¡Me impresioné!. Una muy
querida Millennial me contó que uno de los libros
que marcó su adolescencia fue “Black Beauty”, de Ana Sewell. Se trata de una dramática
novela del siglo XIX, traducida al español como “Azabache” (Piedra negra e
intensa), cuyo tema es la autobiografía de una yegua. Aquel sensible punto de vista la había inclinado hacia el veganismo y al amor a los animales. No es común que un viejo libro publicado en 1877 cale hondo en el
alma de los tecnológicos jóvenes actuales. ¡Como para relinchar de admiración!
Pañuelos
y llanto
Corrían los años 70’s y
recién nos habíamos venido desde Los Andes a Santiago. Mi mamá era una viuda de
treinta y cuatro años, luchando por alimentar a sus dos hijas. Durante las vacaciones
del colegio, ella trataba de enriquecernos la vida a través de la literatura. Así,
en diversas Navidades llegaron a nuestras manos varios títulos. Uno de ellos
era “Azabache”. Venía acompañado por la colección de cuentos de Hans Christian
Andersen (los verdaderos, no los “maquillados” y descafeinados). Recuerdo
también un bonito libro ilustrado de Charles Dickens, coterráneo y contemporáneo
de Ana Sewell. Junto a mi hermana nos quedamos cortas de pañuelos (todavía de tela) para secar el océano de nuestras lágrimas. Dickens y la Sewell no escatiman palabras para
describir la pobreza, el egoísmo, la desigualdad y la contaminación de aquel Londres
industrial del siglo XIX. Imposible olvidar la espantosa escena de una niña
mendiga muriendo de frío, mientras observa por la ventana a una familia reunida en torno a una opulenta mesa navideña. Terrible y realista es también la descripción de
la yegua Azabache, frente a la agonía de un caballito azotado
hasta la muerte por no levantarse y arrastrar una carga superior a su peso.
Primera
denuncia ante la crueldad
Ana Sewell fue una niña
tímida, criada en una familia protestante de Inglaterra. Leía mucho y ayudaba a
su madre a escribir libros de crecimiento espiritual. A los catorce años su
vida cambió. Sufrió una caída donde se quebró ambos tobillos. Nunca pudo volver
a ser la misma y debió usar siempre muletas. Además, el clima húmedo
no favorecía su salud. Esta desventaja la hizo muy cercana a los caballos, ya
que poseía un carruaje individual en el que se movilizaba a todas partes. Se
demoró seis años en escribir su única novela, “Black Beauty”. No estaba
destinada a los niños, sino que a los adultos que trabajaban con caballos. Como todos
sabemos, en la época de la autora, estos animales eran el motor de las
actividades humanas. Servían en las granjas, en el transporte de carga y
pasajeros del “novedoso” ferrocarril. Figuraban en las
calles, en el hipódromo, la policía, las fuerzas armadas y en los hogares que
podían darse el lujo de mantenerlos para la diversión o cacería. Un caballo de “vida
acomodada”, podía pasar de la noche a la mañana a las peores condiciones. Cualquier enfermedad, el dislocarse una pata, la vejez, significaba la
pérdida de su valor y eran regalados o vendidos por unas pocas monedas a dueños
inescrupulosos, quienes los explotaban hasta matarlos. La autora dejó muy en claro
que su anhelo era despertar la bondad y el trato humanitario hacia estos nobles
seres. Aunque la Sewell falleció de tuberculosis a los cinco meses de
publicar su obra, el libro generó consciencia y terminó con el uso del “engallador”, una especie de collar que
obligaba al animal a mantener el cuello en alto. Esto les otorgaba una silueta
elegante, pero era una dolorosa tortura que les impedía reaccionar al
peligro. Así, muchos accidentes de carruajes ocurrían por dicha causa. Hasta “Black
Beauty”, las masas consideraban a los animales como máquinas para sacar
provecho con un mínimo de alimentos y cuidados.
Más
amor, más humanidad
Hoy, que todavía se ven
animales abusados y golpeados, como los malogrados perros Cholito y Weichafe
(Chile), es importante difundir en los niños la novela “Azabache”. Cierto, no
es una historia de Walt Disney, pero enseña esa realidad fría, que tanto se necesita. Mantener
a los chicos en burbujas de cristal, lejos de los dolores y fracasos, no los
ayudarán a comprender a otros ni a ser mejores personas. “Black Beauty” vino a
mi memoria en el 2018, cuando en Pichilemu falleció en un accidente la
activista y amante de los animales, Sol Jara Pizarro. Por esas ironías del
destino, su vehículo colapsó ante un caballo extraviado en la carretera. Un
pobre equino desatendido por su dueño. Esa madrugada de niebla, la mujer y el
animal se hermanaron en una muerte evitable. Por eso, me volvió la esperanza
cuando Karina Puvogel me comentó lo importante que había sido para ella leer “Azabache”
durante su adolescencia. Hagamos que el legado de Ana Sewell (iniciado en 1877),
siga vigente en las nuevas generaciones. ¡Bravo!
(María del Pilar Clemente
B.)
Gracias María P York, me gusta tu estilo de escritura.
ResponderEliminarUn abrazo desde Colombia.
Atentamente,
Sandra Toro
¡Bravo, Pilar! Por rescatar de la memoria a la hermosa Ana Sewell, una mujer que podría catalogarse perfectamente como activista animalista, quien logró tocar el corazón de sus coetáneas (os), y así disminuir el dolor de los caballos, largamente explotando durante la historia por su capacidad de tracción. Y quien sabe, quizás Ana tuvo influencia en la creación del automóvil, pues sólo 30 años después - breve período si consideramos el ritmo de vida antiguo-, se popularizó el Ford T, el que fue reemplazando el uso de los caballos.
ResponderEliminarExiste un breve video del NY de 1911 que da cuenta de esa transición!!!
https://www.instagram.com/p/B9Nq88eJ5NT/?igshid=99saosmoiqp2
Sin embargo, es posible encontrar a los caballos siendo explotados como recursos hasta el día de hoy, en particular, en países subdesarrollados. Aquí en Chile recién este 2020 se prohibió la horrorosa tradición del coche victoria que funcionaba con tracción a sangre (TaS) en Viña, gracias al trabajo de una organización animalista llamada No Más Tracción Animal (de la que soy parte) ... En otros países también se está luchando hasta el día de hoy para generar la consciencia (que Ana tenía en 1877!!!) y así acabar con explotación equina...
Cabe añadi, hay que acabar con la explotación de todos los animales, quienes son seres sintientes que tienen el mismo derecho a existir en la Tierra, derecho a ser libres, a ser felices. Para ello, debemos empezar por sacar sus cuerpos y secreciones de nuestro plato. Hoy es fácil y rico comer sin crueldad!!!
Saludos y gracias, Pilar, por contribuir, en definitiva, a la liberación animal. ❤️
Karina Puvogel
La lectura de este maravilloso artículo nos conecta con nuestro ser equino que a veces, galopa a campo traviesa por las llanuras de nuestros sueños. Existió uno que se llamaba Petardo, un caballo alazán corralero que montaba mi padre supervisando las actividades en las vendimias en una viña de la zona de Curicó. El caballo y mi padre erán uno sola silueta, un centauro, que el niño visualiza oculto entre las parras, que a veces suelo ver su estrella cercana a la Cruz del Sur sobre un gigante pino en el jardín de mi casa, que goza en las noches sin luna, haciéndole cosquillas a la cuncuna Vía Láctea.
ResponderEliminarGracias, muy hermoso comentario
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