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domingo, 3 de enero de 2021

¡Feliz Baño Nuevoooo!

 

Doy la bienvenida al 2021 con esta frase humorística de “Condorito”. En la legendaria historieta chilena, la expresión era un juego de palabras que celebraba un baño remodelado. Claro, eran tiempos donde pocos destinaban presupuesto familiar para embellecer el “rincón del pensador”. Lo recordé porque anoche tuve un raro sueño. Me encontraba en un edificio público  de estilo colonial (muros de cal blanca, arcos y tejas de greda). Era una soleada mañana y se estaba celebrando un evento vecinal. A juzgar por la alegría de quienes desayunaban en las mesas de mantel blanco, se trataba de algo muy positivo. En vez de sumarme al cafecito colectivo, caminé por un corredor hasta el baño, situado frente una pérgola de rosales trepadores. Era un sitio inmaculado, pródigo en espejos, grifos brillantes y mosaicos andaluces.  Como las culturas ancestrales sugieren poner atención a lo que soñamos durante los primeros días del año, me propuse indagar en sus posibles significados.

Suciedad y pureza

Los cuartos de baño reflejan nuestra faceta orgánica-animal, aquella que mencionamos con palabrotas y chistes de mal gusto. No es romántico imaginar al Príncipe Azul o a la Dulcinea  sentados en el retrete (palabra catalana que significa “lugar retirado”, al que se acudía para “abonar la tierra”). La mayoría prefiere hacer las necesidades corporales en soledad, aunque dicen que el ex presidente de los Estados Unidos, Lyndon B. Johnson (reemplazante del asesinado JF Kennedy) adoraba dictar notas o dar audiencias, mientras ocupaba el inodoro (¡¡Puf!!)

El baño es también símbolo de pureza e higiene. Resume el proceso de “civilizarnos” a través de duchas, afeitado, lociones, peinado y maquillaje. Centurias atrás, cualquier vasija bajo la cama era suficiente para “vaciar las tripas”. El contenido se arrojaba por la ventana o iba al huerto doméstico. Para lavarse, se utilizaban palanganas con agua o se visitaba el río cercano (el mismo donde se lavaba la ropa). Algunas familias acomodadas se remojaban en la tina una o dos veces al año (El día del casamiento era fijo, ya saben…). Hierbas aromáticas, pelucas y perfumes compensaban los malos olores. De hecho, se asociaba el exceso de aseo con enfermedades (¡¡Plop!!).

Solo desde fines del siglo XIX el cuarto de baño salió de lo público y se sumó a la arquitectura privada de las viviendas, hecho favorecido por la construcción de alcantarillados y servicios de agua potable. Pasó de ser la “casita” del patio (plena de moscas) a uno de los lugares favoritos en el imaginario popular. Hoy, suele ser escenario de tórridas pasiones, asesinatos y escondites en miles de películas y novelas. El “lavabo”, “toilette” o “restroom” es foco de fenómenos sociales, como las colas para ingresar al baño femenino y las ánimas penando en el de varones.  Es tema noticioso, en debates sobre uso de baños mixtos o delimitados por géneros. Los restaurantes juegan con creativos logos en las puertas para “Ladies” y “Gentlemen”. Confesiones, llantos y negocios pueden ocurrir entre azulejos y urinarios. Los eventos catastróficos y la pandemia han dejado en claro que el papel higiénico es tan esencial como los alimentos (ya nadie se conforma con trozos de diario u hojas de choclo). Sin duda,  el baño y la cocina son los lugares más ocupados en cualquier oficina, comercio u hogar.

Reflejo cultural

De ser un sitio innombrable, pasó a ser un destacado en la decoración y factor clave en la compra de casa o departamento. Caribeños y árabes coinciden en diseñar baños inspirados en fantasías: Mosaicos, espejos, juegos de agua,  enchapados en oro, vapores, saunas, hidromasajes e infinitos jabones, champú, cremas, lociones y perfumes. Un glamour al que pocos tienen acceso, aunque también se encuentra la aspiración opuesta. En escuelas y universidades suelen transformarse en “diarios populares”, plenos de grafitis, obscenidades, declaraciones de amor, consignas políticas e inodoros quebrados. Al respecto,  Jorge Toro, ex rector del Instituto Nacional, declaró que era muy triste invertir millones en remodelar los baños del colegio, puesto que los alumnos los destruían en menos de una semana. Argumentaban que no les gustaba su aspecto de shopping mall.

Bellos o feos, lo cierto es que nadie sueña con limpiar el baño, pero la vida se encarga de ponernos de rodillas a escobillar el “trono”. Castigo para unos, sacrificio para otros, en toda familia alguien hace el “trabajo sucio”. Al igual que nuestros pensamientos, es imposible disfrutar de una tina caliente si no desinfectamos antes.

¿Cómo está tu baño?

El estado anímico de los dueños de casa, la prosperidad y los ideales del bien común se reflejan en los baños. Quizás, ese fue el mensaje de mi sueño. El  2021 puede traer la semilla de algo positivo, un desayuno colectivo, sin máscaras y abundantes sonrisas. Agradezcamos los rayos solares que nos alumbran; agradezcamos un día más de vida. La incertidumbre nos ha golpeado con fuerza, pero aun podemos mirarnos al espejo, lavarnos la cara y mostrarnos tal como somos, sin disfraz.  ¡Pongamos la mesa para construir el 2021!.

(Por María del Pilar Clemente B.)

 


viernes, 31 de julio de 2020

¿Quién Quiere Ser "Perridente"?

 
En medio de esta pandemia mundial, el oficio de Primer Mandatario de la Nación (con mayúsculas) ha ido en caída libre. No reluce entre las profesiones más codiciadas por la juventud. Solo el salario parece incentivar a los que saben que nunca ganarán esa cifra en el sector privado. Hoy, la mayoría de los actuales mandatarios presentan cifras rojas en el apoyo popular. El caso de Sebastián Piñera (Chile) es más duro, ya que venía tropezando desde Octubre del año pasado. En pocos meses, hasta su coalición le ha dado la espalda. ¿Renunciará? Revisando la prensa, se vislumbra otro “problemita”. No hay valientes que quieran asumir gustosos su reemplazo durante la pandemia. Es casi equivalente a inmolarse a lo Bonzo (salvo que se pueda hacer bajar del cielo a un ángel con vacunas y dinero a granel). En épocas de gloria, todos quieren el poder. Durante las vacas flacas, todos arrancan. En el video-programa “La Cosa Nostra”, tres intelectuales criollos le consultaron a Izkia Sitches (líder del Colegio Médico), si Piñera “pasaría agosto”. Ella aseguró que el solitario gobernante llegará hasta el final de su período. Argumentó que el establishment impedirá su renuncia, pero que en caso de ocurrir, ningún rival o amigo estaría dispuesto a reemplazarlo. La misma Izkia (pese a tener un alto porcentaje de apoyo en las encuestas), negó enfáticamente el deseo ocupar el espinoso sillón. En la tele, la ex presidenta Michelle Bachelet, respondió a la misma pregunta con un: “Sobre mi cadáver”. No sorprende. Recibir los estragos sociales y económicos del coronavirus equivale a recibir un escorpión venenoso en las manos. Aunque no lo digan, resulta más simple esperar a que la picadura mortal termine de infectar a quien actualmente gobierna. ¿Y tú? ¿Lo serías? La carencia de aspirantes nos lleva a reflexionar sobre qué estamos enseñando en nuestros hogares sobre democracia y asuntos cívicos. Que en los colegios no se eduque al respecto, no implica que evadamos dicha tarea. Varios años atrás, cuando mi sobrina era niñita, traté de despertar en ella la ambición de llegar a ser la primera mujer en el palacio presidencial (Todavía no era electa la Bachelet). Recodé relatos de parientes que habían estudiado en Liceos emblemáticos en épocas previas a 1973. Según decían, la educación cívica era tan importante que se simulaban candidatos y elecciones en las aulas. Además, se iba a votar en tenida elegante y los abuelos incentivaban a los niños a participar en asuntos cívicos. Los padres de mi sobrinita no tardaron en demoler toda aspiración de ella hacia el servicio público. La explicación fue (y sigue siendo) que “solo los ladrones y mediocres” llegan allí. Entonces, si nos hemos pasado décadas repitiendo lo mismo, no es rato que nuestras palabras se hayan hecho realidad. Si los mejores ciudadanos se han marginado, es obvio que los peores están ocupando la representación popular. Si no incentivamos a los niños con ideas positivas sobre la participación democrática, es fácil que ante problemas complejos cunda el pánico. ¿Quiere usted un presidente o un “perridente”?. ¿Existirá algún niño soñando con ser presidente de la República? ¡Guau, guau! (Por María del Pilar Clemente B).

domingo, 26 de abril de 2020

Soplonaje y Funas en la época del Covid-19


SOPLONAJE  Y  FUNAS  EN LA ERA DEL COVID19

 

Me cuentan sobre una joven mujer contagiada con este temible virus. Tuvo suerte y los médicos la autorizaron de quedarse aislada en su pequeño departamento en Vitacura, Santiago. Sus familiares se organizaron para cuidarla, limpiar todo y traerle comida. (siempre a distancia y con máscaras). La información se filtró y anónimos vecinos del edificio comenzaron a deslizarle bajo su puerta, papeles con groserías y amenazas. Según estos “amigables y educados” vecinos, ella debía desaparecer de la urbe.  Supongo que se sintieron ciudadanos ejemplares, ayudando a denunciar públicamente al leproso. Ayer, me enteré que la primera familia contagiada de Vallenar (pequeña ciudad en Atacama) fue amenazada con la quema de su vivienda y golpearle al niño. Tuvieron que solicitar ayuda especial al alcalde, quien autorizó custodia policial. Algo similar está ocurriendo en un barrio de inmigrantes haitianos. La consigna es “si están contagiados deben desaparecer”.

Confusión de valores

No solo en Chile, esta pandemia está sacando lo peor de muchas personas. Son aquellos que confunden perseguir, hostigar y amenazar con “responsabilidad ciudadana”. Noto que en las redes sociales se ha vuelto heroico subir videos funando a personas que “no cumplen la normativa”. Así, en vez de llamar al guardia del supermercado o decirle al aludido que se ponga máscara o se aleje, sale más divertido tomar el video. Se obtienen “likes” y se da “una lección”.

El acusar y perseguir (en un afán justiciero) es una actitud frecuente en la historia.  Está comprobado que si el Estado o alguna élite poderosa avala la “purga” de ciudadanos “indeseables”, nunca faltan entusiastas voluntarios para la tarea. Si hay premios o existe el terror de ser castigado, el apuntar con el dedo al “mal elemento” se multiplica. Las medievales cacerías de brujas funcionaron gracias a los “soplones”; a los “justos” que parecían cumplir con su religión. Si se dan las condiciones, el  “acusete” sale de su anonimato y se suma gustoso al apedreo y linchamiento.  ¿Naturaleza humana?

Tristes ejemplos

El convertir al “soplón” en aliado para “limpiar la zona de enemigos”, es una antigua estrategia de poder. Todo invasor, caudillo totalitario, dueño del control religioso o entusiasta del “divide y vencerás”, suele ofrecer premios y castigos a la población.  Así lo hicieron los nazis en los países de Europa del Este. Ante el pánico de ser arrasados, muchos fueron más rigurosos que Hitler en la aniquilación de judíos, gitanos y homosexuales. El incentivo de la impunidad y de quedarse con los bienes de los denunciados es una fórmula infalible en esos casos extremos de la realidad. Los  soviéticos “salvadores” aplicaron el mismo esquema a sus liberados. Dieron permiso no solo para linchar a soldados alemanes, sino que también a cualquier persona que hablara o tuviera relación con la cultura germana. Documentales dan testimonio de niños y mujeres golpeados hasta morir en Polonia y Hungría por el solo “pecado” de tener apellido alemán. Por supuesto, siempre alguien dio “el soplo” fatal. Lo mismo hizo  el gobierno nacionalista turco con los armenios a principios del siglo XX. Hasta 1950 se permitió en los Estados Unidos linchar públicamente a las personas de color. La mayoría de los autores eran encapuchados del Ku Klux Klan, pero no faltaron ciudadanos de rostro descubierto que hablaron mal de vecinos “indeseables” para que sufrieran aquel cruel destino. Cuando el senador Joseph McCarthy llamó a denunciar comunistas, florecieron las funas y amenazas. En la industria del cine, el “acusar al rival” era una forma de apropiarse de los roles estelares. Charles Chaplin fue una de las víctimas de estos “justicieros”.

 

¿Exageración?

Varios me dirán que exagero, que las guerras, invasiones, racismo o peleas religiosas son harina de otro costal. Me explicarán que las amenazas a los contagiados es algo que “ayuda a la educación ciudadana”. Puede ser, pero la semilla de esta conducta es la misma que ha germinado en las ponzoñosas aguas de la historia. ¿Recuerda alguno de ustedes a esos “felices vecinos” que delataron a “Upelientos” durante los inicios de la dictadura de 1973? Todos sabemos que ocurrió, pero no tenemos los nombres.  Ningún abuelo le cuenta a sus nietos que ha sido soplón. Las películas de las guerras mundiales abundan en héroes partisanos que “no estaban de acuerdo con los nazis”. El silencio señorea en los responsables de “enviar papelitos” con la dirección de judíos escondidos. Aparecen en el rol de “villano”, pero nadie admite haberlo sido. ¿Y qué hay con las funas o escraches? Se supone que están reservadas para torturadores que han escapado de la justicia, no para controlar la conducta de quienes me caen mal. Por ejemplo, su excesivo uso en políticos ha hecho que se vuelvan una forma cotidiana de “golpiza mediática”. Así, pocos días después, el agredido sigue fresco como lechuga y los “funadores”, lo siguen admirando. No es raro que los escolares copien la conducta, agredan y hostiguen a compañeros de clase en vez de argumentar con ellos. ¿Cómo podemos estar en contra del bullying si  normalizamos esta forma de ser?.

Conclusión: Si le baja la tentación de enviar “mensajitos” de odio a su vecino, recuerde que es muy posible que usted sea el primero en ser tentado con premios o castigos para ayudar a la “purga” de “ciudadanos indeseables” en caso de guerras, invasiones o propaganda ideológica. ¿Qué nunca va a suceder algol así? Lo mismo decíamos del Covid19. (Por María del Pilar Clemente B.)

 

 

miércoles, 8 de abril de 2020

Semana poco santa y (des) obediencia


SEMANA POCO SANTA y (des) OBEDIENCIA

Sesenta años atrás la Semana Santa era una festividad que involucraba solo a la comunidad católica. No eran vacaciones ni fiestas. Espiritualmente significaba la resurrección de Jesucristo, la que se celebraba con grandes procesiones (que todavía lucen en España y otros lugares). Con la democratización del turismo y la secularización, conejos y huevos de chocolate dieron pie a reuniones, juegos y paseos. En suma, los mercados encontraron otras formas rentables y coloridas de festejar el renacer primaveral (en el hemisferio norte). Hoy, el drama del coronavirus y la cuarentena parecen incapaces de controlar el apetecido “escape vacacional”. A pesar de los aeropuertos cerrados y los toques de queda, no faltan los “pillos” dispuestos a todo con tal de ir a la playa, al campo o a juntarse con los amigos.   

La astucia chilensis

Chilito enfrenta la paradoja de ciudadanos que desean estar en sus casas versus otros  que solo anhelan “arrancar”. Aquí no hay buenos ni villanos. De todos los sectores sociales (aunque sea en bicicleta), aparecerán los “ingeniosos” que saldrán a buscar “huevitos de chocolate” a varios kilómetros de sus hogares. El “chamullo” para cualquier barrera que los frene será algo parecido a: “¿Sabe usted quién soy yo?”, “Mi tío es general de Carabineros”, “Pero si yo vivo en la playa!. Mi señora sacó la patente en Santiago ¡Mujeres!”, “¡Soy asesora de un diputado de Valparaíso!”, “¿Qué virus? ¡Yo no veo fake news!”, “¡Nunca me enfermo! ¡No es pa’taaaanto!, “¿Hasta cuándo reprimen al pueblo, mierdas?”, “Mi pasaporte es…¡El que no salta es Mañalich!”.

Culpemos a Foucault…

El actuar en una pandemia como algo que nos afecta a todos es difícil. En las actuales sociedades globales, la libertad individual está santificada. Cada cual busca su metro cuadrado y obedecer leyes o normas se considera de “imbéciles”. Muchos entienden la empatía como “ponerse los zapatos que más me convienen” y ni hablemos de consideración al prójimo o la compasión, conceptos con un tufillo demasiado religioso.  

Si bien la ausencia de Dios la podríamos adjudicar a Nietzsche, dejemos que la repugnancia a la disciplina y al orden nos hablen a través del filósofo francés, Michel Foucault. El describió a la sociedad industrial de post-guerra como una estructura jerárquica, donde poderes invisibles ejerce dispositivos de disciplina y control. En sus libros “Disciplina y Castigo”, “Historia de la Sexualidad”, “Locura y Civilización” postuló que las fábrica, las escuelas, universidades, iglesias, regimientos y manicomios eran muy parecidos a las cárceles. La autoridad ejercida por el gerente, el confesor, el jefe y los terapeutas presionan la conducta de los individuos para convertirlos en ladrillos que calcen en el muro (como la canción de Pink Floid). El francés compartía con Nietzsche la idea de los valores relativos. Por ejemplo, el violar y matar (si el poder así lo quiere) podrían no ser “malos”. En este caso, los Nazis desde su posición invasora y represiva, obligaron a la población a “considerar normal” la eliminación de los judíos.

De esta forma, la libertad, el desobedecer y “dejar la grande” pasaron a ser una muestra de individualidad, de “ser único”.

¿Opción por la mano dura?

El tema de la cuarentena voluntaria (o de bajo castigo) pone en relevancia la capacidad ciudadana de asumir responsabilidades. En New York se rieron de las normas y salieron a los carnavales de Saint Patrick. Hoy, ya vemos los resultados. En California, todavía hay gente que insiste en ir a la playa. En el otro extremo, la BBC calificó a Hungría como “el primer país en perder su democracia por culpa del coronavirus”. El parlamento aprobó una polémica ley que otorga al presidente poderes extraordinarios por tiempo indefinido. Además, permite castigar a los medios que “alarmen demasiado” sobre la pandemia. En Filipinas, el mandatario autorizó al ejército “disparar a matar” a quienes infrinjan el toque de queda.

¿En qué quedamos entonces? ¿Seremos capaces de auto-disciplina? ¿Estamos deseosos de mano dura? ¿A quién vamos a culpar ahora?

 (María del Pilar Clemente B.)  

jueves, 2 de abril de 2020

Coronavirus...¿Hacia el Totalitarismo?


 
 
 
 
CORONAVIRUS… ¿HACIA EL TOTALITARISMO?

 

Aunque hay un rostro positivo de esta pandemia, también existe un escondido e inquietante aspecto. Es la pugna entre las libertades individuales, la globalización económica y la modernidad versus la irresponsabilidad y el pánico (poco disimulado) a la libertad bien entendida, aquella cimentada en los valores cívicos del bien común. La moda de “ser tú mismo” y lucir como “chico rebelde” ha chocado contra las medidas mundiales que se están tomando para combatir a este microscópico ser. “Solo los estúpidos obedecen” es el gatillo psicológico difundido hasta en avisos comerciales. La empatía, la caridad y la compasión son consideradas debilidades.  Por lo mismo, no es raro que cada año haya menos interesados en ser profesores. La cultura premia  la victimización. Quejarse es fácil, buscar soluciones es complejo. Como si fuera poco, por razones de dictaduras, guerras, racismos y xenofobias, en varias naciones no se confía en las fuerzas de orden. Digámoslo claro: Seguir instrucciones, órdenes, sacrificarse por el bien de todos es un fastidio. Por lo mismo, no faltan quienes desean “lucirse” haciendo lo que les da la gana. Gracias a ellos, menos libertades tenemos.

Miedo e irresponsabilidad

A diferencia de otros conflictos, el miedo está creando una parálisis que favorece a las voces autoritarias. Las cuarentenas exageradas están afectando a los más pobres, a quienes no pueden vivir del teletrabajo o que no califican para ayudas estatales. No es chiste. En el sur de Italia, en México y Argentina, están proliferando robos y saqueos bajo la excusa de la pandemia. Hay tres razones para ello. 1)Los que han sido impulsados por el hambre y el encierro. 2)Los “pillines” que buscan sacar ventajas bajo el pretexto de la peste. 3)Los aspirantes a mesías, que pretenden hacer cierto el refrán: “a río revuelto, ganancia de pescadores”. 

Un mes de cuarentena es posible de llevar, pero pocos visualizan lo que podría ocurrir si no se buscan soluciones que permitan subsistir a las personas. Un indefinido limbo incierto puede sacar lo peor de cada ser humano. Es cierto que los Estados tienen el deber de ayudar y proteger, pero hay un riesgo. Las democracias actuales están a prueba. Si no logran navegar en forma asertiva, acostumbrarán a la gente a los toques de queda, a la ley marcial y a “denunciar” al vecino que “no se comporta”. Habrá un terreno fértil para que las multitudes vendan su libertad (que han demostrado no saber usar) a cambio de un plato de lentejas (sin tener que trabajar). Caudillos totalitarios fascistas, comunistas o religiosos podrían seducir a los descontentos y a los “soplones profesionales”. Lamentablemente, la libertad y la felicidad son valores ambiguos, que se comprenden a cabalidad solo cuando se pierden. ¿Perdurarán las democracias o nos iremos con el primero que nos ofrezca un paraíso?

(María del Pilar Clemente B.)