ADIÓS A LOS JUGUETES...¿A LOS CINCO AÑOS?
Cuando era niña, soñaba con tener una
casa de muñecas al estilo Mary Poppins. Era la década del 60’ y vivíamos en Arauco.
Conseguir juguetes era caro y difícil. Los padres con más recursos viajaban a Santiago en busca de novedades. Lo normal
era probar suerte en las tiendas de Concepción o mandar a confeccionarlos a los
carpinteros de la Compañía Carbonífera Lota Schwager. Desde sus rudas
manos, emergían caballitos, trenes,
palitroques, casas y cualquier artilugio de madera. Las terminaciones no eran
tan finas, pero igual alegraban a los niños. Entre los juguetes de plástico y
goma, se destacaban muñecas, pelotas, baldes de playas, paletas de tenis y
figuritas coleccionables. No faltaban las bolsas llenas de bolitas de cristal,
triciclos y bicicletas. El surtido era escaso, por lo que todos solíamos tener
las mismas cosas. Estos humildes juguetes acompañaban a sus dueños durante una
larga infancia. Los más queridos solían ser los más deteriorados. Eran sobrevivientes
de batallas y mimos excesivos. Desprenderse de los “viejos amigos” era una
verdadera ceremonia que arrancaba más de una lágrima. Los estropeados se reciclaban
o se iban a la basura. Los mejores se regalaban a primos menores. Siempre quedaba
algún juguete en los estantes. Su presencia nos ayudaba a consolar los
sinsabores adolescentes. Eran testigos de los diarios de vida o el primer
cigarrillo a escondidas. En provincia, en zonas alejadas de la televisión, la
niñez se prolongaba hasta los 13 y 14 años. En Santiago, la chiquillería de la
época bailaba con “Música Libre” y soñaban con ser “grande”. La edad oficial de
la adultez eran los 21. Tan importante era desear ser mayor que hasta un helado
de crema y pasas al ron se llamó “Danky-21”.
Sin pena ni gloria
Actualmente vivo en los Estados
Unidos y me tocó visitar una casa donde los hijos de cinco y siete años habían comenzado a desprenderse
de sus juguetes. Hasta pocos meses atrás, la niña había disfrutado con muñecas
y una casita Barbie. El hermano era fanático de los trenes eléctricos. ¡Había
que saltar entre líneas férreas y vagones olvidados! ¿Qué había ocurrido? Ambos acababan de recibir
flamantes Ipod, plenos de video games, películas, tareas didácticas, música y
todo lo que desearan. Cuando llegué, los hermanos estaban sentados en un gran
sofá, enchufados a sus audífonos e hipnotizados a sus pantallas privadas. Pocos
días antes, había visto en las noticias la quiebra de la tienda “Toys for us”.
Esta empresa, fundada en 1957, había sido el gigante de los juguetes en USA. Según
explicaban los ejecutivos, la edad de las fantasías infantiles se estaba
acortando en forma dramática.
Me dejó pensando que un par de niños
de cinco y siete años se alejaran tan fríamente de sus juguetes. Quizás, eran
ya el producto de la cultura de lo desechable iniciada en los 80’s. ¡Usar y
botar! Mi esperanza retornó al conversar con dos mamás latinoamericanas. Ellas
me confesaron haber conservado unos pocos juguetes de sus niños, pues deseaban
volver a usarlos con la llegada de los nietos. ¿Sentimentalismo? ¿Tontera? ¿Algo
que no sucede en Chile? Para pensar…
(María del Pilar Clemente B.)
(María del Pilar Clemente B.)
No hay comentarios:
Publicar un comentario