EN
MEMORIA DE SONIA MARDONES DE WOLLETER, la mejor amiga de mi mamá en Lota,
Arauco.
Ayer, cuando la brisa dorada
del otoño sacudía los bosques de Arauco, se marchó de este mundo, nuestra
querida “tía Sonia”. Era de esos seres inolvidables que la amistad transforman
en familia.
Corrían los años 60’s cuando
mis padres se trasladaron desde Santiago a Lota. Mi papá había sido contratado
por la entonces, Carbonífera Lota Schwager. Yo estaba recién nacida y mi
hermana recién caminando. Llegamos a una de las casas pareadas en la calle
Parque Luis. A través de esta vía, se accedía directamente a la faena del
carbón, la maestranza, los trenes, oficinas y piques (los más profundos de
Sudamérica). El mismo escenario, aunque en mejores condiciones, que el descrito
por Baldomero Lillo a principios de siglo. En esa calle, vivían también los
Wolleter Mardones y sus tres hijos Andrea, Jimena y Carlos Arturo (años después
nacería Pía, la pollito). La amistad entre las dos mamás surgió con esa fuerza
que da el verse todos los días y el compartir los asuntos escolares de los
hijos.
Lluvias y aromas de chancaca
La jornada comenzaba con la
sirena de los turnos, cuyas vibraciones parecían llorar con lágrimas de hollín.
Los niños, llamados por la campana, nos íbamos a la escuela. Sonia y mi mamá se
afanaban en los hogares y se juntaban a tejer chalecos, compartir recetas,
organizar cumpleaños y obras de ayuda a los mineros en desgracia. Asistían a
las reuniones escolares para hacer realidad las presentaciones artístico-culturales
que se realizaban en el teatro de Lota, en el Club Social o en los jardines del
bellísimo parque, donde caminaban libres los pavos reales.
La tía Sonia era delgada,
trigueña, de risa a flor de labios y siempre dispuesta a acoger a los niños del
barrio. El ventanal de su living solía convertirse en improvisado escenario
para nuestros juegos infantiles. Durante los inviernos, cuando las lluvias reverdecían
los bosques y el viento atormentaba los eucaliptos de la quebrada situada
detrás de Parque Luis, Sonia deleitaba a todos con panqueques, picarones,
queques con aroma a naranja y sopaipillas pasadas en chancaca (azúcar morena).
Para el año nuevo, se
celebraba una cena con orquesta tropical en el Club. Sonia destacaba por su
elegancia, siempre a tono con las camelias rojas y blancas que decoraban las
mesas. Iniciado el verano, ambas familias partíamos en citronetas a paseos al
río Las Cruces, las playas solitarias de Laraquete, la antigua central
eléctrica de Chivilingo, el barrio Maule de Coronel, Talcahuano y los
infaltables picnics en playa blanca. ¡Qué imborrables huellas nos dejaron el
alma esas sencillas entretenciones!
El re-encuentro
Aunque la vida nos separó durante
varios años cuando nos vinimos a Santiago, el reencuentro con Jimena a fines de
los 80’s volvió a despertar los antiguos lazos. Allí estaba la tía Sonia,
siempre dispuesta a enfrentar alegrías y problemas. Ya fuesen terremotos,
nietos, el triste cierre del carbón en 1997 o la partida del tío Carlos en el
2009. Participó en el sueño de su esposo de vivir en un parcela en Arauco,
plena de jardines (una forma de compensar el haber pasado toda su juventud bajo
tierra). Comencé a ir a esa parcela desde el 2005, cuando la Pía vivió conmigo
en Santiago. Allí, Sonia me refrescaba la memoria con anécdotas de Lota. Me
regalaba detalles desconocidos de mi mamá, quien había fallecido en 1999.
Cuando me casé, conoció también a Charlie, quien la llamaba “madre” y le preparaba
asados y cócteles.
Sonia también me hablaba de
sus vivencias en Mulchén, zona de campo y árboles frutales. Adoraba los
encantos de Valparaíso. Una vez fuimos con ella y la Pía a recorrer esos cerros
pintorescos y a comer mariscos. ¡Qué buenos tiempos!
El adiós
La última vez que nos vimos
(2018) ya estaba enferma. La veo en la cocina, transformando los desayunos en
cálidas reuniones familiares. Ayer supe la triste noticia de tu partida,
querida tía Sonia. Te llevas contigo parte de mi infancia, el olor penetrante
del carbón y de los helechos húmedos. Nos dejas, pero tengo la esperanza de
reconocer tu sonrisa luminosa en el sol que besa la bahía de Arauco.
(Por María del Pilar Clemente
B.)
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