Es raro ingresar desde el extranjero a Europa sin pasar por alguna de sus famosas ciudades, todas históricas, plenas de barrios antiguos, cafeterías, tiendas, museos, restaurantes y todos aquellos elementos urbanos que dan la “sensación’ de haber llegado al viejo continente. Por eso, el volar desde Washington D.C. con escala en los aeropuertos de Londres y Helsinki (sin previa visita) y aterrizar en las pueblerinas pistas de Oulu fue como dar un gran salto desde el invierno virginiano a los hielos árticos, sin el intermedio de las óperas o esas viejas películas largas. En la madrugada, la figura de un Santa Claus de plástico fue lo único que nos dio la bienvenida. Pocos pasajeros y equipaje perdido (hubo que reclamarlo on Line).
Con Charlie nos instalamos en el hotel Radisson blue dispuestos a comenzar un tour de exploraciones que nos hacía evocar al pionero Ernest Shackleton y al legendario doctor Víctor Frankenstein, quien de acuerdo a la escritora Mary Shelley, persiguió a su criatura monstruosa en estas zonas del Ártico.
Celebrar el invierno
La guía es una sonriente sueca-finlandesa llamada Anna-Lane. Prefiere no usar pantalones, al igual que muchas nórdicas. Han puesto de moda gruesas faldas estampadas y abrigos. Una forma optimista de enfrentar los largos meses de oscuridad. En los interiores, la calefacción permite atuendos livianos, sin embargo, bajo el blanco paisaje todos parecemos osos o focas, de obesidad marcada por la cantidad de ropa.
La primera actividad fue tomar el ferry-cortahielos a la isla de Hailuoto en el mar Báltico. Al ver el hielo extendido como una pradera infinita, me pregunté cómo habrá sido la vida de los finlandeses solo unos ciento cincuenta años atrás. Poca tecnología y dificultad de acceder a todas partes. Encierro infinito. ¿Fiebre de cabaña? Según explica la guía, estas zonas boreales tenían bastante menos población que en el sur nórdico. Las villas de pescadores y cazadores se han ido tornando en agradables pueblos con casitas rojas, amarillas y blancas. Todas muy bien equipadas. Lo que no cambia es el aire seco y denso que raspa la garganta. Bebemos mucha agua.
Mientras observamos el faro y las viviendas con sus escaleras que habilitan para ir removiendo el peso de la nieve, el viento se deja caer como si los espíritus del Polo Norte nos dieran su gélida bienvenida ( o “malvenida”). Nos invitan a tomar sopas de pescado con crema y otra de carne picada. Elijo esta última porque se parece a la carbonada chilena. Las sirven acompañadas de un ensalada compuesta por unas pocas hojas de lechuga salpicadas de crema. Obviamente, el clima no ha desarrollado una tradición de frutas y verduras.
Los pescadores detallan que su verdadera temporada de trabajo ocurre durante la primavera y el verano. Entonces, la isla se convierte en una visitada playa. Las orillas del Báltico son bajas (de hecho, cada año desciende un poco el nivel) y las familias disfrutan de bañarse a uno 25 grados Celsius. Deliciosamente caluroso para ellos. Igual debe ser mejor que la corriente de Humboldt en mis queridas costas chilenas.
El ser humano se adapta a todo. Los finlandeses suelen referirse a un “antes” mucho más extremo, con menos comida y medicinas. “Antes todo se sanaba con sopas, vodka o la brea de pino”. Considerar que la brea pueda usarse para sellar barcos y comerla como medicamento implica sobrevivencia pura. Según dicen, la fórmula todavía funciona, aunque hay control gubernamental para vender licores y vinos. Se entiende.
Para ‘bajar la sopa” entramos a una cervecería artesanal, donde los dueños nos mostraron las instalaciones. La pureza del agua es la ventaja finlandesa. Y se nota, ya que el cabello se me puso muy lindo al lavarlo (con agua, no con cerveza). Dicho sea de paso, me impresiono por la cantidad de trámites y burocracia que el gobierno les pone a los micro-empresarios. El negocio había sobrevivido a la pandemia ¡Todo un logro!
Nostalgias de navegación
Otros pueblos como Raahe y Tornio me trajeron a la memoria el auge de la navegación. Ambos fueron astilleros y con tradición marítima. Todavía queda huella de relatos marineros en las tabernas e historias junto al fuego. La única forma de salir de los pueblos era trabajando para los mercantes o alistándose en las flotas navales. Quienes regresaban o los que hacían pausa en los puertos traían cuentos donde las ballenas y pulpos se transformaban en monstruos, donde existían las sirenas o lugares fuera de la imaginación. No solo en Finlandia. Por eso al escritor inglés Daniel Defoe le gustaba tanto ir a escuchar a los navegantes. Nadie les pedía realismo, sino que buenos relatos para pasar el invierno. “Moby Dick” es una de estas inspiraciones. Hoy, nos cuesta pensar en mundos acuáticos, en los “Finis terrae” y pocos alzan la vista soñadora ante las naves que dejan los puertos (la mayoría, de carga). Claro, están los cruceros con su itinerario previsto. Higiene, lujo y comodidad. Poco de exotismo y aventura. El avión nos ha acelerado y achicado el mapa. En estos pueblos árticos, las iglesias cuelgan barcos en miniatura para garantizar el retorno y la abundancia. Así era y así es.
La villa de Santa Claus
Explica la guía que el ojo comercial finlandés tuvo su acierto al adjudicarse Rovaniemi como la villa oficial de Santa. Su ventaja de encontrarse justo en la línea del círculo ártico. Hay unos pocos pueblos más al norte, pero desde 1985, este es el más famoso. En ese año registraron el lugar y desde entonces no han parado de llegar visitantes de todas partes del mundo, en especial de China, Japón e India, países sin tradición navideña ni mayorías cristianas. Aunque tiene hotel y los centros comerciales destacan una arquitectura “estilo Christmas”, lo cierto es que la decoración de cualquier película de Hollywood es mejor. Explica la guía que en noviembre y diciembre contratan muchos artistas y todo se engalana de manera espectacular. La gracia es “sacarse la foto” con Santa (como en cualquier Macy’s store en los Estados Unidos). Un pasillo de luces sugerentes lleva a la torre-estudio, pero hay una larga fila de personas con y sin niños. ¡Se da por visto! Abajo, en los buzones se pueden enviar cartas con el timbre postal de Santa. No me seduce la idea. El precio tampoco es bajo.
Granja de renos y aurora boreal
Ya que estamos en Laponia, el siguiente destino es la granja de renos “Arkadia” (palabra griega que designa un lugar idílico, bucólico). La maneja una familia Sami, que son los nativos nórdicos (Suecia, Noruega, Finlandia y Rusia). Antes se los llamaba “lapones” pero la palabra en lengua finlandesa tiene un significado despectivo, sucio. Es un lugar de recreación y de complemento a Rovaniemi, ya que muchos de esos visitantes pasan para el paseo en trilero tirado por renos, caminatas en el bosque o a comprar pieles, tejidos y artesanía. En el caso de ellos, no crían a los animales solo para la carne. Comentan que durante el verano, los Sami de los alrededores sueltan sus renos para que se alimenten en el bosque. Cada uno tiene un chip en la oreja. El refugio donde bebemos té de arándanos y bollitos de vainilla y azúcar posee un agradable fogón central y troncos para sentarse alrededor. La iluminación es tenue y permite que la vista ascienda hasta el cielo raso piramidal, donde brillan luces rojas y verdes de la aurora boreal. Todo un lenguaje espiritual en el cielo.
Esa noche iremos a la frontera con Suecia, a una antigua casa de campo que será sede de nuestra caminata bajo la noche en espera de las luces estelares del amanecer. Nos vestimos con trajes especiales, muy gruesos, y salimos con una pareja joven que nos guía y nos habla de las estrellas.
No hubo suerte. Me acordé de 1986, cuando en Chile salimos rumbo a La Serena para ver “de cerca” al cometa Halley. La cola del astro daba la espalda a Sudamérica y la noche estaba nublada. Vimos poco y nada, pero lo pasamos muy bien recorriendo el Valle de Elqui. En suma, la aventura y la imaginación hacen la mitad de toda excursión. Además, hubo otra fogata con tecito de arándanos y…sopa de pescado.
¿Qué es explorar?
Los dos días restantes fuimos a visitar otras aldeas de pescadores, iglesias maravillosas y restaurantes típicos. Como dije, todos relacionados con la navegación.
Poca gente en las calles. Comprensible. Los hombres usan el mismo estilo: corte militar, barba de chivo y anteojos de metal. Las mujeres, por el teñido, se notan más diversas. Sonrisas amables, pero tímidas. Cada cual respeta su espacio, incluso dentro del palacio de hielo que recorrimos en Kami. Nadie se precipita. No en vano, el país cuenta con los estándares mundiales más altos en educación. Me explican que les gusta aprender, trabajar y son disciplinados. Los mayores están preocupados por la adicción a las pantallas de los niños. No le ven buen futuro.
Un cielo celeste acuarela se vislumbra entre las nubes. Tratamos de ir a un karaoke, pero los horarios nunca calzaron. Cierran todo el fin de semana, cenan temprano. Cierran. Quería escucharlos cantar, pero me quedaré con las ganas. Poco antes de abordar el avión de regreso, la gripe nos alcanzó con sus zarpas de frío-calor. ¡Pésimo vuelo con el estómago revuelto y cabeza en completa congestión!
Sigo pensando en el concepto de “explorar’. Ajeno total al pasado. Ya todo parece estar descubierto y civilizado. Incluso subir al Everest es algo domesticado y archiconocido. Tan higiénico y predecible como los cruceros.
Me quedo con el silencio nocturno, las praderas de hielo fundidas con el horizonte. Los bosques nevados y su misterio de cuentos vikingos.
Hoy, se trata de explorar los sueños cumplidos y lo que nos queda por vivir.
Una crónica muy entretenida. Qué bueno que fuiste y escribiste este detallado relato, así no tendré que ir. Soy malo para el frío y me quedaría la mayor parte en la cabaña.
ResponderEliminargracias, me alegro que hayas viajado con mi relato
Eliminarque viaje más maravilloso recorriendo senderos inexplorados para nosotros con tonos de luz diferentes con olores diferentes con paisajes diferentes es como sumergirse en otra dimensión...
ResponderEliminargracias. Un país muy diferente
EliminarMARAVILLOSO RELATO. cuando la vida real se confunde en un cuento de hadas. Que ganas de hacerles compañía para involucrarse en un mundo remoto, pintoresco y único. Gracias por compartir sus experiencias.
ResponderEliminargracias querido Tito por tu interés
EliminarGracias por contarnos cómo es Rovaniemi. Lo había visto en documentales, dos o tres veces; pero siempre lo mostraban en época navideña, con muchos colores, luces, y una gran cantidad de gente dando vueltas por aquí y por allá, y niños ansiosos por ver a Santa Claus y entregarle personalmente la carta que contiene sus deseos.
ResponderEliminarBueno, como dices, los viajes tsmbién se componen de imaginación. Y yo agregaría: "de entusiasmo compartido".
¿Por qué aparece mi comentario como "anónimo"? Si tengo nombre: Albina Sabater Villalba. Y mi comentario empieza con "Gracias..."
ResponderEliminargracias Albina. Rareza de los blogs e inteligencia artificial. Quizás aparecen con nombre otros bloggers o si estás en alguna cuenta X. Cierto, Rovaniemi debe ser más interesante para Navidad. Lo encontré bonito pero nada especial. Mucha tienda para comprar.
EliminarQue lindo viaje y relato cómo dije antes amiga , manejas el encanto de que el lector lo viva , sin duda Finlandia es otra cultura, otro clima, linda experiencia, gracias por compartir..
ResponderEliminarM Soledad Reyes
Gracias amiga
EliminarLos lindos viajes, quedan en la memoria. Te felicitó, lograste una buena crónica. Saludos.
ResponderEliminarSaludos
EliminarComo siempre muy buenos tus relatos....casi se llega a vivir lo que vivenciaste .Mucho frío y poca luz no es lo ideal para los seres humanos.Se vive muy encerrado....lo digo con conocimiento de causa....viviendo en la Patagonia austral.Creo que no volvería de nuevo.He visto varias películas de Finlandia y se ve lo crudo que es vivir en esas condiciones de falta de sol y luz.Y sobretodo para los jovenes!!! Que ellos con lo globalizado que está el mundo se dan cuenta que no es la tierra prometida o quizás no tan ideal. Gracias por viajar a ese lugar y ver tu mirada.
ResponderEliminarGracias Marcela. Siii, tu tienes la experiencia de los largos inviernos
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