SEMANA
POCO SANTA y (des) OBEDIENCIA
Sesenta años atrás la Semana
Santa era una festividad que involucraba solo a la comunidad católica. No eran
vacaciones ni fiestas. Espiritualmente significaba la resurrección de
Jesucristo, la que se celebraba con grandes procesiones (que todavía lucen en
España y otros lugares). Con la democratización del turismo y la secularización,
conejos y huevos de chocolate dieron pie a reuniones, juegos y paseos. En suma,
los mercados encontraron otras formas rentables y coloridas de festejar el renacer
primaveral (en el hemisferio norte). Hoy, el drama del coronavirus y la cuarentena
parecen incapaces de controlar el apetecido “escape vacacional”. A pesar de los
aeropuertos cerrados y los toques de queda, no faltan los “pillos” dispuestos a
todo con tal de ir a la playa, al campo o a juntarse con los amigos.
La
astucia chilensis
Chilito enfrenta la paradoja
de ciudadanos que desean estar en sus casas versus otros que solo anhelan “arrancar”. Aquí no hay
buenos ni villanos. De todos los sectores sociales (aunque sea en bicicleta), aparecerán
los “ingeniosos” que saldrán a buscar “huevitos de chocolate” a varios
kilómetros de sus hogares. El “chamullo” para cualquier barrera que los frene será
algo parecido a: “¿Sabe usted quién soy yo?”, “Mi tío es general de Carabineros”,
“Pero si yo vivo en la playa!. Mi señora sacó la patente en Santiago ¡Mujeres!”,
“¡Soy asesora de un diputado de Valparaíso!”, “¿Qué virus? ¡Yo no veo fake
news!”, “¡Nunca me enfermo! ¡No es pa’taaaanto!, “¿Hasta cuándo reprimen al pueblo,
mierdas?”, “Mi pasaporte es…¡El que no salta es Mañalich!”.
Culpemos
a Foucault…
El actuar en una pandemia
como algo que nos afecta a todos es difícil. En las actuales sociedades
globales, la libertad individual está santificada. Cada cual busca su metro
cuadrado y obedecer leyes o normas se considera de “imbéciles”. Muchos
entienden la empatía como “ponerse los zapatos que más me convienen” y ni
hablemos de consideración al prójimo o la compasión, conceptos con un tufillo
demasiado religioso.
Si bien la ausencia de Dios
la podríamos adjudicar a Nietzsche, dejemos que la repugnancia a la disciplina
y al orden nos hablen a través del filósofo francés, Michel Foucault. El describió
a la sociedad industrial de post-guerra como una estructura jerárquica, donde poderes
invisibles ejerce dispositivos de disciplina y control. En sus libros “Disciplina
y Castigo”, “Historia de la Sexualidad”, “Locura y Civilización” postuló que las
fábrica, las escuelas, universidades, iglesias, regimientos y manicomios eran
muy parecidos a las cárceles. La autoridad ejercida por el gerente, el
confesor, el jefe y los terapeutas presionan la conducta de los individuos para
convertirlos en ladrillos que calcen en el muro (como la canción de Pink
Floid). El francés compartía con Nietzsche la idea de los valores relativos.
Por ejemplo, el violar y matar (si el poder así lo quiere) podrían no ser “malos”.
En este caso, los Nazis desde su posición invasora y represiva, obligaron a la
población a “considerar normal” la eliminación de los judíos.
De esta forma, la libertad,
el desobedecer y “dejar la grande” pasaron a ser una muestra de individualidad,
de “ser único”.
¿Opción
por la mano dura?
El tema de la cuarentena
voluntaria (o de bajo castigo) pone en relevancia la capacidad ciudadana de
asumir responsabilidades. En New York se rieron de las normas y salieron a los
carnavales de Saint Patrick. Hoy, ya vemos los resultados. En California,
todavía hay gente que insiste en ir a la playa. En el otro extremo, la BBC calificó
a Hungría como “el primer país en perder su democracia por culpa del
coronavirus”. El parlamento aprobó una polémica ley que otorga al presidente poderes
extraordinarios por tiempo indefinido. Además, permite castigar a los medios
que “alarmen demasiado” sobre la pandemia. En Filipinas, el mandatario autorizó
al ejército “disparar a matar” a quienes infrinjan el toque de queda.
¿En qué quedamos entonces? ¿Seremos
capaces de auto-disciplina? ¿Estamos deseosos de mano dura? ¿A quién vamos a
culpar ahora?
(María del Pilar Clemente B.)
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