En medio de esta pandemia mundial, el oficio de Primer Mandatario de la Nación (con mayúsculas) ha ido en caída libre. No reluce entre las profesiones más codiciadas por la juventud. Solo el salario parece incentivar a los que saben que nunca ganarán esa cifra en el sector privado. Hoy, la mayoría de los actuales mandatarios presentan cifras rojas en el apoyo popular. El caso de Sebastián Piñera (Chile) es más duro, ya que venía tropezando desde Octubre del año pasado. En pocos meses, hasta su coalición le ha dado la espalda. ¿Renunciará? Revisando la prensa, se vislumbra otro “problemita”. No hay valientes que quieran asumir gustosos su reemplazo durante la pandemia. Es casi equivalente a inmolarse a lo Bonzo (salvo que se pueda hacer bajar del cielo a un ángel con vacunas y dinero a granel). En épocas de gloria, todos quieren el poder. Durante las vacas flacas, todos arrancan.
En el video-programa “La Cosa Nostra”, tres intelectuales criollos le consultaron a Izkia Sitches (líder del Colegio Médico), si Piñera “pasaría agosto”. Ella aseguró que el solitario gobernante llegará hasta el final de su período. Argumentó que el establishment impedirá su renuncia, pero que en caso de ocurrir, ningún rival o amigo estaría dispuesto a reemplazarlo. La misma Izkia (pese a tener un alto porcentaje de apoyo en las encuestas), negó enfáticamente el deseo ocupar el espinoso sillón. En la tele, la ex presidenta Michelle Bachelet, respondió a la misma pregunta con un: “Sobre mi cadáver”. No sorprende. Recibir los estragos sociales y económicos del coronavirus equivale a recibir un escorpión venenoso en las manos. Aunque no lo digan, resulta más simple esperar a que la picadura mortal termine de infectar a quien actualmente gobierna.
¿Y tú? ¿Lo serías?
La carencia de aspirantes nos lleva a reflexionar sobre qué estamos enseñando en nuestros hogares sobre democracia y asuntos cívicos. Que en los colegios no se eduque al respecto, no implica que evadamos dicha tarea. Varios años atrás, cuando mi sobrina era niñita, traté de despertar en ella la ambición de llegar a ser la primera mujer en el palacio presidencial (Todavía no era electa la Bachelet). Recodé relatos de parientes que habían estudiado en Liceos emblemáticos en épocas previas a 1973. Según decían, la educación cívica era tan importante que se simulaban candidatos y elecciones en las aulas. Además, se iba a votar en tenida elegante y los abuelos incentivaban a los niños a participar en asuntos cívicos. Los padres de mi sobrinita no tardaron en demoler toda aspiración de ella hacia el servicio público. La explicación fue (y sigue siendo) que “solo los ladrones y mediocres” llegan allí. Entonces, si nos hemos pasado décadas repitiendo lo mismo, no es rato que nuestras palabras se hayan hecho realidad. Si los mejores ciudadanos se han marginado, es obvio que los peores están ocupando la representación popular. Si no incentivamos a los niños con ideas positivas sobre la participación democrática, es fácil que ante problemas complejos cunda el pánico. ¿Quiere usted un presidente o un “perridente”?. ¿Existirá algún niño soñando con ser presidente de la República? ¡Guau, guau!
(Por María del Pilar Clemente B).
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