JESUCRISTO,
LA PELÍCULA Y DOS ADOLESCENTES
La película Jesucristo
Superstar llegó a Chile en 1975. la ópera rock de Tim Rice y Andrew Lloyd
Webber estaba causando furor en los teatros de USA desde 1970 pero el aislamiento
geográfico y el reciente régimen militar, atrasaron el arribo del filme a las
salas. La tímida difusión del musical (un género al que pocos apostaban en
Chile) competía con “Música Libre”, el programa televisivo top de la época. Yo
no pude ir al estreno porque fue calificada para mayores de 14 años. Con
curiosidad, observé que amistades veinteañeras vibraban con esta audaz propuesta,
capaz de mezclar el ayer bíblico con la actualidad. Por ejemplo, un primo se
dedicó a pintar retratos de Cristo y otros conocidos viajaron al Valle de
Elqui, en busca de la “Era de Acuario”. Todos inspirados por la película.
Las monjas modernas del
colegio comenzaron a utilizar las canciones y hasta fotos para las clases de religión. Me sorprendió
gratamente esa forma de proponer a un Jesús cercano, predicando entre tanques,
metralletas y aviones. Además, los diálogos planteaban preguntas audaces: “¿Jesús,
quién eres tú? ¿Cuál es tu sacrificio?”. Hay una defensa también de Judas. Por
supuesto, esta versión no gustó a quienes preferían situar a Cristo en una
lejana cruz.
Fanatismo
y fantasía
Como la película duró
bastante en cartelera, mi amiga Irenka y yo fuimos al cine apenas tuvimos edad.
¡El deslumbre fue total!. Nos quedamos al rotativo y regresamos unas quince
veces. El guion nos gatilló emociones en
diversos planos. Por un lado, la figura humana, valiente y divina de Jesús, esas
provocaciones frente al mal, la felicidad-triste de la última cena, las dudas
de Getsemaní, la angustia de los apóstoles y el amor de Magdalena (debía ser
fácil enamorarse de Jesús). Tradujimos las canciones y bailarlas nos daba la
sensación de unir el pasado con el presente. Nos volvimos hinchas de los
actores Ted Neeley, Carl Anderson e Yvonne Elliman. Íbamos a ferias artesanales
y a la tienda “Village” en búsqueda de afiches, faldas y bisutería que evocaran
al musical.
A Irenka le regalaron el
Long Play doble de la ópera rock y un libro de fotos (después me lo regalaría y
todavía lo conservo). Nos disfrazábamos de diversos roles. Un blusón blanco y
una barba pintada con corcho quemado me convertía en Jesús. Con un chaleco negro y un rallador de zanahorias era
Anás o Caifás. Cuando encontré la pulsera tipo serpiente de la esposa de Pilatos,
le quité el rol favorito a mi amiga, la que se había cansado de hacer de
Magdalena. Buscando a quién más imitar, fui también una rubia de pelo largo que
baila en las ruinas de un templo romano. ¡A ese nivel llegamos!
Locaciones
y telenovela
Irenka vivía en la Villa Olímpica,
en Ñuñoa. Desde su balcón podíamos disfrutar de la “puesta de sol mágica”. La
llamábamos así porque había un terreno eriazo que con los colores naranjos del atardecer,
nos trasladaba al desierto del Neguev. También nos dio por buscar locaciones
para sacarnos fotos (algo que nunca hicimos.). Recuerdo que nos encantaron las
columnas tipo griega que habían en la rotonda Atenas, pero fueron retiradas en alguna
remodelación (¿Qué habrá sido de ellas?).
En el colegio inventábamos capítulos
de una telenovela que comenzaba frente a nuestro balcón de la Villa Olímpica. A
un deportivo convertible rojo se le reventaba un neumático y al bajar, nos encontrábamos
con los actores Ted Neeley y Barry Dennen (para entonces, Pilatos era mi elegido)
que paseaban de incógnito en Chile. Por supuesto, andaban buscando actrices.
Después de un culebrón de peripecias, nos invitaban a Israel para filmar la segunda parte de Jesucristo Superstar. Venían
también otros musicales inspirados en Ben Hur y Quo Vadis. ¡Éramos estrellas
antes de los treinta años!.
Un
luminoso paréntesis
Cuando nos graduamos del
colegio, aquella conexión tan íntima con la
película se diluyó. Las joyitas, ropas y afiches fueron quedando atrás.
El disco fue reemplazado por cassettes de otros grupos de moda. De repente, en
Semana Santa nos llamábamos para avisarnos que en la tele iban a dar la ópera
rock. En alguna conversación prometimos visitar las locaciones reales en
Israel, pero ahí quedó el proyecto. Los laberintos de nuestras vidas nos
llevaron a experiencias muy diferentes a un Hollywood de neón.
Reflexionado, siento que esa
intensa época entre los 14 a los 17 nos
dejó una dulzura en el alma. Entre tanto rock, canciones, personajes,
actuaciones, poemas y el esbozo de los primeros amores, visualizamos al propio
Jesús escondido detrás del director Norman Jewison. Un legado que solo en la
adultez pudimos comprender.
(María del Pilar Clemente B)
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