Tres meses después de la muerte de mi madre sentí un profundo antojo de comer helado de frutilla, un sabor que nunca me ha gustado, pero que era su favorito. Recuerdo que estaba sola en el departamento de Luis Beltrand, lugar donde ella había fallecido. Mi amiga Paula acababa de remodelar todo en el estilo étnico que entonces me hacía vibrar: colores tierra, letras japonesas, texturas y vasijas de barro. Mi habitación era lo único diferente. Acordamos en dejarla en tonos frutilla y crema. En un rincón, ubicamos la bergere materna, tapizada en rayas rosa, blanco y lila, como en las ilustraciones inglesas de Alicia en el país de las maravillas. Según mi amiga, yo era mágica como Alicia. Nunca me creí el cuento, pero quizás era verdad.
Sentada en aquel sillón, que había sido parte de mi infancia en Lota, me surgió el hambre por un detestable helado de frutilla. Salí a comprar una cassata en el almacén de Sucre con Luis Beltrand. Se llamaba “Belgrado” y lo atendía Sergio, aunque en realidad era su hermana la que manejaba todo con mano de hierro. Allí comprábamos las “emergencias” como tarros de café, huevos, golosinas, aliños, leche y por supuesto, marraqueta fresca. Don Luis, el conserje del edificio, salía mañana y tarde con varias bolsas para recoger el pan de quienes lo dejaban encargado. Durante sus pocos años de jubilada, mi madre fue una de esas adictas al “pancito caliente”. Sin embargo, para mí, la marraqueta era ocasional, pues nunca tuve costumbre de la hora de onces.
HELADOS, HOTDOG Y PASEOS SUREÑOS
En Lota tenía muy claras mis preferencias. En verano, las paleta de agua (Loli-pop) de piña, naranja o frambuesa para la sed en las playas y piscinas. El resto del año, íbamos una vez al mes en citroneta a pasear a Concepción. Teníamos derecho con mi hermana a escoger entre un cono de helado o hot dog en la cafetería Victoria, que se situaba al costado del teatro. Tenían esas máquinas de batir que no se conseguían en Lota, además los servían bañados en chocolate. Yo siempre elegía sabor a chocolate porque profundizaba el gusto de la deliciosa cubierta. A veces, por presión, me cambiaba a coco, pero no era lo mismo.
El hot dog implicaba entrar al restaurante. Mi pedido era el mismo: especial con mayonesa y mostaza, más soda Sprite. Me fascinaba el vaso garza de mi padre, pleno de pílsener. El aroma a cebada de esas burbujas doradas que erupcionaban en blanca espuma, otorgaba un toque amargo a mi hot dog, algo que no he podido repetir. A veces, él nos dejaba beber un sorbito cuando solicitaba la misma garza en el club de empleados del carbón. Eso ocurría algunos sábados en la mañana, como meta de la caminata que hacíamos los tres hacia los almacenes de los pabellones, mientras mi mamá se quedaba cocinando el almuerzo. En otras ocasiones, íbamos en la citrola a la feria de Lota Bajo. Allí, quedábamos hipnotizadas mirando a los pescadores pelar sus productos del mar. Podíamos elegir un cajón de fruta, normalmente duraznos, nísperos o cerezas. Si hacía frío, nos compraba un chocolate de leche Bambino en un boliche.
ALMACENES ANTIGUOS
Recuerdo a los clientes presentando botellas vacías para ser llenadas por aceite extraído del barril. Yo pensaba, por el color, que era cerveza. Otro aspecto entretenido era mirar cómo fabricaban cucuruchos en papel café o diarios para colocar las mercaderías a granel que pedía la gente: azúcar, harina, caramelos, especies, frutos secos. Llegábamos tarde a almorzar y eso enojaba a mi mamá. A nosotras nos daba los mismo porque éramos malas para comer. Sospecho que teníamos el olfato muy desarrollado y sentíamos olores extraños en otras casas. De hecho, en los cumpleaños solo comíamos los porotitos dulces, las guagüitas y alguna tajada de queque casero de naranja (ojalá tibio y recién hecho). En casa, mi madre tenía buena mano para las ollas y nos decoraba los platos para tentarnos. Hacía ricos postres, pero me daban desconfianza porque odiaba la leche. Los aprendí a disfrutar desde los diez años, en especial, el arroz con leche y el budín de chocolate. Todavía me gustan. Solo caseros.
Cuando nos fuimos a vivir al campamento Saladillo, perteneciente entonces a la Anaconda Copper Mining, solíamos ir a a Los Andes. Al lado del hotel Plaza se encontraba la heladería “La Reina”. Ofrecían barquillos de máquina en solo dos sabores: vainilla-frutilla o vainilla-chocolate. Obviamente, yo pedía este último, aunque no tenían el baño de chocolate. Eran medio aburridos, pero me hacían sentir en la cafetería de Concepción. A veces íbamos a la Fuente de Soda “Primavera” que se especializaba en lomitos. ¡Me cargaban! ¡Yo insistía en el especial con mayonesa y mostaza!. Cuando murió mi papá me cambié a los completos italianos. Sin el aroma de su garza de pílsener no era lo mismo.
EL COSTILLAR ES MÍO
En Santiago, mi mamá adquirió fama entre los familiares por su célebre costillar o pulpa de chancho al horno con ají, acompañado de papas cocidas o puré picante. Por supuesto, con muchas ensaladas. En esos almuerzos, ella narraba las historias de los clubes radicales que servían esta receta, mencionaba al abuelo y bisabuelos que habían sido radicales. Las tías se peleaba por ser invitadas y hasta el tío abuelo Manuel Magallanes San Román se dejaba caer. Así, las anécdotas de radicales y bomberos se hacían muy divertidas, sazonadas por el vino que bebían los mayores.
Ese mismo menú siguió latente con toda su carga de memorias, cuando íbamos a buscar con Francisco (mi futuro cuñado) a mi mamá a la Minera Andina, de Saladillo, donde ella trabajó hasta jubilar. Eran viernes “gloriados”. Ella salía a las dos de la tarde y nos íbamos todos al restaurante La Ruca del Almendral (fuimos a otros lados, en Curimón y Los Andes, pero nos quedamos con La Ruca). Yo hacía dieta dos días antes para poder comerme el pernil con papas cocidas y tomate con cebolla. Entonces, ya todos bebíamos vino. A veces, deteníamos el auto en los arenales del Río Aconcagua para dormir una siesta “gloriosa” bajo los árboles. ¡Qué tiempos!
A los diecinueve años, poco antes de esas comilonas en El Almendral, me inicié en la cerveza debido a las caminatas que hacíamos con mi pololo Marcelo por el parque Bustamante. Entrábamos a la Fuente de Soda “Baquedano” donde aprendí a disfrutar los Barros Jarpa. Eran de pan amasado de campo, crujiente y recién hecho. El queso y el jamón eran de calidad y armonizaban con el schop de Cristal, la marca más parecida a la pílsener paterna. Lamenté que ya no se usaran los vasos garza. He probado otros Barros Jarpa, pero nunca igual de buenos.
ASADOS Y FIESTAS
Durante mi infancia y adolescencia no conocíamos a nadie que hiciera asados a la parrilla. Comíamos mariscos, pescados y pollo. Poca carne. Yo era adicta a las cholgas (mejillones) crudas, rehogadas en limón y pebre.
Los significados del asado los comprendí en Copiapó, cuando era relacionadora pública en la Empresa Nacional de Minería. En septiembre se organizaban las parrilladas bailables de los mineros y el aroma a carbón, empanadas y la música de los huasos cantores, era un bálsamo, una alegría en medio de las dificultades de mi matrimonio.
La carne asada adquirió su sello de felicidad en los almuerzos apodados “Domingos dominicales” en la casa de mi hermana y cuñado, cuyas múltiples anécdotas y significados narraré en otra oportunidad.
Que lindos recuerdos María Pilar, te felicito!
ResponderEliminarMuchas gracias, Carmen.¿Qué sabores recuerdas?
EliminarFue volver al pasado sintiendo ese ramillete de aromas.
ResponderEliminarMe vi sentada en la citroneta con mi vestido dominguero, caminando con mi helado de frutilla vainilla por la plaza de Concepción.
Concepción del ayer, hermoso
EliminarQue buenas historias Pilar, me trajeron recuerdos del Mocambo de Cauquenes y la leche con plátano y pastelitos a los que nos invitaba mi mamá cuando recibía su sueldo. Allí aun paso a comprar helado de bocado y guaguitas de manjar 😁
ResponderEliminarLo que hacen nuestros padres, esos detalles, nunca se olvidan.
EliminarEs asombroso que recuerdes con tanto detalle los sabores, los aromas, el ambiente y los nombres de los protagonistas y los "actores secundarios".
ResponderEliminarY es lindo recorrer contigo esos ambientes. Gracias.
Gracias a Dios, todavía tengo buena memoria. Cuando algo me gusta, impacta o duele, recuerdo todo.
EliminarLindos recuerdos Pily, cómo te acuerdas con tanto detalle? Lo encuentro fantastico.
ResponderEliminarExtraordinaria la habilidad de Maria Pilar para despertar los más escondidos y casi olvidados recuerdos que tenemos de nuestra infancia. Y que ágil y entretenida es su narrativa. Si, yo también viví un tiempo en el barrio del Parque Bustamante y también añoro las inolvidables garzas entre otras cosas. FELICITACIONES
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