familiares  y deportivas. En esta zona, el río Lehigh apacigua sus torrentosas espumas  y corre despacio entre las orillas de bosques, ciudades y granjas que alguna vez fueron ejes mineros  del carbón. Ahora, prosperan con el turismo aventura. El paisaje se presta: montañas, bosques, lagos, el río  y este parque visitado por caminantes, ciclistas y amantes del rafting. 

Paseando con una amiga por este lindo lugar, me encontré con un puente y un cartel de advertencia. Traducido al español, decía:

¿Vas rumbo a ninguna parte?
¿O estás aquí?
Si estás viviendo el AHORA,
sube al puente y siéntate 
en la banqueta de la oración
habla con Dios, pues él quiere hablar contigo.
Dios siempre escucha.

Tal como indica el cartel, el puente no llevaba a ninguna parte. Al otro lado, la agreste vegetación nos cerraba el paso. Podría ser un puente inútil, salvo la banqueta anunciada, desde la cual se veía el canal o brazo artificial del río por donde nadan familias de patos y gansos canadienses. Al sentarse, se percibe el ritmo calmo, los pescadores camuflados por las sombras en los puntos  de aguas profundas, el canto de las aves y muchas flores silvestres. 

Simbolismo

Más allá del concepto cristiano, pensé en el simbolismo del lugar. Sobre el río del tiempo, cada uno va construyendo un puente que une la orilla de su nacimiento con el otro lado, la muerte y sus misterios. Ignoramos lo que éramos antes de venir al mundo. ¿Qué sabemos de lo que nos espera? ¿Hemos encontrado nuestro propósito? Hay un encuentro entre lo divino, lo trascendente y nuestra alma. Entonces, el puente cobra  sentido. Una construcción que, vista de lejos, parece llevar a “ninguna parte”, una obra perdida. ¿Cuántas personas tristes se sienten así? ¿Cuántas veces perdemos la fe? 

Nos apresuramos en exprimir cada minuto, ser eficientes y productivos. Nos desesperamos por ser amados, sin aprender a amar. Queremos recibir, sin dar nada a cambio. A veces, ni siquiera captamos esa banqueta en medio del puente, la misma que alguien puso allí para que meditemos, respiremos y hablemos con Dios. 

Pueblitos perdidos

En los Estados Unidos, donde ahora vivo, existen innumerables pueblitos derramados por los rincones de los cincuenta Estados que componen el país. Hay gente que se dedica a recorrer en casa rodante o en motocicleta las carreteras secundarias y los caminos de tierra. Les encanta visitar estos sitios en medio de ninguna parte. Algunos están abandonados, otros sobreviven con mayor o menor fortuna, casi siempre ligados a granjas, ganado o al comercio básico. Muchos son verdaderas joyas pintorescas y sus habitantes, muy cordiales. No pocos de estos viajeros escriben libros o filman videos con sus experiencias. En ellos, expresan haber aprendido algo valioso en las zonas olvidadas. Esto revela que nos agrupamos en las grandes ciudades no solo por sus servicios, tecnologías y oportunidades, sino que también por el miedo a estar solos, a sentirse en medio de la nada, rumbo a ninguna parte. Mientras más multitud, menos posibilidades  de sentarnos  en la banqueta de un puente de ninguna parte. Encontrarse con uno mismo puede “abrir la caja de Pandora”. El ruido de la fiesta, las luces, la música y las eternas pantallas, ayudan a evadir  los pensamientos molestos,  las preguntas sin respuestas, como por ejemplo, encontrar el sentido de nuestras vidas. 

Busca tu puente


Quienes construyeron ese puente “de ninguna parte” en el Lehigh Canal Park tuvieron una iniciativa luminosa, sencilla y económica: un puente de madera sin destino, un puente sin apuro ni metas; una invitación a tomarse unos minutos de tranquilidad y contemplación. La banqueta es el equilibrio, la oración que llama al amanecer. 

Aunque te encuentres en medio del bullicio, el trabajo o definas tu entorno como “feo”, “poco grato”, siempre habrá un cartel, un aviso que invitará a cruzar un  puente que no figura en los mapas. Allí, encontrarás un destino más importante que cualquier aventura turística: la profundidad de tu alma. 

viernes, 7 de agosto de 2020

ANTONIA y ÁMBAR con "A" de ángeles

Los rostros de Antonia Barra y Ámbar Cornejo nos sonríen confiados desde las notas de prensa. Podrían ser nuestras hijas, sobrinas, nietas, hermanas o amigas. Podrían estar vivas y tener un futuro. Pese a las distancias geográficas y la realidad socioeconómica, ambas jóvenes fueron víctimas de alevosos crímenes. Antonia (23) se quitó la vida después de haber sido violada y amenazada. Ámbar (16), fue brutalmente asesinada por la pareja de su madre. Dos tragedias que pudieron evitarse.  

Manipuladores sexuales

Antonia cayó en una eficaz táctica de manipuladores sexuales. Se trata de presentarse en las redes sociales ( y en persona) como “joven de excelente presencia y educación”. ¿Quién va a desconfiar de las bebidas que te ofrece un simpático galán?  Emborrachar o drogar a la “presa” es más antiguo que el hilo negro. Sucede todos los días y se basa en hacer creer a la víctima que el sexo fue consensual. Si la agredida se enoja, se le muestran fotos comprometedoras, se manipulan sus emociones y se le aconseja “silencio”.

Algo parecido le ocurrió a Natalee Holloway en el 2007. La adolescente norteamericana viajó junto a sus compañeros de secundaria a la isla de Aruba. En una discoteca fue abordada por Joran Van der Sloot, el apuesto hijo de una reconocida familia local. Confiada en que nada malo puede ocurrir en un paraíso, la chica aceptó las copiosas bebidas y no regresó al hotel con su grupo. Natalee desapareció y la policía de Aruba la culpó (indirectamente) por su fatal e incógnito destino. Lo que de verdad ocurrió se supo tres años más tarde, cuando Joran Van der Sloot repitió el mismo comportamiento en Lima, con la peruana Stephany Flores. Cámaras de video lo delataron en su rol de seductor, violador y además, asesino.

Las cámaras de video y conversaciones grabadas en celulares también fueron claves en el caso de Antonia, aunque a ella no le sirvieron de mucho. Cargaba con la vergüenza de lo sucedido, se sentía sucia y culpable. ¿Quién creería su versión? ¡Ni siquiera su ex novio fue capaz de confiar en ella! Prefirió quitarse la vida ante la incapacidad de seguir luciendo “normal” frente a sus amigos y conocidos. Al menos, aquellos testimonios presentados por sus padres, llevaron a Martín Pradenas a prisión preventiva. ¿Actuará la justicia?

Femicidios sociales

En el caso de Ámbar, al drama disfuncional de sus padres se sumó el gravísimo error de la justicia chilena de liberar en el 2016 a Hugo Bustamente, un hombre que había asesinado en el 2005 a su ex conviviente y al pequeño hijo de ésta. Como buen psicópata, se buscó una nueva mujer a quien dominar. Entonces, la que sobró fue la hija de ésta, Ámbar.

Aunque no me gusta mucho el término “Femicidio”, ya que considera que se mata a alguien solo por el hecho de ser mujer, en ambos casos grafica el comportamiento de quienes hicieron la vista gorda o estaban demasiado sumidos en sus individualismos como para percibir los silenciosos gritos de ayuda. Por ejemplo, todavía perdura la creencia que la violencia doméstica es “privada” y que solo en la televisión una pareja agresiva puede llegar al asesinato (o esconde el secreto de ya serlo).

Es femicidio juzgar a una adolescente ebria, drogada o ligera de ropas por “buscarse su desgracia”. Lo mismo que el despecho o los celos machistas, que niegan la realidad de una violación. Lo es todo aquel “buen compadre” que no se atreve a “pararle el carro” al amigo que anda en malas intenciones en una fiesta. Ni la madre de Ámbar pudo evitarle a su hija el riesgo de venir a la casa. ¡Pongamos atención! ¡Miremos alrededor! ¿Cuántas mujeres (y más de algún varón) cercano está sufriendo abusos o padece una sospechosa depresión? ¿Seguiremos simulando no ver la agresividad de alguna pareja o en nuestros hijos, nietos o hermanos?  

Antonia y Ámbar comparten la “A” de ángeles. No porque hayan sido santas o de “intachable conducta”. Fueron ciegas ante el peligro. Confiaron en el ser humano. Quizás, creyeron que todo varón es un caballero. Una simple conversación profunda puede marcar la diferencia. ¿Cuántas tienen que morir para darnos cuenta de que clamaban por ayuda?

(María del Pilar Clemente B.)

sábado, 2 de mayo de 2020

Vivir y morir en el mundo virtual


VIVIR Y  MORIR  EN EL MUNDO VIRTUAL

 

¿Quiénes somos en el mundo virtual? Dos hechos me hicieron reflexionar. Uno, el haber sido invitada a mi primera fiesta de cumpleaños a través de Zoom. La otra, el fallecimiento de un querido amigo de Barcelona. Alguien que jamás conocí en forma tangible. Me refiero a Fernando Laureano Miranda Artasánchez.

Es el cuarto amigo virtual que he visto partir. La presencia diaria en los muros, grupos o foros digitales hace que nos encariñemos con personas que (como nosotros) existen en otras ciudades, países y barrios. Todos hemos sido testigos de visitantes “desconocidos” que estudian, trabajan, están de novios, se casan, vemos nacer y crecer a sus hijos, aplaudimos a sus mascotas y lloramos sus pérdidas, conocemos a sus padres. ¡En fin! Nos constituimos en parte de sus éxitos, fracasos, enfermedades y dichas. A veces, algunos de ellos pasan a la categoría de “amigos reales” al poder conocerlos en algún encuentro o viaje.

Antes de internet, nuestra red de familiares y amistades era limitada. Dependía de la suerte de tener una familia grande, vivir en un barrio con niños/as de la misma edad, de un escuela acogedora, de veraneos, nuevos empleos, gremios y citas a ciegas. A veces, hasta esa limitada red se iba perdiendo al mudarnos a otra ciudad, divorcios, peleas familiares o fallecimientos. Llamar periódicamente por teléfono y escribir cartas eran la base para mantener un contacto lejano. ¡Ni hablemos de emigrar a otro país!

La muerte

A diferencia del ayer, los difuntos virtuales no desaparecen después del funeral. Si los parientes no cierran sus cuentas, sus muros quedan abiertos como un salón de visitas, una capilla ardiente donde se puede escribir condolencias, recuerdos y los infaltables saludos de cumpleaños, que el algoritmo seguirá anunciando cada año. Algunos optan por borrarlos de sus listas de amigos. Yo prefiero dejarlos ahí, como espíritus susurrantes. Así, puedo revisar sus posteos y captar esa cotidianidad congelada en el tiempo. Conmueve darse cuenta de que el “último relato” no son palabras para el bronce o una despedida. Es como si el dueño hubiese salido a almorzar y colgado el cartelito “Voy y vuelvo”. Entre diario de vida y agenda pública, nuestra forma de ser queda reflejada (casi para siempre) en el tramado virtual. Por eso, no son vanas las recomendaciones de cuidar lo que subimos a internet.

La vida

Me he encontrado también con la vitalidad. Por ejemplo, el primer grupo al que fui invitada (no arrastrada) fue “Diálogo” de Gonzalo Green. Recuerdo que durante los dos primeros meses todos los integrantes mantuvimos una enriquecedora relación de debates, temas profundos y noticias. El momento cumbre fueron las Fiestas Patrias. Sin proponerlo, improvisamos una ramada folclórica. En ese entonces (aprox. 2014) no se usaban tantas fotos, videos o stickers como ahora. Construimos el ambiente a través de las palabras. Sin sonido alguno y sentada frente al computador, asistí a una de las mejores fiestas dieciocheras de mi vida. Todos calzamos perfecto imaginando la decoración, las mesas, los platos típicos, los aromas, la música. Iniciamos un concurso de payas, hubo versos, estrofas de cuecas, brindis…¡En fin! Lo pasamos bomba sin vernos. ¡Qué fuerza tienen las palabras!. Todavía conservo la paya que escribí dedicada a los integrantes del grupo. Gonzalo promovió  la amistad, invitando a su casa en Santiago. En alguno de mis viajes a Chile logré llegar dos veces a estas reuniones en su hogar. Allí conocí “face to face” a varios de los Dialogantes. Desde su silla de ruedas, Gonzalo y su esposa María nos atendían a todos con una ejemplar fraternidad.

Crecer e iluminar

Como vivir no es un camino lineal, el grupo Diálogo pasó por varias etapas, nuevos miembros, alejamientos, bloqueos y hasta un “golpe de Estado” contra el administrador que había expulsado a Gonzalo. Cabe indicar que Fernando Laureano llegó también a ese grupo y siguió compartiendo sus vastos conocimientos de chileno-español en los muros de varios amigos. Participaba también en el universo medieval de un juego de roles. Como recordarán, previo al advenimiento de las redes sociales, estos juegos simuladores de sociedades fantásticas eran la gran atracción de internet. Los personajes o “avatares” cobraban vida en aquella “segunda realidad” y ponían en contacto a personas de diversos países. El tema era alucinante y provocaba polémicas en los medios de comunicación. ¿Terminarían los avatares dominando a sus jugadores?. Aunque las redes sociales opacaron aquel fenómeno, sigue contando con adeptos

El triste adiós

Almeja del Río, María Cristina Craig, Giacomo Marasso y Fernando Laureano Miranda fueron seres vivos, unos desconocidos (si los analizamos con los parámetros de la realidad tangible). Todavía los evoco y durante algunos años, sus muros me seguirán haciendo guiños de estrellas fugaces. La tecnología nos ha dado la oportunidad de iluminar, de crecer y dejar huellas en otros (los que ya no veremos más). ¡No la desaprovechemos!

(Por María del Pilar Clemente B.)